Un gesto frente al mar

 

Alguna vez estuve firme y sereno contra el acaso, con desdén y sin temor viví intensamente el momento, sin esperar nada del destino, con el entusiasmo de quien tiene el triunfo asegurado. Era amo de mis momentos, dueño de mis días. En ese entonces yo aseguraba con convicción: que el futuro es tan incierto como el destino, el tiempo no da tregua, los ánimos nos abandonan pronto y es necesario mantener el entusiasmo a toda costa. 


Eran mis tiempos de independencia y voluntad, yo vivía mi vida de animal primario con el ímpetu de los veinte años, sin planes, el presente como guía, seguro de la victoria. Yo fui mi dueño, puedo verlo hoy, a pesar de los espesos tules de falsedades que corriste ante mis ojos para anularme.

 

Yo rodé por un arido despeñadero persiguiendo tus ojos negros, un eslabón más en la cadena de mis múltiples y continuos errores desde el momento en que te vi y me abandoné a tus deseos. Al borde del precipicio de tu ausencia, perdieron pie mis alientos, mis ilusiones, incluso, los sueños forjados al calor de tus promesas. 


Puedo asegurar, que el cinco de mayo, en aquella manga de coleo equivoqué el camino y me perdí. Ese día, con una sonrisa de promesas y entusiasmo inesperados, me ofreciste unas guirnaldas en premio de mi triunfo y las llevé con orgullo, con satisfacción. Esas guirnaldas se convirtieron en el yugo que me mantuvo sujeto a tus caprichos, hasta que logré reunir el valor suficiente para romperlas y escapar sin destino, ni futuro, con el objetivo de encontrarme. 


Desprevenido y sin resguardo alguno, con inocencia, me acerqué confiado al abismo de tus promesas, quebrantadas las promesas, se desnudaron de inmediato y sin vergüenzas, las mentiras. Perdidas las esperanzas, ya no hago el menor esfuerzo por rescatar esas fantasías y finalmente me entrego al fracaso, a la derrota, a mi destino, a mi presente de piedras sin quimeras. Es mucho mejor y más seguro, que vivir al filo del cuchillo de tu lengua.

 

Hoy me encuentro refugiado en este pesebre, escondido, enterrado, sin mayor horizonte que la noche, este es el final de mi propio barranco y estoy  sembrado como un abeto, enfrentando los vientos, paralizado. No me reconforta el olor del ajonjolí, ni el de los eucaliptos, que se levantan y crecen sin mayores intenciones, que cumplir con su ciclo de vida, también perdí el entusiasmo de cabalgar al amanecer por los campos.


En este estado lamentable en que me encuentro es imposible dar un paso, aquí me has conducido con tus enredos y otras sutilezas. No te culpo, es  mi absoluta responsabilidad la vida que llevo y los diez años que pasé a tu lado. Ahora no hago el menor esfuerzo por rescatar espejismos y finalmente me entrego al fracaso, a la derrota, a mi destino, a mi presente de piedras sin quimeras. Es mucho mejor, que vivir al filo del cuchillo de tu lengua.


En la lumbre herrumbrosa de un recuerdo logré encontrar un humilde destello de mi nombre y con esas letras gastadas, ya sin valor alguno, en un intento desesperado, atravesé un desierto y un mar, que se hizo peligroso, sus olas revueltas me arrojaron a las playas de un país desconocido.

 

Hoy, a punto de finalizar el año, con la distancia de por medio y el tiempo como medida, sin haber podido encontrarme todavía, perseguido por la intensidad furiosa de tus ojos, intento un conjuro de último recurso y copio los gestos y las formas de las gentes que habitan en el país que me cobija.

 

A orillas de este mar, en la playa, bajo la luz de la luna del último día del año, con estas manos que te conocen de memoria, abro un hueco en la arena y coloco un papel con mi nombre, está escrito en mayúsculas, con un grueso marcador negro.

 

Con esfuerzo logro que mi mano esté firme al escribir el nombre con el que el amor de mis padres definieron mis días y rescato mi esencia de hombre libre, es el primer paso para levantarme y seguir adelante. 


Enciendo  con decisión un fósforo y quemo el papel, arde mi nombre frente a un mar en calma bajo la luz de la luna, el primer minuto del año nuevo. Cientos de pequeñas luces, de mínimos fuegos, de legítimas intenciones, iluminan esta  playa en los primeros minutos del año nuevo.

 

En ese fuego incandescente y naranja arden los errores, los olvidos, los extremos de la  cuerda que me ataron a tus deseos, a un pasado de vergüenzas, las cenizas serán el símbolo de mi renovación. He dado un primer paso, una señal inequívoca de estar vivo, de ser el dueño de mis actos, es un gesto frente al mar, que observa indiferente y empuja sus olas para apagar las tímidas llamas que iluminan esta playa.


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