Jugando con las nubes

 

Con las dos manos aferradas al volante y los cinco sentidos en estado de alerta inicio este viaje, la ruta es incierta pero he trazado el rumbo sobre un legítimo mapa de carreteras e imprevistos, mi meta es ambiciosamente ambigua, ya que no se trata de  llegar a un destino específico, a un lugar determinado, a un punto poblado en esta difícil geografía de soledades inciertas, este es un viaje motivado por la búsqueda.

 

Atravieso la Patagonia en un intento por encontrar entre dilemas una idea que ha logrado escabullirse entre las sombras de mis necesidades inmediatas, es un pensamiento tímido, una imagen difusa que intento alumbrar con la lámpara prestada de los fulgores de este cielo, un cielo poblado de nubes caprichosamente refractarias, que puede ayudarme a encontrar la idea perdida.

 

Amanece, el sol abre con esplendor este día, impresionantes destellos ocres y dorados se difuminan en el firmamento, un chorro de luz despedaza una nube y la envuelve con los rojos y morados chispeantes de los obispos. El enorme ojo de fuego irrumpe con violencia, se adueña de un espacio reducido y dispara con seguridad y autonomía rayos en diferentes direcciones, intenta un avance rápido, pero es inútil tanto la sorpresa de la primera hora como su insistencia, su perseverancia no logra asustar a las tercas y firmes nubes que lo cercan y asedian con insolencia y desconsideración su condición de estrella única y es derrotado en la primera escaramuza. Hoy el sol despierta sin las fuerzas suficientes para esta lucha permanente que debe entablar cada mañana.

 

Estoy en el sur, en el confín de una geografía de sentimientos encontrados, salgo del Golfo de la Pena y conduzco en rigor por la Ruta del Fin del Mundo. En el trayecto tengo previsto ver, aunque sea de lejos, el Cabo de la Buena Esperanza y ese estrecho que lleva el nombre de ese recio navegante conocido por su apellido altisonante. Magallanes.

 

La carretera es una herida abierta de asfalto y contradicciones, una línea recta de soledades que se encuentra con el cielo entre súbitas bajadas y subidas impensadas. En ambos costados la uniforme sabana se extiende entre espejismos hasta más allá del alcance de los ojos y choca entre la bruma contra densas colinas de color incierto.

 

Acelero, se disparan con el vértigo de la velocidad los recuerdos y también los principios. Un grupo de pequeñas nubes obedientes inician una procesión  detrás de un rectángulo oscuro, inevitablemente pienso en los desaparecidos sin tumba, sin gloria, en el mayor de los olvidos y la pregunta se hace obligatoria.

 

¿Dónde están enterrados los hombres que ya no tienen mañanas, que perdieron su futuro en la construcción de esta carretera?

 

Sus huesos quizás los dispersó este viento invencible que estremece el auto y por momentos me hace perder el control, este soplo constante, invisible, de fuerza extraordinaria, que obliga a cambiar incluso el curso natural de los árboles y dobla para siempre sus ramas y los despeina hasta la ridiculez extrema.

 

En el cielo las nubes se asemejan a objetos conocidos, a ciertos animales premeditados, a imágenes de sueños, persigo las formas de las nubes con la intención de adivinar sus posibles transformaciones y no logro acertar en ningún caso, las nubes me sorprenden con figuras inesperadas, insólitas, dramáticas.

 

Llevo horas manejando sin detenerme en esta impresionante soledad, un auto me rebasa, calculo que debe estar sobre los 150 kilómetros por hora, se aleja y emprende una subida agónica en esta ruta del fin del mundo, la carretera parece tocar el cielo y abrir la puerta de los olvidos permanentes.

 

El auto que me rebasó está a punto de llegar al final de la cuesta, una nube enorme y deforme se apodera del cielo que muestra la intensa devastación de los colores, la nube se detiene en el vértice que une al cielo con el camino y hambrienta, con la insaciable voracidad que la vida nos tiene acostumbrados engulle al vehículo indefenso y sin detenerse sigue el rumbo que el viento le traza indiferente.


Me detengo. Bajo del auto y es aquí en donde se inicia mi verdadero viaje, el camino me muestra el punto de partida de esa idea que logró escabullirse hasta hoy entre las sombras. Finalmente encuentro la punta del hilo del pensamiento tímido. En el sur, al intentar atravesar solo la Ruta del Fin del Mundo, descubro que la vida es una ilusión, un espejismo, un juego de sombras, o de nubes en un cielo compartido.

 

De aquí en adelante mi única certeza es la pregunta inmediata y para la cual no tengo respuesta todavía. ¿Cuál es mi rol en esta ficción?


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