Una mujer decidida
A Mirian: En el día del libro
Ella lee con la indulgencia
de ser la destinataria de mis letras
y señala con criterio de Bibliotecaria
mis frecuentes errores.
de ser la destinataria de mis letras
y señala con criterio de Bibliotecaria
mis frecuentes errores.
Matilde Ríos recién había cumplido veinticinco años, tenía cuatro de
graduada de Bibliotecóloga, y quiso el acaso colocarla en ventaja, le entregó
un triunfo por su esfuerzo. En la balanza de los equilibrios se anotó su
respectiva y necesaria cuota de sacrificio.
Matilde se había graduado con honores y acababa de terminar una Maestría
sobre la “Aplicación de las Nuevas Tecnologías en las Ciencias de información”
Era dedicada y obstinada hasta extremos insufribles. Recibió una oferta de
empleo que cambiaría su vida para siempre, le ofrecían el cargo de Directora de
Biblioteca en una ciudad pequeña, lejos de la Capital.
Terminó por aceptar el cargo; convenció a sus padres con la promesa de
visitarlos una vez al mes y se presentó en la Biblioteca el primer día del mes
de septiembre, tenía una enorme cantidad de ideas y proyectos, todos sus
conocimientos puestos al servicio de los usuarios, y ella, Matilde Ríos,
convertida en ejecutora indiscutible de futuros inmediatos.
A la semana de estar trabajando se presentó un anciano y pidió hablar con
la Directora de la Biblioteca.
-Soy yo-, dijo con amabilidad, desde el mesón de referencias.
Habló desde esa isla donde ella direcciona el norte; desde donde traza las coordenadas para navegar en los caudales de las letras, en las riberas aparentes de los datos, en los raudales de los libros contenidos en las presas de anaqueles subterráneos.
Habló desde esa isla donde ella direcciona el norte; desde donde traza las coordenadas para navegar en los caudales de las letras, en las riberas aparentes de los datos, en los raudales de los libros contenidos en las presas de anaqueles subterráneos.
Buscó en su memoria el rostro de ese abuelo que le era familiar y en ese
momento se le escapó el nombre, se perdió en un resquicio, se escabulló con
otras sombras también imposibles de rescatar y no pudo encontrar la imagen
entre los lamparazos que disparó su memoria.
-Quiero solicitar un libro-.
-Es uno de los títulos más maravillosos que he leído-, afirmó el anciano con voz pausada y buena dicción.
-Es uno de los títulos más maravillosos que he leído-, afirmó el anciano con voz pausada y buena dicción.
-Puede llenar esta ficha por favor-, dijo Matilde, al tiempo que le entregaba
un papel impreso cortado bajo el filo de la a guillotina, del tamaño de la
mano.
Al recibir la ficha de vuelta, el título y la firma llamaron de inmediato
su atención.
Título: Las Mil Noches y Una Noche
Autor: Anónimo
Traducción J.C. Mardrus
Tomo I
Solicitante: J. L.B.
Autor: Anónimo
Traducción J.C. Mardrus
Tomo I
Solicitante: J. L.B.
Dudó un instante y por respeto no se atrevió a corregir al anciano, pero
estaba completamente segura de una cosa: El título del libro que ella había
leído era parecido, más no era igual.
Recordó con claridad la portada del libro y las letras gordas del título
Las Mil y Una Noches.
Recordó con claridad la portada del libro y las letras gordas del título
Las Mil y Una Noches.
Asumió que el personaje que la visitaba se había equivocado, achacó ese
error a la edad, a la distracción de una memoria resquebrajada por la acción
del tiempo, ese enemigo sospechoso de todos los males que golpean con
insistencia a las personas y colocan una capa oscura que distorsiona el
pensamiento, y los años dejan de ser un aliado, que enriquece a la experiencia,
para convertirse en ladrones de recuerdos, que obligan una vida a tientas,
asidos a las dudas y al bastón de la dignidad.
Le gustaba tratar a las personas por su nombre y más aún si eran mayores,
creía que esa actitud imprimía respeto y confianza, por esa razón preguntó:
-Disculpe-. -¿Cual es su nombre?-.
- Justo Leonardo Bosco-. -Señorita-.
- Espere un momento-, dijo. -Siéntese aquí por favor-; sugirió Matilde con
amabilidad.
Inmediatamente buscó en los ficheros a su alcance. Con la facilidad de
quien maneja los códigos impresos, encontró sin ninguna dificultad la
ubicación, anotó los datos y se dirigió al sótano en donde los libros esperaban
para salir a tomar aire.
Mientras caminaba creyó oír la voz del anciano que en tono reposado le
advertía:
-No está-.
Matilde buscó según la cota que había anotado, pero no encontró el libro,
intentó con otros datos, corroboró la posibilidad de un cambio de lugar,
presumió un olvido de su antecesor, utilizó el título, el tema, y otras muchas
combinaciones sin resultado. Sabía que el libro no estaba en préstamo y que
debería estar en uno de los anaqueles. Pero lo que no sabía era precisamente en
donde buscar un libro sin rastro, sin huella, que en apariencia no quiere ser
encontrado.
