Un N N


Con premeditadas astucias, cierto aire de soberbia  y un sin número de sobresaltos, lleva su vida. Su norma es evadir complicaciones, actúa siempre solo y ejecuta su sencillo acto de sobrevivencia con una justa dosis de sorpresa y violencia. Cada día realiza un juego de peripecias en un paisaje de la ciudad que conoce de memoria, utiliza los callejones en su beneficio y no le teme a las esquinas. Hace mucho aprendió a esquivar trampas, a eludirlas, tiene un peculiar olfato de animal urbano y no cae en provocaciones, ni mide sus actos en la falsa balanza de la  injusticia. Sus acciones son el reflejo de sus carencias y él encarna el inevitable resultado de las matemáticas sociales. La única ley que conoce es la temeraria  ley impuesta por el filo de su navaja automática, que empuña con la firmeza de un juez inflexible.
Por principio no usa billetera, ni guarda fotografías que lo recuerden, ni tiene facturas, ni papeles en los bolsillos. Es una sombra sin identidad propia, que se apodera por momentos de nombres ajenos y usurpa sus vidas y se aprovecha del efectivo y exprime hasta secar las tarjetas de crédito recién tomadas, para luego desecharlas.
Observa a un sujeto caminar por la acera del frente. Evalúa los riesgos, sopesa posibilidades y toma su decisión. En cuestión de segundos y sin esperar el semáforo cruza la calle, se le va encima al sujeto con la navaja desnuda, acerca la punta del acero a las costillas y le exige la cartera. La sorpresa, el miedo y la navaja obligan al inocente transeúnte a  cumplir la orden en silencio. Sin su cartera y sin saber qué hacer, asimilando el asombro, la víctima repite fragmentada la película que acaba de vivir, mientras su atacante se pierde a la carrera.  
Con la prisa de pasos medidos huye y luego camina entre las gentes, esta vez espera su turno frente al semáforo y al intentar cruzar la calle, un conductor que se pasa la luz lo atropella y sigue su desenfreno sin detenerse. Se siente volar por los aires, chocar la cabeza contra el asfalto y por último la oscuridad, el filo de un abismo.
Suena el teléfono. La llamada es del Hospital y le informan que el resultado de los exámenes es positivo y que está embarazada. La felicidad la deja sin aliento, y antes de que pueda reaccionar, antes de poder compartir esa alegría, el teléfono vuelve a repicar, nuevamente es del hospital, le informan que su esposo sufrió un accidente grave y debe ir de inmediato para autorizar la operación que requiere con urgencia. Le explican, que el seguro exige su autorización para cubrir los gastos médicos. Entra en estado de pánico, en esas condiciones no puede manejar, llama un taxi.
En el hospital le informan que un conductor atropelló a su esposo. Le entregan la cartera. Ella exige verlo, necesita decirle que va a ser padre, que no puede morirse y dejarla sola con el bebe. La llevan a la sala de cuidados intensivos y para sorpresa de todos, al ver al hombre en la camilla recobra la calma y les dice: -ese hombre no es mi esposo.
Pasado el susto descubre que sus pensamientos, sus actos, su mundo, giran en torno al bebe que acaban de anunciarle y que ahora, llena de ansiedad, espera su nacimiento. Sueña con tenerlo en sus brazos.
El cuerpo del desconocido, sin nombre y sin atención, deslavazado y roto, pierde la conexión con este mundo y es incorporado a la lista de quienes carecen de identidad, de quienes no tienen nombre, de los N N.

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