El Monstruo Come Letras




Antonio le dijo a Juan y Juan le contó a Vicente, Vicente lo relató y yo lo narro para no olvidarlo. Los acontecimientos que voy a escribir se sucedieron en esta hora de cambios urgentes. Presenciamos cada vez con mayor asombro nuevos y extraordinarios descubrimientos, vemos con sorpresa a cada minuto una novedad, un original artificio supera a la anterior innovación. Los insólitos descubrimientos hacen la vida unas veces más cómoda y otras veces más complicada. Automóviles que corren velocidades imposibles, aviones que en el aire van conversando con las nubes y atraviesan el cielo entre rayos y centellas, satélites suspendidos en el espacio que vigilan lo que pasa en cada rincón de la tierra, teléfonos que caben en la palma de la mano y a través de ellos  viajan nuestras voces y nuestras imágenes alrededor del mundo en un instante, dispositivos y computadoras que pueden repetir en una pantalla  datos increíbles y donde podemos escribir y recibir respuesta casi en el acto desde lugares remotos.


Esta es la historia de una familia que en medio de los cambios que nos sorprenden tuvo que separarse y tomaron rumbos diferentes. Los hijos y la madre se fueron a un costado del mundo a buscar nuevos horizontes, abrir posibilidades de una vida mejor en otras tierras. En ese lugar los inviernos son largos y blancos, la primavera es azul y huele a torta de chocolate, los veranos son intensamente amarillos, se come sandía, en el otoño los rayos del sol son de cobre puro y el suelo se cubre con  hojas color de bronce.


Armando, que así se llama el hombre de esta historia, en cambio, rodó en el mapa hasta el confín del sur buscándose la vida, se descolgó por la cordillera de los Andes y fue a detenerse en un lugar tan apartado y olvidado que los inventos tardan en llegar,  muchos son desconocidos y a veces no aparecen. En este  punto perdido del mapa, en el fin del mundo,  apareció una tarde cuando el sol incendiaba el cielo, llegó cansado, cubierto de tierra y con un viejo sombrero de su abuelo rescatado de un baúl.


En este remoto pueblo las calles son de tierra, se anda a lomo de mula y en el cielo únicamente vuelan los pájaros y los volantines  suspendidos con hilos a capricho de los muchachos. Aquí todos los días son iguales, se repiten con fidelidad, igual que se repiten las imágenes en los espejos.


De la noche a la mañana y sin darse cuenta se convirtió en minero, de esa forma Armando respondía la carta de un amigo. En la carta que recibió el amigo le contaba que había encontrado una mina y quería que Armando lo acompañara. El amigo le recordaba, que de pequeños, ambos jugaban a ser mineros y en los recreos, en aquella escuela donde eran compañeros, ellos se llenaban de piedras los bolsillos y colmaban de risas los pasillos.


El amigo de Armando le puso el nombre de Extraviada a la mina,  ya había sido descubierta por otros aventureros hacía mucho tiempo, pero después de un terremoto no lograron encontrar la entrada, se había extraviado en un instante en que la tierra se sacudía con fuerza.


En la carta, el amigo le contó que una noche acampaba en las montañas y lo deslumbró un  relámpago violeta, desde el cielo el destello le hacía señales urgentes, sin pensarlo caminó en la oscuridad toda la noche buscando el origen de ese extraño relámpago violeta que lo llamaba con insistencia, caminó entre los árboles sin seguir ningún sendero, el relámpago marcaba el rumbo.


Sintió el ruido de leves pisadas que lo seguían y sin prestarle mayor atención siguió caminando en la oscuridad, caminó muy despacio por brechas angostas y peligrosas, en algunas oportunidades caminaba con la espalda pegada a las piedras para no caerse al vacío, siempre atento al fogonazo violeta que se abría entre las nubes.


Desde el fondo de aquellos barrancos el ronco sonido del viento silbaba, lo llamaba con insistencia, él miraba a cada momento el  cielo para no perder el relámpago y en el silencio, en medio de la oscuridad, solamente oía que algo o alguien lo seguía, pero no tuvo miedo y caminó sin descanso  durante toda la noche.


