Un peculiar compañero de Oficina

 

La estructura de su pensamiento, su talento en el raciocinio está sostenido por la prudencia y sus actos signados por la mesura. Los temerarios de la Oficina lo miran con recelo y en oportunidades señalan que su conducta la dicta el temor y su supuesta moderación es tan solo una excusa para no admitir su cobardía. Hay quienes no perdonan la prudencia del término medio. 

Él se defiende con frases acuñadas, pensadas de antemano, y asegura con el tono de quien dicta cátedra, siempre quiso ser maestro de escuela. Los ingenuos son movidos por la imprudencia, sus actos torpes y negligentes conducen los pasos inexorablemente al terreno de los fracasos.

Afirma; que el verdadero valor consiste en mantenerse firme y lúcido ante el quimérico juego de luces, del engaño de  los triunfos ficticios.

Es un hombre francamente cauteloso y en algunas oportunidades es imposible acompañarlo en ese juego de equilibrios. Cuando las emociones nos sobrepasan el representa la exasperante moderación que nos negamos a aceptar y terminamos a los gritos.

Ante algunas situaciones que ameritan una respuesta inmediata y firme responde intentando ser ecuánime, surfea en los extremos con juicios discretos y bien pensados sin dejarse abatir fácilmente y esa actitud que tachamos de complaciente lo diferencia de todos nosotros y de nuestras atropelladas respuestas. Evade concienzudamente cualquier señal que muestre algún viso de confrontación.

Usa tediosos argumentos con oraciones largas y enrevesadas, termina por asomar sospechas de posibles conspiraciones y señala que la falta de juicio enceguece a los incautos, que los valientes  adolecen de cordura y por tanto son empujados al abismo que abre la imprudencia y obligados a saltar al vacío sin paracaídas.

Jamás serán suficientes las precauciones ante el peligro, es una de sus frases predilectas.

Ante la presencia de un escalón, de un pequeño peldaño imprevisto, los compañeros de la Oficina gritan exasperados con con el fin de imitarlo y hacer alguna burla de su conducta, que toman por timorata.Qué abismo! Pero él mantiene tercamente su convicción en la astucia de las sutilezas.

Nunca quiso ser jefe, escurre con mil artimañas esa responsabilidad, alguna vez lo escuché decir: el temple de un hombre se mide por su discreción y decididamente yo prefiero ser Pepe grillo. La cordura es un arte y les garantizo que es un trabajo verdaderamente pesado.

Tampoco quiso tener hijos, se negó a ser padre, le hurtó esa felicidad a su esposa, aunque demuestra que la quiere  con una fidelidad a toda prueba. Cuando se toca el tema, nuestro buen compañero de Oficina opina que es una enorme responsabilidad y confiesa que le faltan herramientas para enfrentarla. No habla de valor.

Sinceramente no comparto su opinión, en cambio, creo que lo marcó el no haber conocido un padre, pero guardo un discreto silencio sin tratar de imitarlo, más bien por esa  consideración que le debemos al otro.

A la hora de comer se sirve pequeñas porciones variadas y sustantivas, no le conozco exceso, incluso en el momento  del festejo tiene su medida, que cumple con rigurosa exactitud. Cada viernes se toma media botella de güisqui. Ni una gota más, que sirve en dosis medidas en un vaso de vidrio con hielo picado. Con discreción le niega al plástico la posibilidad de contener al espíritu 

Se declara agnóstico por voluntad propia, sin siquiera intentar dar una explicación, sin entrar en mayores detalles. Es notable su expresión y su terco silencio ante las discusiones sobre religión y política que cada vez son más frecuentes en la Oficina, y en las cuales se niega  rotundamente a participar.

Huye de las revisiones médicas, está convencido que los doctores tienen la capacidad de alborotar las enfermedades y cree ciegamente que se mantiene sano mientras no visite las clínicas, ni los hospitales. Es posible que tenga razón.

La compañía nos obligó por razones de seguridad médica y para cumplir con ciertos parámetros del seguro obligatorio a realizarnos un examen de rutina, intentó escapar, pero le resultó imposible evadir esa cita, tomaron muestras de sangre y otros exámenes a todo el personal, nos tocó ir juntos a la consulta para recibir el informe del internista. 

Al salir mantuvo intacta su dignidad sin exageradas y desagradables demostraciones de ansiedad, o desesperación y firme al principio de la ponderación que le conozco y que lo representa, y quizás también con la idea de que yo me convirtiera en su portavoz, confesó: me queda un mes de vida. Y siguió caminando con el paso que le conozco, sin mostrar ninguna alteración, fiel a su fórmula de no pisar el peine de los extremos.

 


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