Un motivo -2017-


Los cuarenta años de desencantos continuos, el desánimo que causa no tener razones para dar el próximo paso, el hastío asfixiante de las  horas, el atroz silencio que arrastran las agujas de los relojes y el inesperado augurio de una gitana me obligan a salir esta tarde a encontrarme con mi destino.


Ayer, en la esquina de la Glorieta, tropecé con una quiromántica, me envolvió con su desconcertante alegría, me hipnotizó con sus ojos verdes de vaticinar diluvios y en un descuido tomó mis manos que desnudaron para ella mi futuro, mis manos de dedos largos y huesudos, de pronunciadas coyunturas, de uñas cuadradas y cuidadas, quedaron  expuestas ante su mirada iluminada de presentimientos.


En un instante estudió las líneas indefensas que cruzan incoherentes por las palmas de mis manos y sintió mis temores escurrirse por los poros. Al liberarlas de su examen minucioso, exclamó con voz prestada de oráculo de feria ¡Ay mi alma! El destino te está esperando en las ramblas. Antes de desaparecer gritó ¡No faltes a la cita con tu destino!


Por todas estas razones, pero fundamentalmente y sobre todo, para encontrar motivos suficientes y seguir viviendo, hoy sigo las huellas anónimas que han pulido estas calles con innumerables y sorprendentes historias. Me dejo llevar hasta el final por mis propios pasos, que siguen la estela de una incierta predicción y me llevan al encuentro con el mar, con las olas que revientan en espumas de sal sobre la paciencia de las rocas, con el viento, que corre en todas direcciones en una competencia intransigente consigo mismo.


Sentado frente al mar, un solitario perro labrador  mantiene  la actitud anhelante de intentar pescar en la distancia una quilla, una proa conocida. Es un perro bien alimentado y color de trigo, que con los ojos fijos en el horizonte  busca  una bandera, quizás una vela contra el viento. Con las orejas levantadas y en silencio, espera una voz que pueda reconocer, o algún sonido familiar que se levante por encima del incesante rumor de las olas y con la nariz alerta espera que el viento le traiga un olor característico y sabido.


Yo miro con sorpresa a este perro, que intenta encontrar sobre las aguas de un mar tranquilo a un marino extraviado. Instintivamente se voltea, me observa atentamente y puede parecer extraño pero me mira con compasión, creo que adivina mi soledad. Se acerca dócilmente, lame mi mano y con inteligencia me obliga a seguirlo.


Camino al lado de este animal por calles que alguna vez crucé, pero no recuerdo, se detiene a las puertas de una casa pintada de blanco, que luce grandes ventanales de cristal,  ladra con insistencia. Abre la puerta una mujer envuelta en su larga cabellera negra y vestida de jeans, con camisa a cuadros y sandalias en los pies, que al vernos, detenidos delante de su puerta le pregunta al perro. 


¿A quién me trajiste Jacobo?


La mujer me mira con intensidad y sin atreverse a cruzar el umbral de su puerta insiste en hacer preguntas.


¿Eres marino? 


¿Agente Viajero?


Con una mirada intenta descubrir las señales que muestren mi verdadero oficio y sin esperar respuesta a sus preguntas,  afirma con convicción.

 

-Los marinos tienen secuestrado el ánimo, puertos lejanos los llaman sin cesar, los marineros no pueden resistirse a esas voces y por esa razón no no son capaces de permanecer en ningún lado-. 


-Los Agentes Viajeros le entregaron el alma a los caminos, ambos personajes son incapaces de calentar una casa y yo no los quiero-.


La mujer me invita a pasar, se sienta junto a mí y en tono de confidencias, con algo de pena, mirándome a los ojos en busca de respuestas, como quien recita un parlamento repetido y aprendido de memoria dice.

-Mi nombre es Matilde y soy incapaz de salir de esta casa, de cruzar esa puerta-. -Mi padre tuvo necesidad de hacer un viaje urgente y peligroso y  antes de marcharse me dijo-.


-Si tardo en regresar, si algo me sucede, si el acaso me retrasa, Jacobo traerá un hombre  a la casa para que te cuide y te proteja, debes confiar en su juicio, en su instinto, y aceptarlo-.


De inmediato, ante mi asombro, la mujer toma mis manos entre las suyas y me ruega.


-Quédate conmigo, te necesito-.



 

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