Gruesos lagrimones corren incontenibles. Húmedos hilos de estambre marcan mi rostro congestionado, resbalan por la piel, forman surcos inéditos y dejan una huella traslúcida, crean nuevos caminos y vertientes inusitadas. El daño interno es casi insufrible, el dolor se potencia terriblemente cada momento. Me es imposible contener esta sensación de ardor, siento que me abraso, que me consumo, que me quemo. Hay quienes al verme en este estado lamentable, en un intento por ayudarme, por reconfortarme, me miran desde lejos y entre dientes pronuncian palabras de solidaridad. Ellos creen entenderme, porque alguna vez atravesaron una situación similar y salieron adelante, es una ayuda muda, un auxilio al fin y al cabo justo, que en este momento, están seguros que yo necesito. No se hace esperar más tiempo y puedo leer en labios de todos ellos esa vieja afirmación que quieren significar que me comprenden: “hermano, es natural tu dolor, tu sufrimiento” Pero aquí, sentado en ...