Resistencia


He transitado con incertidumbre por espirales sin fortuna, he caminado hasta quedar exhausto entre asfixiantes círculos cerrados, que condujeron mis espontáneos pasos extraviados por caminos equivocados, en los que nunca me detuve a ver un bonito paisaje. Mis pobres triunfos, efímeros, se convirtieron en retos y estos en fracasos.

Empujado siempre por las circunstancias, sin método alguno  seguí adelante, detrás de cada uno de los errores cometidos las cuerdas de una guitarra me asomaron a impensados cataclismos, finalmente llegué a esta esquina oscura que me ha estado esperando con la paciencia de  la piedra, para obligarme a cumplir el capricho de un destino marcado de antemano.

La aventura que mi propia cobardía me impidió, las situaciones que nunca se presentaron, los eventos y sucesos que esperé enfrentar se escabulleron por las grietas de sueños inconclusos, pero las vivo intensamente en las páginas de los libros, en esos títulos que leo hasta gastarme la luz de los ojos.  

Detrás de  las líneas de esas historias, puedo perfectamente convertirme en un héroe y encarnar su personalidad, su distinguida presencia, sus modales elegantes y cautivadores, su cortesía y educación sofisticadas. Vivir la intensa emoción de enfrentar constantemente el riesgo y no ser presa del miedo. Cada oración, pasaje, o frase leída  me transporta a una ficción posible, en donde me convierto en un héroe desconocido.

Copio  actitudes y conductas de enorme valor en defensa de principios fundamentales, que alguna vez sentí podía encarar, pero mis lamentables y tediosos días me negaron constantemente esa opción.

En algunas oportunidades un detalle insignificante me identifica con un personaje secundario, gris, y entonces me transformo y complemento ese papel. Por discutido que parezca, cuando la lectura me asfixia de impotencia, ante poderes omnipresentes, soy sin ningún remilgo el peor de los miserables en busca de justicia.

La lectura me lleva a descubrir un mundo más allá de estas cuatro paredes en donde permanezco encerrado, pero mi pensamiento vuela y cruza las fronteras y descubro otras ciudades que no duermen, otros pueblos distintos, otras  costumbres diferentes y vivo intensamente el mundo que otros imaginan.

Con setenta años cumplidos  dejo mis queridos libros, salgo a la calle por meros asuntos domésticos: comprar alimentos, alguna medicina. Con sorpresa me encuentro con  numerosos ciudadanos que han colmado la mañana. Oigo sus conversaciones y me entero que somos cientos de miles y hoy caminamos juntos a exigir la celebración de elecciones. Me dejo ir en esta marea y una voz se levanta por encima del murmullo general:

¡Han cerrado las puertas del metro para impedirnos llegar!
¡Decidimos caminar, no nos detendrán!
¡No nos rendimos, porque no nos da la gana!

Me siento extraño y ajeno en esta multitud, sigo caminando al ritmo que marca la marcha, un pequeño grupo de militares está apostado al frente y se oye un grito, una consigna:    

¡Faltan alimentos, medicinas y nos asesinan!
¡Sobran los militares!

Una muchacha de cabello corto toma fotografías de los uniformados y uno de ellos rompe la formación y la golpea, se oyen disparos y hay una estampida.

Me siento personaje de ficción y me desconozco detrás de mi propio grito:

¡No nos detendrán!

Sigo gritando y avanzo con la sangre revuelta.

¡No nos detendrán!

Camino a encarar al militar que aún sujeta y golpea a la muchacha. Vuelan piedras. Un grupo compacto de hombres y mujeres enfurecidos regresa, se impone la fuerza de una mayoría que ha perdido el miedo. Se repiten los disparos pero son inútiles, algunos militares enredados en sus propios trajes, en sus grandes escudos, tropiezan y caen para no volver a levantarse.

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