El mal que lo aqueja 2014 - 2024

 

Tomás Páez abrió los labios en un intento de expresar una opinión  contraria a la audiencia que hoy lo juzga, pero no pudo articular palabra, unos ojos amarillos, intensos, se clavaron en los ojos miopes de Tomás y la mano dueña de esos ojos de víbora encendida, se coló dentro de la chaqueta con el gesto cierto de una amenaza y lo obligó a guardar silencio.

 

En ese momento vi la cara del terror en el rosrtro pálido de Tómas, cerró la boca, olvidó la intención de la defensa, no emitió sonido alguno y se sumergió en la derrota vencido por el miedo, su silencio lo condenó  a pagar las cuentas de un asesinato que no cometió, a expiar las culpas de otro.

 

El arbitrio de un juez corrupto permitía satanizar a un inocente sin mayores pruebas que la mentira. Tómas es un acucioso investigador dedicado a su trabajo y en ese trabajo, de perseguir sobre la linea el significado de la letra impresa, de la palabra escrita por otra mano distinta a la suya, había descubierto en el último poema de Ricardo Fuentes, las claves de su reciente asesinato y también al asesino, presente hoy en el juzgado, que ayudado por el miedo, apoyado por la fuerza, impide el ejercicio de la justicia.

 

Tomás Páez es interrogado por su abogado defensor, seguramente preguntas y respuestas arregladas de antemano, con el fin de ayudar al jurado a esclarecer los hechos y tomar el camino de la justicia, pero no es capaz de decir la verdad, el miedo, el implacable miedo se lo impide. 


Tomás no escribe poemas, él los examina y con meticuloso detalle exprime valiosos significados. Tomás Páez no es poeta, es un reconocido estudioso de nuestra poesía, especialista en la corriente de escritura vivencial, experto en los textos del grupo Huellas, grupo liderado por Ricardo Fuentes, quien se encontró con la muerte detrás de un poema y de esa muerte se acusa a Tomás Páez.

 

Soy amigo de Páez, me escribió, copió el texto del último poema de Ricardo Fuentes y la sospecha de saber quién lo había asesinado, en su carta me comentó  que había acudido a la policía, pero estaba seguro, que en Puerto Nutrias nadie se atrevería a enjuiciar al culpable. El asesino es  uno de tantos intocables. He comprendido tarde esta verdad, me escribió Tomás y agregó, necesito urgentemente el servicio de tus servicios, la poesía clama justicia.

 

La poesía, los amigos y la verdad, rigen mi vida desde los veinte años, conocí a Ricardo Fuentes, aunque nunca participé del grupo Huellas. Yo soy amigo de Tomás Páez y soy también poeta, no le debo nada a nadie, poseo una credencial de detective privado que utilizo con cierta frecuencia y un revólver 38 que manejo con destreza.  

 

En los rostros del jurado leo claramente la sentencia: 

Tomás Páez, con el único fin de apropiarse de la obra inédita de Ricardo Fuentes, el poeta de Puerto Nutrias, es culpable de asesinarlo.

 

Justo antes de que el juez de la orden al jurado para su veredicto, quiebro el silencio de la sala, levanto la voz y pido ser oído por el tribunal.

 

Ante el desconcierto general y la expectación que he creado, se me  permite hablar. Camino lentamente bajo el silencio escrutinio de los presentes, las miradas están puestas en cada uno de mis pasos, me posiciono en el banquillo de los acusados y declaro sin que nadie me pregunte:

 

Juro decir la verdad, nada más que la verdad, únicamente la verdad.


Mi nombre es Jacinto Lara, soy Detective Privado y me contrataron para descubrir al asesino de Ricardo Fuentes, quien encontró la muerte al conocer la debilidad de un personaje que se siente intocable, poderoso entre los poderosos, el más hombre de este lugar, de este minúsculo punto perdido en la geografía fluvial de nuestra arrebatada América.

 

Ricardo Fuentes murió asesinado por un hombre aquejado de una terrible, de una espantosa enfermedad, murió a manos de quien sufre mal de Parkinson, pero su hombría no le permite aceptar que se conozca su debilidad, ni la burla de sus miserias, pero los incontrolables, los terribles espasmos de esta enfermedad no dan tregua, ni tampoco esperan pacientes, los mejores momentos para presentarse. Fuentes descubrió el mal que aqueja a su asesino y con la franqueza que lo caracterizó, le aconsejó buscar ayuda. El asesino negó su padecimiento y amenazó de muerte a Ricardo Fuentes, quien fiel a la poesía vivencial escribió este poema:

 

He visto tu mano cobarde

con su temblor inequívoco

acodada en las sombras, 

he descubierto en mal momento

el mal que te aqueja

y has dictado mi sentencia.

Estoy seguro que en tu ley,

pasarás la página de mi destino

y se detendrán finalmente mis horas.

Ya no tendré que acudir

a compromisos de calendario

ni a futuros inciertos

y no lo agradezco.

 

Mi provocación hizo levantar del asiento al asesino, en su mano, la misma pistola que disparó la bala que mató a Ricardo Fuentes, instintivamente saqué mi revólver y disparamos, yo con el pulso firme y él, con temblores incontrolables. 


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