Un camino en medio de la crisis

 


Miro este mar tranquilo, sus azules y verdes me remiten a obras de arte y un flash de letras fosforescentes, un fogonazo incandescente ilumina inmediatamente el recuerdo. Me deslumbra la lista de nombres de artistas plásticos conocidos y también de algunos desconocidos, artistas que prometen desde su propuesta pictórica un futuro en el mundo del arte.

 

Mis ojos educados emiten ondas a alguna parte de mi cerebro y automáticamente el pensamiento se desboca sin bozal a estas asociaciones, a estas referencias basadas en el conocimiento y a las nociones superiores sobre colores, texturas, combinaciones de profundidad, de movimiento y todos los detalles relacionados con el arte de pintar.


De la mano de mi abuelo conocí el oficio de restaurador y descifré los pequeños detalles, los descuidos imperceptibles e imperdonables dejados por el artista y que son capaces unidos al tiempo de dañar una obra. De su corazón generoso aprendí a vivir con alegría, a enfrentar las situaciones que se presentan con firmeza y decisión, a salir adelante a pesar de las dificultades.


Mi abuelo se hizo cargo de mí cuando mis padres faltaron y decidió morirse según su criterio, cuando viera mi futuro asegurado y lo cumplió a cabalidad. Yo emprendí una vertiente diferente en ese universo de la restauración de piezas de arte y me especialicé en plástica, en pintura y pintores. Con los años adquirí experiencia, invertí mi tiempo en profundas investigaciones y mucho estudio para hacerme un nombre y me convertí en un experto en las artes plásticas. Conozco todo lo referente a exponentes, tendencias, y con facilidad puedo avizorar el futuro de un artista, he desarrollado un sentido singular para descubrir talentos ocultos y mi voz es escuchada con atención de perito.


Con frecuencia soy llamado para certificar la autenticidad de alguna pieza, para recomendar la compra de una obra y lograr la garantía de un negocio de amplios y variados beneficios. Mi nombre es Abelart Amat y mis opiniones son respetadas en este mundo de amores con cuchillos.  


Frente a este mar, frente al sol que se oculta dejando en el cielo  los restos desperdigados de una explosión de ocres, naranjas y violetas, ahogo para siempre en la profundidad insondable de estas aguas, de lo desconocido, a ese catalán que fui y que todos llamaban Abelart Amat.


Trabajador hasta la sangre, hasta el dolor. Honesto conmigo y también con los otros hasta el día que las torvas agujas de relojes ajenos que señalan el tiempo inexorable del destino marcaron mi hora menguada, mi perdición.


Llegué al Caribe, anclé mis huesos en esta costa colombiana por ese apego sentimental a las Ramblas, a esas Ramblas de Barcelona que no pude arrancarme de la suela de los zapatos y también a ese pedazo de mar que mi abuelo llevaba en los ojos y en el que deposité mis extravíos.


Ese otro mar en Barcelona, con su incansable ir y venir de  olas coronadas con espuelas plateadas me entregó una salida cuando me encontré perdido. Ese mar me mostró un enrevesado camino de vientos encontrados y peligros que me trajo a estas playas salitrosas, a estas envueltas en una brisa inquieta, impetuosa, capaz de convertirse en un descuido en huracán y arrasar con todo.


Esta playa es el final de un viaje que inicié con múltiples y variados destinos, un viaje decididamente sin retorno que me permite desaparecer tragado por la distancia y el olvido.


Hice de los museos una casa franca de puertas abiertas. De las Galerías de Arte, amables y lucidos lugares de encuentro con el futuro y sus innumerables posibilidades. De algunos entrañables bares espacios abiertos para las tertulias y citas de intercambio de inteligencias y también, porqué no decirlo ahora, el sitio ideal para ligar por cortos periodos y hacerle trampas a la soledad, que de vez en cuando muerde los costados mejor acerados.