Poco antes del amanecer volvió a ver el relámpago violeta, asomó un instante, justo detrás de un árbol inmenso que le impedía continuar la marcha, no encontraba la manera de seguir, se quitó la mochila y apenas la soltó se coló entre sus piernas, a la carrera, el mapache que lo acompañó durante esa noche y se perdió entre las ramas del árbol con su mochila, trató de atraparlo y no pudo, tuvo que arrastrarse entre las tupidas ramas del árbol y en ese momento vio por última vez el fogonazo del relámpago. El reflejo violeta que lo mantuvo despierto y caminando toda la noche desapareció justamente en la abertura de dos inmensas piedras sembradas  detrás del árbol y por allí se coló con dificultad, detrás del mapache, siguiendo el relámpago.


Al traspasar esa barrera se encontró tan cerca del cielo que pensó en agarrar las nubes con las manos y exprimirlas para que lloviera, el día era de un blanco que encandilaba y en la noche el violeta brillaba con el reflejo de las estrellas sobre el espejo de Litio. Había descubierto la mina extraviada.


Armando y su amigo se instalaron en ese pueblo de olvido. Cada 15 o 20 días Armando recibe las cartas que envían sus hijos, el correo es la única conexión con el mundo y llega los miércoles. Apenas recibe las cartas las  contesta y de esta manera mantiene un permanente contacto con sus hijos, pero un día ya no llegaron las cartas, comenzó a preocuparse y se dejó ganar por la tristeza. 


El tiempo se le escapa a Armando en esperar al cartero que se presenta sin falta cada miércoles a la misma hora. Una mañana calurosa y soleada Armando ve llegar a un viejecillo de pelo blanco que carga un pesado bolso verde, un bolso curtido por lluvias, sudores y polvo acumulado. Es un cartero diferente. 


Desde la puerta Armando preguntó si había cartas para él. El anciano buscó una y otra vez con la paciencia que acompaña a las personas mayores y le respondió finalmente con una rotunda negativa.


Armando se puso tan triste que conmovió al viejo cartero. El anciano le pasó  la mano por la espalda, le dio palmadas en el hombro con su mano pequeña y le preguntó.


- ¿De quién esperas correspondencia?-


Armando respondió en un susurro, apenas un soplo, conteniendo las lágrimas.


-Espero carta de mis hijos, ellos están muy lejos y hace mucho no los veo-.


-Estoy cansado, tengo mucha sed, dame por favor un poco de agua y te cuento una historia-. Comentó el anciano. Armando se dejó llevar por las palabras suaves del viejo cartero y por la promesa de la historia, sin saber su nombre lo hizo entrar a su casa, lo ayudó con el bolso que colocó sobre una mesa y le ofreció un sillón cómodo mientras le servía un vaso con agua fresca.


El anciano muy despacio, con mucha ternura, casi con dulzura, comenzó a contar la historia prometida.


-Un día, hace muchos años, en lo profundo de un inmenso cajón de madera pulida, tan hondo, que parece no tener fondo, allí donde se almacena la correspondencia, se me escapó una carta de las manos, sentí que me la habían arrebatado-. -En ese momento logré ver entre la montaña de sobres cerrados a un monstruo amarillo, de un amarillo intenso, tan brillante, que deslumbraba como el oro, con un par de ojos en el rostro parecidos a  dos inmensas  -S S- letras grandes y mayúsculas. Los pelos alborotados y erizados en la cabeza eran una gran confusión de letras enredadas entre sí y se podían leer a duras penas la  -W-  la  -K-  la  -X-  y otras que no se distinguían en el alboroto de letras enredadas entre sí, todas ellas, las más difíciles para construir palabras en español-.


El cuerpo del monstruo era una inmensa -Q-  en su boca de media luna abierta destacan sus dientes blancos y verdes dispuestos sin orden, en esa boca de sonrisa permanente se distinguen con nitidez la -I-  la  -T- la  -L-.

-En aquel tiempo yo era más ágil, de un manotazo lo agarré, me escupió un montón de letras secas, a medio morder, pero no lo solté, con firmeza lo sujeté con mis dos manos-. -El monstruo come letras soltó una sonora carcajada que parecía el sonido de piedras que chocan-. -Pensándolo mejor, el sonido de esa risa es más la A y la O resbalando por una montaña de papel de lija-.


