La clave es un recuerdo


Avanza lentamente con pasos apagados, intransigente sumerge la cabeza en el pasado y permanece ajeno a las falsas urgencias que se le ofrecen, es indiferente a estos apremios que considera en realidad una repetición de espejismos.
Tiempo atrás persiguió con afán esas ficciones y se plantó con entusiasmo y voluntad frente a probables caminos. La aspiración de alcanzar esas quimeras se convirtió en una empresa formidable para sus escasos recursos, pero ya puesto a girar en el torbellino del desenfreno quiso probar suerte y rendir para su beneficio el logro de otras ilusiones menos exigentes, avanzó con entereza y triunfó y fracasó en la misma medida.
Este día no trae ninguna novedad, cuanto le rodea es parte de una vieja y gastada película vista innumerables veces, todos sus acontecimientos son hueros, sus renovados engaños no logran cautivarlo. Sus sentidos están ahora al servicio de los recuerdos que decide convocar, más como una necesidad, que por el lujo de revivir el pasado.  
Los recuerdos le presentan imágenes de ausencias, de despedidas, y se multiplican en un desfile desordenado que no lo complace. Él quisiera cierto orden, preferiría recordar los  acontecimientos pasados en sucesión cronológica y ganar la nostalgia como respuesta, pero no es posible. Su memoria trabaja en otra dirección, atiende otras razones.
Otros impulsos que él desconoce iluminan el hilo del recuerdo y lo llevan a revivir deserciones, faltas, omisiones. Él está tras la pista de un recuerdo que presiente es una llave, una clave para el sosiego que necesita.
La muerte y sus innumerables variaciones tienen también un espacio en sus recuerdos, muerte súbita, definitiva. Se detiene, cierra los ojos bajo este cielo azul, toma un largo y profundo aliento y se repite entre dientes una frase suya: en la muerte no hay nada definitivo.
Alguna vez cruzó la línea de la desesperanza y perdido buscó una salida fácil, rápida, determinante y en ese momento  pensó que la muerte era el fin del camino. Hoy que recorre esta calle con sus pasos apagados en busca de ese recuerdo que lo evade, puede asegurar por experiencia propia que la muerte es una encrucijada de horizontes desconocidos, lo definitivo es el miedo.
Ante la muerte él ha tropezado innumerables veces con incertidumbres, enigmas, interrogantes sin resolver, con sospechas y dilemas que presentan por igual las ausencias cómo las despedidas, está convencido que la línea que distingue la muerte y que la diferencia de los adioses es apenas un suspiro.
Sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor mantiene el rumbo y sigue tercamente hurgando en la memoria con la intención de pescar el recuerdo que lo elude. Es esclavo del pensamiento, se ha convertido en lo que piensa y no en lo que es realmente.
Oye el eco de las olas y sabe que está cerca, el sonido lo guía a la orilla de la playa. Impasible y obstinado, el mar se empeña en hacer cumplir tenazmente el destino de las olas.
Está frente al mar, camina con dificultad sobre la arena, insiste en la selección de recuerdos, tropieza, y mientras cae, el recuerdo que ha buscado con insistencia finalmente lo alcanza y lo ilumina. Pero ya no puede levantarse, el pico de una botella rota asoma sobre la arena y lo atraviesa. Mira con nostalgia el mar que no logra alcanzar y reconoce que él es una gota de ese mar inmenso y también es la enorme masa de agua que contiene la gota, y la espuma y la ola. Siente que es parte de un todo uniforme y también el todo en movimiento. El recuerdo que buscaba y que finalmente logra evocar se convierte en clave de conocimiento ante la puerta de lo desconocido.



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