La imaginaria línea de mis certezas


Me convertí en víctima de una perversa práctica criminal. Hace quince días el azar me señaló como objetivo probable y a las diez de la mañana tres desconocidos me empujaron dentro de un auto. Sin ser un genio, con algo de astucia, logré deshacerme de la cartera y del teléfono. Iniciamos entonces juntos un recorrido desquiciado por una ciudad que conozco bien, pero mirada a través del caleidoscopio del miedo la encontré extraña y sin alma.

Con terquedad temeraria soporté los insultos, la violencia de los golpes, las amenazas de muerte, y logré convencerlos de haber sufrido un atraco momentos antes y por eso no tener cartera ni teléfono.

Esa ingrata experiencia se ha convertido en maldición permanente y ahora soy prisionero del miedo. Vivo encerrado en mí casa, resguardado por estas paredes y esta puerta bajo llave permanente, desde el objetivo de mi cámara fotográfica espío detrás de las ventanas a posibles delincuentes, o futuras víctimas. Intento establecer una operación matemática que permita advertirnos contra la crueldad de la barbarie, pero no hay algoritmo capaz de predecir tanta maldad.

El recuerdo de cada segundo que pasé dentro del auto, bajo amenazas, mirando a los ojos la muerte próxima, aumenta mi mal genio y alimenta el pánico.

Persiste la idea, de que mis atacantes, los tres hombres, puedan regresar a cumplir su ultimátum y disparar sin consideración sus revólveres, y las balas incendiar el alma del oscuro cañón y matarme.

Intento ser objetivo, busco razones para negar esa  posibilidad, pero el miedo impide cualquier acto racional.
Estoy obligado a trasponer la puerta de mis temores y recuperar mi libertad. No puedo ser el esclavo del miedo por más tiempo. Salgo a la calle acompañado de una vieja navaja automática, que logré rescatar del olvido y conservo con el objetivo de espantar el miedo, rescato con ella la frágil seguridad que me sostiene.

Doy unos pasos fuera de la casa y empiezo a sudar, la vejiga neurótica amenaza reventarse. Con muchísima dificultad y con mirada ansiosa avanzo poco a poco en un intento de recuperar mi vida. Me convierto en un  manojo de nervios, crecen las sospechas con la brisa, esta inusual desconfianza me anula, y me obliga a aferrarme a la navaja, a la seguridad que proporciona no estar indefenso.

Logro llegar a la esquina y al cruzarla me paralizo del susto, estoy a punto de orinarme encima, uno de los secuestradores camina delante de mí. Lo descubro detrás de su uniforme de policía. Camina con la soberbia de quien se siente amparado en la impunidad del uniforme.

Me falta el aire, pero la posibilidad de convertirme en la diferencia ante el próximo secuestro domina mis actos y me ciega una furia desconocida, poseído por el genio del mal, me obligo a caminar con rapidez y finalmente alcanzo al bandido.

La mano busca venganza y empuña la navaja, el acero se dispara, es un brillo fugaz en esta mañana descolorida. La calle, los edificios, los autos desaparecen y hasta los sonidos se quedan suspendidos en un enorme vacío por el que camina el sigilo con aire de triunfo. Paso a su lado sin mirarlo, con una fuerza desconocida, cruzo el filo acerado de la navaja alrededor de su garganta.

Nervios y cartílagos se resisten por momentos, el borbotón de sangre indica que la aorta es un río desbordado que perdió el cauce. Sigo mi camino sin detenerme, sin darme la vuelta, sin importarme siquiera el sonido del cuerpo que rebota contra el asfalto, sin prestar ninguna atención al gruñido que despide la vida. Al cumplir este objetivo imprevisto el miedo desaparece.

¡Ay mi alma! He roto la frágil línea de mis certezas. Los últimos eventos me han empujado a un abismo y pongo en duda la ley, la justicia, el orden y el derecho que son el único norte posible.

La sombra del otro que soy finalmente me desbordó, guió mi mano y me convirtió en juez y verdugo. Impongo la norma que supongo correcta, la regla que considero justa, razono una condena contra el caos que se multiplica ante la dictadura de la impunidad. Ahora estoy perdido en manos del otro y no me reconozco.



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