-Yo lo tenía agarrado firmemente, pero comenzó a tomar aire y a inflarse, parecía un globo a punto de reventar, al principio lo sostuve con fuerza y en la medida que tomaba aire se convertía entre mis manos en un  gran -8- me costaba mucho sostenerlo y el monstruo seguía inflándose y riéndose, no pude aguantar la presión por mucho tiempo, ni siquiera me dio oportunidad para pedir auxilio-. -El monstruo se hacía más y más grande hasta que finalmente se transformó en una inmensa -O- que se resbaló de mis manos y escapó-. -Desde el fondo del cajón, escondido entre los sobres me dijo con  voz oscura, burlándose de mí-.


-Yo soy el espíritu de las cartas que nunca llegan-.


-Y continuó con un chillido como si chocaran dos hileras de íes-.


-Yo me voy comiendo las letras de esas cartas y por eso tú jamás las encuentras-.


-Luego, dijo en tono más tranquilo, de serena confesión-.


-Las cartas que más me gustan son aquellas que no guardan una línea recta y las palabras parecen olas sobre el papel, las que vienen sin fecha, las que escriben los niños con cómicos dibujos y bastantes errores-. -Me gustan mucho los manuscritos en donde encuentro palabras escritas con letras mayúsculas y minúsculas sin guardar ni orden ni reglas, formando una gran confusión, sin acentos, ni comas, ni signos de puntuación-.


-Las únicas que no toco y miro con asco, son aquellas que escriben con tinta roja, al comerlas el cuerpo se me llena de ronchas que arden y pican mucho, también se me humedece la boca y una gruesa baba como engrudo se me escapa entre los dientes, se me pegan las cartas al cuerpo y me duele mucho la barriga-.


-El Monstruo Come Letras guardó silencio y desapareció, ya no dijo una palabra-. -Rápidamente revolví las cartas con bastante fuerza, tenía la esperanza de encontrarlo nuevamente y sacarlo del cajón, pero era una tarea imposible, busqué una larga pala de madera que usamos para revolver el fondo y sacar las cartas, pero no lo volví a ver nunca más-.


-Yo sé que el Monstruo Come Letras está allí. Algunas veces me he acercado hasta el cajón sin hacer ruido, casi sin respirar, intentando sorprenderlo, pero no lo he logrado, oigo de vez en cuando rasgar las  cartas y comerse las letras con apetito voraz-.


El viejecillo se levantó despacio y se despidió, caminó con sus pasitos cortos hasta la puerta, colocó la mano en el hombro de Armando le dijo adiós y le aseguró que  muy pronto recibiría noticias de sus hijos.


Armando, lo despidió con el cariño que se siente por los abuelos, asomó en su rostro una sonrisa  y ayudándolo con el bolso lo acompañó a la puerta.


Armando muy contento se sentó en la mesa y escribió una larga carta a sus hijos, les pedía que de ahora en adelante le escribieran con tinta roja, no quiso contarles la historia del Monstruo Come Letras.


Aguardó con paciencia unos días, la esperanza había regresado y volvió a ser el mismo, regresó cada mañana a La  Extraviada y trabajó extrayendo las riquezas escondidas, se quedaba en casa los miércoles, estaba seguro de recibir en cualquier momento noticias de sus hijos.

Una mañana sintió las cartas deslizarse debajo de su puerta, las tomó, las letras eran rojas y supo que sus hijos le habían escrito, quiso en ese momento abrazar al viejo cartero y agradecerle.


Abrió la puerta, pero no vio a nadie, corrió en busca del viejecillo para darle las gracias pero no logró darle alcance, buscó en todas las direcciones posibles al anciano sin encontrarlo, corría de un lado para el otro, pero no encontró ni una sola señal.


Sin desanimarse siguió corriendo hasta las Oficinas del Correo,  llegó completamente sudado y alterado, casi no se le entendía lo que hablaba entre la asfixia de la carrera y la emoción.


Por más que preguntó, que contó una y otra vez del viejo cartero, de su bolso verde, de sus cabellos blancos, nadie pudo ayudarlo ni responder en donde encontrarlo, nadie lo había visto, nadie lo conocía. Ningún anciano trabaja  en el correo, dijeron.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-