Tumbado en la cama


El accidente me dejó disminuido. En el instante del incidente algo sucedió, o quizás fue luego, más tarde. Me es imposible en las condiciones que me ha dejado el percance conocer los detalles del trastorno, el tamaño del daño que sufro, mucho menos explicar la circunstancias que ocasionaron esta conmoción.
Sigo la pista de acertijos a una verdad escurridiza. Me acerco despacio y con temor, no puedo negarlo, a suposiciones. Lo cierto es que entre mis costuras algo se descosió, se fragmentó, se resquebrajó y dio origen a una fisura irreparable por donde se escapan mis posibilidades.
Quizás un  fallo en el latido de mi corazón, una sincronía en esos impulsos creó una grieta, una hendidura, un desgarro que hizo aguas, inundó el complejo sistema cerebral y obligó a saltar, a dar un brinco a la corriente continua y se  produjo un cortocircuito en el confín de mi cerebro y perdí el hilo.
Con impaciencia, con angustia, intento encontrar las puntas del hilo y atarlas de cualquier manera, con un nudo improvisado, si eso es posible, pero invariablemente me extravío en vericuetos inverosímiles que jamás se repiten y no logro dar con el camino correcto.
En esta oscuridad intento vislumbrar un centenar de hipótesis: me figuro por ejemplo, que antes, mucho antes del accidente, ocurrió un suceso al que no le di importancia. Sospecho, que un coágulo atomizado inició con inocencia un recorrido distinto y despistado fue anulando a su paso barreras infranqueables, hasta que finalmente, en un giro descarriado desarticuló el sistema de defensa y simplemente, esta condición a la que fui violentamente empujado es apenas una consecuencia de mi propia dejadez, de mis continuos olvidos, de mi ingratitud con este cuerpo al que le he exigido el máximo rendimiento sin atender los debidos protocolos de cuidado.
Me he internado en extraordinarios y confusos laberintos, que desconocía hasta este momento, en un intento por deducir con cierta metodología el camino a la salida. Encontré, o creo haber encontrado en esos laberintos una extraña y pesada publicación de imágenes borrosas, recortadas, mutiladas; en ellas, no pude reconocer ningún detalle que me permitiera encontrar alguna lógica a los innumerables interrogantes que me asaltan. Las alternativas que surgen me llevan invariablemente al filo de un abismo en la boca de un volcán y no me atrevo a dejarme caer.
Conjeturo que me detiene el instinto de conservación, en ese momento de incertidumbre tomo enormes bocanadas de aire y me aferro a esta nada pegajosa. Un ataque de tos impide la calma.
Cansado por el esfuerzo me duermo y al despertar ni siquiera un vago rastro de sueño deshilachado enciende las luces de  alguna idea, aunque sea descabellada, nuevamente insisto en la búsqueda de razones que justifiquen mi existencia.
Pago con creces la deuda acumulada por años, he descuidado mi cuerpo, los intereses se han convertido en una pesada penitencia y me conducen lentamente a esas viejas fronteras conocidas de la derrota. Intuyo que atravieso una situación de riesgo, presiento estar a un paso del temido fracaso y no me atrevo a iniciar movimiento alguno.
Paralizado, aterrorizado, se me crispan los músculos sin gobierno y siento agudos dolores. Intento gritar, pedir ayuda, clamar
misericordia, pero me es imposible articular palabra.
Atravieso una difícil circunstancia, presumo que debo darme prisa, no es el momento de holgazanerías, no quiero distracciones y me abstengo de abrir los ojos para poder concentrarme, permanezco en estado de alerta en esta continua búsqueda desesperada, me quedo nuevamente sin aliento, busco oxígeno.
Agotado, insatisfecho, descontento con estos intentos inútiles, pierdo una a una las esperanzas que construí siguiendo la lógica de la supervivencia por encima de las condiciones adversas.
Presumo, que estos pocos pensamientos desordenados, que atesoro como un triunfo, no serán suficientes para enfrentar con decisión y coraje este camino de aluvión, que alguna vez me habían vaticinado y que logré evadir con éxito hasta ahora.
Oigo voces, o quizás, imagino una conversación.
-Doctor-. -¡Necesito saber la verdad!-.
-Su esposo-. Dice el doctor. -O lo que queda de él, es este cuerpo sin movimiento y no lo recuperará jamás, quizás tiene la capacidad de generar algún pensamiento, pero no lo no lo sabemos con certeza, eso es lo único que puede hacer en su desvalida condición-.
-Ayúdeme Doctor a dejarlo descansar en paz por siempre y para siempre-. –Ninguno de los dos merece este calvario-.

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