La ausencia es mala consejera

  



Los retazos de una vieja melodía triste y dolida rompe y desgarra como sólo puede hacerlo una pérdida irreparable y total. Las melancólicas estrofas se anudan en mis labios y se amarran al pensamiento  con los espesos hilos de los recuerdos.


Repito las estrofas intentando seguir la melodía que ha guardado mi memoria y hoy en un juego del inconsciente las recuerdo y repito como autómata. Consigo entonar la canción en un murmullo con más pena y sufrimiento que ritmo. Con un agudo dolor, crucificado en la pasión, masticando sufrimientos y olvidos, canto, y las notas me lastiman.


Dos gardenias para ti

con ellas quiero decir

te quiero….

.............

y si un atardecer

las gardenias de mi amor

se mueren

es por que han adivinado

que tu amor se ha terminado…

..........


Mientras canto encerrado en mi tristeza la miro detenidamente y entiendo que ella se pierde, se abandona en un abismo sin fe encerrada en una noche última de piedra y cal. No me deja saber sus razones y con un silencio testarudo me oculta el motivo de su actitud y mis preguntas quedan sin respuesta, flotan espesas en esta noche hasta desaparecer, como una fórmula  inútil.


Poco queda del brillo y la lozanía que fueron en otro tiempo admiración de todo aquel que tuvo la oportunidad de mirarla en el esplendor de su dicha. Yo La cuido con dedicación sin faltar un solo momento a mi obligación, dedico horas sin término a observar como se marchita sin remedio, intento descubrir un mínimo destello, una posibilidad, una señal remota de su posible mejoría,  días completos y también las horas de la noche dedicados a contemplarla, vivir únicamente para atenderla, pero la consume la fiebre, una calentura que marchita su piel y la mantiene agotada, sin fuerzas para levantarse.


La cubro con mis manos. Con esmero, cuidado y cariño busco para ella el lugar con la mejor luz  en espera de un milagro. La dejo descansar atento a  cualquier cambio. Unas veces la llevo cerca de la brisa y la protejo con toallas húmedas, otras tantas, cuando la siento dominada por temblores incontenibles, la muevo para que la calienten los rayos sanadores del sol. Nada detiene esta enfermedad sin nombre, esta fiebre desconocida más parecida a la tristeza, a un dolor que sube desde las raíces y mina sus extremidades, el cuerpo todo.


Llegó el momento en que el esfuerzo de mantenerla con aliento me consume, me pierdo en afanes de socorro, con desesperación intento salvarla, le sirvo agua fresca filtrada en las piedras de la montaña, que recojo apenas asoma la aurora entre las sombras de la noche, la engaño para darle las  vitaminas y a pesar de todos mis esfuerzos no reacciona.


Tú no estas para ayudarme, me faltan tus manos de arco iris, el brillo de tus ojos, el tono de tu voz, las campanas de tu risa y yo me ahogo sin remedio en el lodazal de la desesperanza.


Una noche de viento frío y luna menguante, contagiado por la misma fiebre que la consume a ella y lleno de angustia, sin saber qué hacer, después de innumerables intentos y esfuerzos sin resultado, un delgado hilo del pensamiento cruzó entre la maraña de razones y preguntas sin respuesta, y tejió esta idea que fue tomando forma hasta convertirse en certeza.   

     

¡Tú le haces falta! Te necesita y mucho. No lo pensamos cuando decidimos tu viaje, no podíamos imaginarlo y ahora no encuentro la  manera de volverla a la vida, poco a poco la pierdo sin remedio, tan pequeña, tan frágil. Se siente abandonada, huérfana. Y parece no estar dispuesta a resistir por más tiempo tu ausencia, se niega a aceptar esta separación que nadie le consultó, ni siquiera le asomamos la posibilidad de no verte por un tiempo y desconcertada se echó a morir. 

 

Con esta idea convertida en certeza le hablo en susurros para no alarmarla. No recuerdo exactamente las primeras palabras, ni siquiera como inicie esa conversación con ella, más bien un monólogo. La bruma y la angustia de esa noche dan vueltas una y otra vez en mi cabeza.


Recuerdo eso sí que asomaron sin aviso a mis labios perdiendo el tono y el ritmo los retazos de esa vieja canción triste y dolida, que no puedo dejar de entonar:


Dos gardenias para ti

Con ellas quiero decir

Te quiero.

........

Y sí un atardecer

las gardenias de mi amor

se mueren

es porque han adivinado

que tu amor se ha terminado.

................


He debido repetir esas estrofas hasta secarme la lengua, luego guardé un silencio sin tiempo, intenté ordenar las ideas, o quizás, la canción se metió en la sangre y se adueñó de mí la loca idea de perderte.

 

Hago un esfuerzo por revivir ese momento, sé que pronuncié tu nombre varias veces y como en un sueño vago le pregunté, ¿la recuerdas? ¿la necesitas? Y entonces le confesé de inmediato: yo comencé a extrañarla antes, mucho antes de que se fuera, el mismo día que supe del viaje me hizo falta, una falta enorme que me mantiene aún sin aliento. No había partido todavía y ya me sentía perdido, me faltaba camino, horizonte, futuro, mañana. Cuidarte me ha servido para mantenerme fiel a la promesa que le hice.


Nada le dije a ella mientras estuvo con nosotros, ni un comentario y menos un reproche. No intente siquiera por un instante hacerla desistir de la idea del viaje, yo guardaba silencio, me mordía la lengua, la ayudaba, le daba las fuerzas que yo había perdido, qué me abandonaron mucho antes de sentir su ausencia y que ella necesitaba con urgencia. Entregué mi espalda como soporte.  

       

Insistí una y otra vez, con terquedad, en preguntar ¿la recuerdas? Para afirmar con seguridad: yo aún conservo su perfume, un aroma de nísperos maduros. En los espejos está grabada su imagen y su rostro se refleja con el mío, en las paredes permanece su  sombra intacta, su voz me llama desde todos los rincones de esta casa, el calor de sus manos calienta las mías, su piel suave se quedó entre las sábanas y mis sueños van tras la huella de su paso, ella permanece en esta casa, está aquí y nos necesita, somos nosotros quienes la sostenemos contra los vendavales que ella afronta en este momento, ella está completamente sola y nos necesita.

                

No puedes dejarme, no puedes dejarla ahora y entregarte a ese irracional desánimo que nos perderá a ambos.

 

Recuerdo claramente que esa noche le dije: es apenas un hilo la línea que separa la tristeza de la alegría en esta espera nuestra, la ausencia causa estragos y vacíos, tú mantienes viva su presencia, me la recuerdas cada instante y si tú llegas a faltarme también, se cumplirá a cabalidad cada línea de la canción y entonces esta espera es inútil. 


“Y sí un atardecer

las gardenias de mi amor

se mueren

es porque han adivinado

que tu amor se ha terminado” 

 

Al final ya no supe lo que dije, ni como terminó esa noche,  al despertar me pesaba todo el cuerpo, una sensación de vacío, de pérdida, me rodeaba. Caminé con paso lento hasta la ventana y encontré mustia y marchita la  Cala Enana que dejaste, nada pude hacer, pero al revisar entre las hojas muertas, varios retoños de un verde intenso se dejaban ver. Con manos temblorosas removí la tierra atropellando las lágrimas, las palabras. Gracias, gracias por no abandonarme, dije.

 

Los retoños han seguido creciendo fuertes y hermosos, las hojas suaves como tu piel, brillantes como tus ojos. Yo los cuido con esmero renovado hasta que regreses.


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