El misterio del mensaje ilegible


Abro la puerta de mi casa, sobre el suelo, indolente, un visitante silencioso e inesperado me aguarda, es un sobre blanco que no muestra ninguna señal que identifique al remitente ni tampoco su contenido, desconfío de su aparente inocencia, pero la curiosidad me empuja a tomarlo. Con gesto aburrido intento no romper su contenido y rasgo uno de sus lados, sin daño logro sacar la carta. Trato de leer la única línea escrita en el papel y no lo consigo. 


Sobre el delgado margen imaginario las letras mantienen un escaso equilibrio. Mal enlazadas son un amasijo de arabescos deformes garrapateados con mano insegura. Me es imposible leer el mensaje.


Anonadado me niego a desecharlo y regreso a esas letras mal dibujadas, hago esfuerzos por descifrar, por adivinar el detalle de esos trazos imprecisos. Entiendo que la dificultad de esta empresa requiere un mayor esfuerzo.

  

A simple vista es imposible leer estos vocablos, estas letras apretujadas. Necesito desentrañar estos garabatos para entender el mensaje. Comprender el significado de estas diez palabras es una prioridad, alguien me ha confiado una nota y espera una respuesta, seguramente conozco al remitente y me necesita. La curiosidad es también un poderoso motivo.


Una lámpara me ayuda a iluminar la incomprensible caligrafía, la luz define algunos trazos que se destacan entre la espesa telaraña, se despejan algunas incógnitas y me acerco a entender letras conocidas.


Se me ocurre asentar debajo del texto el registro de las letras que me son familiares para poder acceder con mayor facilidad desde lo conocido a lo desconocido, quiero trazar un esquema aleatorio de interpretación y con ese método obtengo un primer logro satisfactorio, pero incomprensible todavía.


E - - oy    a - a - - a - a     - i - - - o     -o - e - - a - -e    pe - o    - o    p - e - o    a - a - - a-    - i-   a - - - a.


La línea de información continúa siendo un misterio, mi atención a los detalles debe ser mayor. Encuentro que uno de los símbolos desconocidos sobresale en forma de verruga deforme y se repite con frecuencia, una vez más recurro al auxilio de la luz y encuentro cierto parecido de esa incógnita con la letra -t-. La copio en los lugares en donde se destaca y me sorprende un resultado alentador.


E - toy    ata - - a - a    - i - - to     -o - e - ta - te     pe - o      -o    p - e - o     a - a - - a -     - i -     a - - - a.


En voz alta, con insistencia, repetidas veces me oigo pronunciar esa primera palabra casi descubierta, cambio consonantes en ese espacio vacío y la letra con mayor sentido resulta ser la -s-


Busco semejanzas de esa grafía en las otras palabras, una vez más la lámpara resulta una gran aliada. Encuentro parecidos y reacomodo el texto, con este nuevo descubrimiento me encuentro ahora más cerca de desentrañar las verdaderas palabras escritas sobre el papel y poder leer el mensaje.


Estoy  atas - a - a     si - - to     - o - est - - te     pe - o    no      p - e - o    avanzar   si -    a- - - a.


Me emociona estar a un paso, repito el mensaje a los gritos, intercambio posibilidades en los espacios vacíos y finalmente un texto aceptable se revela.


Estoy  atascada,  siento  molestarte,  pero  no  puedo  avanzar sin  ayuda.


Al leer la línea descubro también al remitente. Es mi vecina, no me cabe ninguna duda. Ella es escritora, pero la evidencia demuestra que el uso de la computadora impide el desarrollo de la caligrafía.


Los escritores, en ese afán de crear imágenes deslumbrantes, combinar la sonoridad de las palabras, imaginar personajes, colocar los acentos debidos, marcar las movibles comas en los espacios que mejor le acomoden a su ritmo desbocado y poner puntos y aparte para buscar oxígeno luego de una acción desenfrenada, se han olvidado del arte de la escritura manuscrita y no son capaces de un texto decente.


Mi vecina necesita con urgencia mi ayuda, la he visto en esos estados de exaltación que la consumen y la llevan a extremos que pueden resultar peligrosos, creo saber lo que necesita. En la cocina me convierto en alquimista. En un mortero voy colocando semillas de cardamomo, pimienta, clavos de olor, un trozo de canela, ralladura de jengibre y un puñado de hebras de té rojo, muelo estas especias y espero que el agua hierva.


Con una taza de aromas humeante toco la puerta de mi vecina. Ella abre con un cigarrillo encendido entre los dedos, los ojos volados, sin peinarse, arropada con una vieja bata de paño, descalza, hundida en oscuras ojeras, intoxicada con el blues de Lucille Bogan, atascada en una historia, persiguiendo un personaje que se esfuma.


En silencio le ofrezco la taza. La cocina pide ayuda y me voy directo al lavaplatos que parece un campo de batalla, abro el chorro del agua y comienzo a lavar los platos. Espero a que ella inicie una conversación.

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