En busca de respuestas

 

Busco respuestas ante la terrible situación que me tocó vivir y que encuentro inaceptable, no me corresponde este castigo. Obligado por la circunstancia de una partida inesperada, de una separación no compartida, de un final atroz, empujado con violencia al más absoluto de los desamparos, investigo el concepto de la muerte. 


Me he intoxicado de lecturas y repito de memoria un pasaje, quizás es de la Ilíada, pero ese detalle importa poco, lo verdaderamente importante es que en ese pasaje me reflejo. En fin, he decidido apropiarme de esa exclamación desesperada y la hago mía:


“Malditos los tiempos en que son los padres quienes preparan los funerales de los hijos y no al contrario”


Yo mantengo mi fe y no reniego de ella ni tampoco del Dios en el que creo, pero me veo obligado a explorar otros credos forzado por el peso de este enorme vacío, de este desasosiego que amenaza con tragarme, de la desesperación que no encuentra orden ni camino posibles y me domina.


Me dedico a explorar otras doctrinas ante el abismo de una ausencia que nunca quise imaginar siquiera y a la que me empujan las circunstancias. En un corto periodo he tocado las puertas de todo tipo de creencias, me he asomado sin ningún pudor a los extremos inconfesables de dogmas, de ciertas sectas, de muchas supersticiones y variadas corrientes de lo oculto, de evangelios diferentes y si bien es cierto todas y cada una de las ideologías, filosofías, religiones, que levantan uno o más Dioses tienen un espacio preferencial para justificar y explicar la muerte, todas coinciden en que la muerte es la única certeza que nos acompaña desde el mismo momento que se inicia la vida. Luego de atravesar todas esas puertas para llegar a esta conclusión, puedo asegurar que ninguna explica este dolor que siento ante la muerte de mi hija.


Exhausto, luego de este intenso recorrido en busca de una luz entre las sombras y aún, a sabiendas que la muerte no es ajena a nuestra condición de ser humano, debo reconocer, que acepto perfectamente el hecho cierto, que la muerte es lo único seguro que tenemos desde el primer aliento que nos lleva a iniciar esta aventura que es la vida y que además, la muerte nos precede desde el principio de los tiempos, pero el dolor de mi pérdida es inmenso, sobrepasa cualquier comprensión racional.


En medio de este tortuoso camino me mantienen en pie los recuerdos de mi pequeña hija. No quiero respuestas teóricas, las respuestas que busco ante su muerte temprana y que no termino de aceptar, están en el camino que mi inocente ángel ha debido recorrer en la mayor de las soledades.  


Con el peso del increíble vacío que la ausencia de mi hija me produce, tal vez pueda seguir la vida que me corresponde llevar, si consigo  mirar los ojos de la muerte y acompañarla hasta el final del camino y recorrer el sendero que mi hija atravesó, la ruta que le fue señalada en silencio y ella obediente siguió. 


Un amigo antropólogo se ofrece a ayudarme, me habla de una experiencia mística ante la muerte, una especie de rito iniciático que nuestros indios Yanomami realizan en lo más profundo de la selva. Emprendemos una expedición por el Amazonas, llegamos a un asentamiento Yanomami lejos de toda civilización. Mi amigo es bien recibido, él lleva regalos que son apreciados por toda la tribu y habla con el jefe y también el chamán. Un grupo de indígenas forman un círculo a mi alrededor, yo estoy sentado en el centro, frente a mí,  el chamán, con una larga cerbatana y un plato de barro lleno de bolitas color verde intenso me habla pausadamente, yo no lo entiendo, pero mi amigo traduce lo que dice.


Mi amigo habla en el mismo tono pausado que el chamán. La muerte, dice,  camina con nosotros, es la sombra que no nos abandona y aunque por momentos la sombra desaparece no podemos escapar de su presencia, no podemos zafarnos de ella, nos está vedado verla, pero nos acompaña. Nosotros podemos ayudarte a que encuentres el camino que tomó tu hija y podrás recorrerlo siempre y cuando seas capaz de vencer el miedo. El miedo es un poderoso enemigo que nos paraliza ante la muerte. 


El chamán me entregó un saquito de moriche. Lo necesitarás para el viaje, dijo. Tomó la cerbatana y disparó directamente dentro de mis fosas nasales las bolitas verdes que tenía en el plato a su lado. Sentí cosquillas en la nuca, algo se movió en mi plexo solar y comenzó a ascender desde el coxis por mi columna vertebral, una serpiente incandescente de anillos plata y negro salió como un chorro de luz por mi mollera y reptando se  internó en la selva.


Sin perder un segundo la seguí, corrí entre árboles sorteando obstáculos con la mirada fija en los destellos de luz que despide la serpiente y la vi desaparecer dentro de una madriguera, un enorme pájaro de alas amarillas, fiero pico escarlata y patas negras protege la entrada, instintivamente revisé el saquito que me había colgado en banderola y encontré una pequeña cerbatana, dos peonias, algunas frutas de cundiamor y un trozo de cazabe.


Lancé un puñado de cundiamores y el pájaro se fue tras ellos, aproveché para meterme por el boquete de la madriguera y me arrastré entre sombras persiguiendo el rastro de la serpiente, en la medida que avanzo se agranda el agujero hasta convertirse en una cueva por donde puedo caminar levantado sobre mis dos piernas, el calor es sofocante. Descubro al final de la cueva  los ojos relucientes de la serpiente, mantiene la cabeza levantada en actitud desafiante, está enroscada alrededor de mi pequeña hija que duerme.


Por un instante quedé petrificado, la serpiente se levantó aún más sobre sí misma, de sus ojos saltan chispas que inmediatamente se encienden a su alrededor, el calor es insoportable, amenaza con convertir la madriguera en un volcán.


Tomé la cerbatana y disparé las únicas dos peonias, tan certeramente disparé que las peonias se incrustaron en los ojos de la serpiente, ciega y enfurecida comienza a buscarme con su lengua bífida, me paraliza el miedo, sudo a chorros, con las manos mojadas saco el cazabe del saquito y espero que la serpiente se acerque, cuando la víbora decidió atacarme y su cabeza de cuatro dientes se me acercó amenazante, la cubrí con el trozo de cazabe humedecido con el sudor de mis manos y de inmediato se quedó dormida.


Cargué a mi bebé y salí de la madriguera, afuera, el inmenso pájaro al verme se me vino encima, saqué más frutas de cundiamor y extendí la mano, despacio y agradecido el pájaro comió la fruta, coloqué a mi niña sobre el pájaro, sentí batir sus poderosas alas y lo vi alzar el vuelo hacia los cielos. Cerré los ojos un instante para evitar que el polvo levantado por las alas me cegara y cuando volví a abrirlos el chamán, mi amigo y dos jóvenes Yanomami me abanicaban.


Comentarios

Excelente recorrido entre luces y sombras. La muerte nos da miedo, por ser esa "desconocida " que siempre nos acompaña , como tú muy bien escribes.

Enhorabuena.
Un abrazo 👀✔

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