Huir
-Alo-. -Usted ha llamado al número de
emergencia-. -Cuál es su nombre, que peligro enfrenta y donde se encuentra-.
-Soy Acevedo-. -Me he convertido en rehén
de un recuerdo-. -Estoy encerrado en el número 324 de la calle Pensilvania-.
-Está solo-. -Se encuentra herido-. Puede
moverse-.
-Hace diez años huí de esta ciudad con intención de no volver-. -La
culpa y la tristeza me señalan
cada día que la decisión de escapar fue un error motivado por la cobardía, por
mi cobardía-. -Los sucesos que
me empujaron a tomar esa decisión, vistos ahora en el espejo del tiempo,
no me justifican-. -Yo me hundí en ciénagas desconocidas y con malabarismos de
voluntad logré asir el primer eslabón que me ofreció el azar-.
-Obligado por el acaso regresé a la ciudad
y desde hace quince días estoy encerrado en esta casa-. -Tengo miedo-. -Camino
descalzo entre tinieblas, mi agonía es constante-. -Estos pasillos me asfixian-. -El techo de la habitación se me viene encima con intención de aplastarme-. –La
sombra del recuerdo se tragó las horas y logró desconectar el tiempo- -Incapaz de establecer una rutina
entré al hueco en
donde me acechan imponderables-. -Necesito ayuda-. La ansiedad me domina y
en este encierro innecesario voy a terminar por desconocer la realidad, por
aceptar el delirio como verdad-.
-Usted ha dicho que es rehén de un
recuerdo, puede hablar de ese recuerdo del cual es prisionero-.
-Hace diez años vivía con
austeridad, entre los límites que mi condición económica me permitía, compartía
con otros tres muchachos un departamento, ninguno de nosotros llegaba a los
treinta años y como yo, eran también extraños a la ciudad-. -Cada quien cargaba
el peso de sus motivos en silencio y no teníamos la intención de compartirlo-.
-El horario de nuestros trabajos obligaba
la distancia ideal, entre la prudencia y la ausencia y eso facilitó la
convivencia, pero el destino vino a cambiar
las reglas, abrió la puerta a la incertidumbre que entró vestida de
mujer sin horario establecido-.
-Cada vez con mayor frecuencia nos
tropezamos: muchas veces nos encontramos enfrente de la nevera, o en espera del
turno para el microondas, en el pasillo de la entrada, camino al departamento,
y sin darnos cuenta, pasamos del saludo obligado a la conversación por
cortesía, al intercambio de ideas, a la confesión de temores, a la franca
exposición de nuestras esperanzas y terminamos por compartir la cama y los
gastos-.
-Nos iniciamos en el rito de mirar un
futuro único y saltamos a la independencia-. -Nuestras necesidades crecieron
mucho más rápido que nuestros salarios, los gastos urgentes se hicieron
inevitables, los imprevistos nacían con los sueños y comprar se convirtió en un
mal hábito-.
-En nuestras primeras conversaciones ella
confesó que venía del oscuro mundo de las penurias, que juntaba privaciones
para completar el día y me obsesionó la idea de arrastrarla de regreso a las
carencias y esa razón me impide negarme a sus deseos-.
-Seis meses enfrentaron mis ahorros un
gasto desbordado, yo agazapaba las negaciones y finalmente se agotaron mis
reservas, se acabó el entusiasmo de las afirmaciones y el miedo se instaló como
inquilino en mi estrecho pensamiento-.
–Me es imposible mirar la desilusión en
sus ojos y desnudar mi fracaso, la cobardía me aconsejó escapar-. Desde ese
momento estoy huyendo-. -Ese es el recuerdo del que soy prisionero desde hace
diez años-.
-Quien atiende tu llamada de auxilio,
Acevedo, es la mujer de tu recuerdo, no he dejado de esperarte, y ahora el
destino nos reúne nuevamente y abre la puerta de otras oportunidades-.
-Espérame, voy en camino al 324 de la
calle Pensilvania, no permitiré que sucumbas al delirio-.
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