Regresó a la sala un poco descorazonada, al verla con las manos vacías,
Justo Leonardo Bosco le confesó:
-Esperaba el cambio de Director de la Biblioteca, en secreto rogaba para
que nombraran en reemplazo a una mujer joven. Parece que me equivoqué al
pensar, que finalmente el libro tendría alguna delicadeza y en su honor se
mostraría, se ha estado escondiendo por mucho tiempo-.
Sin darle tiempo a la joven Bibliotecóloga de intervenir, mirando las dudas
y el asombro en su rostro, con muestras evidentes de estar perdida entre las
oraciones que él hilvanaba, mirandola azorada, continuó-:
-Juan Villoro escribió el “Libro Salvaje” y creo que pensaba en lectores como
yo, en personas que necesitan una explicación fantástica de cosas naturales y
hasta predecibles, como por ejemplo, esta que nos acontece hoy; que desaparezca
un libro en una pequeña Biblioteca de una ciudad de regiones-.
-Afirma Villoro-: -Los libros esperan a su lector ideal-.
-Debo confesar un detalle de mi amistad con el anterior Director-. -Él me
permitía entrar al sótano y seleccionar los libros que quisiera, muchas veces
lo sorprendí con títulos, que ni siquiera sabía que estaban a su resguardo-.
-Cuando yo encontré Las Mil Noches y Una Noche, aquí, en esta Biblioteca, un
fresco olor de dátiles y damascos inundó el lugar y el lomo de ese libro, sin
ninguna exageración era como la arena del desierto-. En ese momento y por una
única vez, inexplicablemente, sentí la presencia de Alá, el Magnífico-.
El anciano Justo había logrado confundir a Matilde Rios, ella, con todo el
conocimiento adquirido en la Universidad, con la juventud y la memoria
intactas, no lograba encontrar los seis tomos de las Mil Noches y Una Noche, y
según el señor Bosco los libros estaban decididamente escondiéndose de él y
ahora también de ella.
Jamás se le hubiera pasado por la cabeza esta idea, los libros y su
legítima autonomía. Matilde, con la misma firmeza con la que decidió abandonar
la capital, las cadenas familiares, los afectos y venirse a una ciudad entre el
polvo y el olvido a trabajar, tomó la decisión en ese instante de localizar el
libro, quería ver en el rostro del anciano una sonrisa, la alegría de un
triunfo, quizás para él su última victoria.
Se imaginó que el señor Bosco, al tener de nuevo el libro entre las manos
podía viajar a esos desiertos que ya su cuerpo no le permitía y con firmeza le
dijo:
-Señor Justo, voy a buscar ese título bandido y no descansaré hasta
encontrarlo, deme por favor sus datos para avisarle-.
-Puede estar segura que cuando usted lo encuentre vendré; contestó el
anciano, y así como había llegado, con paso menudo y lento, se marchó-.
Lo primero que hizo fue buscar “El Libro Salvaje”, necesitaba
explicaciones. Esa mañana, el anciano personaje que la visitó asomó la
posibilidad de que en las líneas escritas por Villoro podía encontrar una pista
de la desaparición de los libros de su Biblioteca.
Quiso entender por cuenta propia lo que expresó el anciano, los libros
necesitan quien viva las emociones y aventuras contenidas en ellos, aquellas
personas que puedan darle sentido y además múltiples y variadas
interpretaciones a las frases y oraciones contenidas en ellos, los libros
buscan a sus lectores, esa noche leyó de un tirón, sin detenerse “El Libro
Salvaje” y encontró una verdad que no se aprende en la Universidad y es el
fundamento básico de ser Bibliotecólogo.
Trazó de inmediato una metodología de búsqueda guiada por la curiosidad, el
interés y el corazón; más que con las técnicas aprendidas en los salones de
clases. Deseó encontrar “Las mil Noches y Una Noche” para vivir ella la
experiencia inigualable y maravillosa que le contó el anciano.
Se paseaba por las estanterías, manoseaba con los ojos cerrados los lomos
de los libros y un día sintió que entraba al sótano una ráfaga de aire trayendo
el olor de jazmines recién cortados, cerró los ojos un instante, avanzó unos
pasos, tropezó y se vino abajo toda una fila de libros, los levantó con la
ilusión de encontrar el libro entre los caídos, los colocó en su lugar
respectivo, se quedó con las manos vacías. La sensación de jazmines recién
cortados desapareció.
Al llegar a su casa un libro saltó sobre su cama, se había escondido en su
bolso, en la página abierta leyó:
“Yo ofrezco desnudas, vírgenes, intactas y sencillas, para mis delicias y
el placer de mis amigos. Estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas
sobre su tierra natal y sobre el agua”
Matilde Ríos cada noche se convierte en princesa árabe, o maga, encarna una
efrit con poderes extraordinarios, otras muchas es cabalgada y goza de los
embestidas de un negro bien dispuesto, o es la esposa fiel de un príncipe dueña
de un séquito y hermosos vestidos. Es la protegida de Alá y se entrega a sus
designios, a su destino maravilloso. En otras oportunidades, camina por las
calles de Damasco escondiendo su belleza con velos y se adorna con pulseras de
oro y plata.
Matilde regresa con el libro a la
Biblioteca cada día para entregarlo al anciano, no lo quiere volver a perder y
por esa razón no lo deja en la libertad de un anaquel. La Biblioteca se ha
convertido en un universo insospechado, que le entrega los fulgores de
estrellas lejanas, inalcanzables.
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