Se hace tarde, camino descalzo por la playa y dejo que las olas borren mis huellas. Allá en Barcelona vivía con la ilusión de dejar una impronta. Cultivé con esmero y dedicación un nombre, me convertí en una referencia obligada, tuve una hermosa casa y la perdí.  Un bar rentable que significaba la tranquilidad de una cómoda vejez y  se lo comieron los buitres. Ahora vivo en el extremo contrario, borrando huellas, desapareciendo cada noche, para renacer como una entidad nueva en cada mañana.


En ese afán de ser un catalán responsable, de hacerme de un estatus, de construir una solidez de cuentas abiertas, yo postergué la compañía duradera y perdurable de un matrimonio y ahora mis amores y mis necesidades son obligatoriamente fugaces.


Era amigo del Director del Banco, un avaro coleccionista de arte para la especulación. Yo mantenía una línea de crédito y logré obtener un lindo departamento y un Bar, que él mismo Banquero me recomendó que comprara en un remate. El Banco me entregó los avales necesarios con mi firma en las correspondientes hipotecas y sellado ante notario el compromiso. 


Las letras en los periódicos sobre una crisis financiera fueron aumentando de tamaño y se convirtieron en titulares que duraron semanas en las primeras páginas, pensaba que mi seguridad era a prueba de crisis, hasta que entendí, tarde, que todos somos susceptibles de entrar en el carrusel de crisis económica para no salir jamás.


Hablé con mi amigo el Director del Banco y me explicó que mis deudas se habían convertido en lo que ellos y los economistas llaman “Deuda Balón”

Lanzas el balón contra el piso y llega hasta tus manos, pero al desatarse una crisis inmobiliaria el próximo rebote te sobrepasa unos centímetros y el otro está unos metros por encima de ti. Un balón del que perdiste el control y con cada rebote la deuda crece y para el mes que viene tu deuda es el doble de lo que pediste al Banco y dentro de seis meses se habrá incrementado en un quinientos por ciento. La única salida es cancelar cuanto antes toda la deuda y salvar lo que se pueda.


Tengo que tomar algunas decisiones y encontrar una salida, le dije al Director del Banco y sin saber qué hacer caminé por las Ramblas, llegué sin esperanzas  hasta esa punta de mar y el ronco sonido de las aguas, su lucha incansable por llegar a la orilla me abrió una ruta distinta, una posibilidad totalmente nueva con algunos riesgos menores.


En el trayecto hasta esta playa caribeña perdí el nombre que había construido y tomé uno prestado, total, de aquí en adelante mi vida comienza y termina cada día.


Durante una semana abrí el Bar con la barra libre para amigos, conocidos y desconocidos. En el calor del alcohol que rueda sin costo y corre por gargantas sedientas, vendí al contado, rematé en efectivo, regalé y subasté absolutamente todas mis pertenencias, me quedé con un traje y unos jeans y cuando ya no quedó nada más que beber pagué y liquidé a los empleados con largueza y cerré el Bar a esperar el embargo. 

 

El traje lo utilicé por última vez el día que visité a mi amigo, el Director del Banco. Le llevé dos lienzos rectangulares de sesenta por cuarenta de un artista que sabía le interesaba, los extendí sobre la mesa y dicte mi última conferencia magistral sobre el artista, su obra y las ganancias exponenciales que significaba la propiedad de estas extraordinarias pinturas. Certifiqué su originalidad y le comenté que no quería vender las obras, pero que su venta me permitía saldar deudas.


Discutimos el precio con la frialdad de los negocios, cada quien jugó sus cartas y finalmente accedí a bajar hasta un veinticinco por ciento con el pago inmediato y de contado.


Antes de salir de Barcelona le pagué al copista que había contratado para que hiciera los cuadros y sin remordimientos dejé el departamento completamente vacío, que los abogados y el Banco se coman las paredes,  e inicié un recorrido de fuga hasta que finalmente aparecí con otro aspecto y otro nombre y el dinero suficiente para desaparecer para siempre en esta maravillosa costa colombiana. Decidí no hacerme responsable por las crisis y artimañas que otros crean. 

 


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-