Héroe


Alejandro quiere ser recordado y reconocido como un héroe, pero él nunca ha tenido la oportunidad de enfrentarse a un verdadero peligro, su vida jamás ha estado en riesgo y aún así, como muchos otros hombres, él cree contar con el valor suficiente para desafiar cualquier amenaza. Los compromisos laborales y los horarios de estricto cumplimiento copan su tiempo y conspiran contra su deseo de ser el héroe que imagina. Sus días son el triste resultado de una aburrida sucesión de acontecimientos sin importancia. Cada mañana, al cerrar la puerta de su casa, alimenta la esperanza de encontrar en la calle la oportunidad de mostrar su valor, su arrojo, su determinación. Se imagina venciendo el miedo, enfrentando el peligro. La vida en un hilo y la muerte un suspiro. 


Alejandro afirma con certeza, que la implacable rutina a la que está sometido le impide realizar su sueño de convertirse en héroe. Encerrado en esa amplia oficina de contabilidad, el mayor peligro que enfrenta es el de equivocarse en una sencilla operación matemática y está convencido, que al permanecer durante incontables horas dedicado a la suma de deudas ajenas, no tiene ninguna oportunidad para participar en la singular aventura que supone la vida. 


Alejandro está decidido a convertirse en héroe, a buscar las posibilidades que se le niegan y sin tomar ninguna previsión, al finalizar su trabajo, decide pasar la noche cerca del mar. Necesita sentirse vivo, la costa está apenas a una hora de camino. En la autopista el tráfico fluye con normalidad, ningún accidente, ningún choque, nadie pide ayuda. El trance inmediato que Alejandro enfrenta es el de no encontrar alojamiento para pasar la noche y rebota sin éxito en varios hoteles, hasta que finalmente, encuentra habitación en un modesto hostal cercano al muelle. 


Camina por estrechas callejuelas, presiente que el momento de ser héroe está cerca, a la vuelta de la próxima esquina. En un oscuro callejón, unos  ojos centelleantes de miedo miran el rostro de la muerte, que empuña un feroz cuchillo y está a un segundo de atravesarlo. Es el momento de ser héroe, de enfrentar al agresor y de salvar a la víctima que se ha entregado a su destino de abandono y olvido, pero Alejandro no puede moverse, está paralizado, la mirada de miedo del hombre ante su muerte próxima, el  terror que se siente ante lo inevitable del violento fin lo han contaminado y un insospechado terror lo convierte en esclavo del miedo. El único acto heroico que Alejandro puede llevar a cabo y  con dificultad, es intentar huir y salvar su vida, nunca imaginó el inmenso poder del temor, el miedo se impone a los sueños, a las creencias más firmes y se hace dueño de la voluntad más férrea.


Alejandro intenta avanzar pero las piernas no obedecen, el pánico es su dueño y lo obliga a presenciar un acto cruel, de una violencia y ferocidad que jamás imaginó, los ojos que antes centelleaban se apagan y justo en el momento que el rostro del asesino se muestra, impulsado por el miedo, o por el instinto que se impone a este oscuro instante, Alejandro logra avanzar atacado por temblores y convulsiones involuntarias. Está a punto de desmayarse, las piernas no lo sostienen, le faltan fuerzas y en el último momento, detrás de él, oye retumbar contra las sombras  pasos firmes que se acercan, cree que el asesino lo ha descubierto y viene a terminar su tarea, el pensamiento lo abandona, pero él sigue adelante dando tumbos con torpes pasos vacilantes. El otro le da alcance, el corazón se dispara incontenible, se asfixia, todo está perdido, ya sin fuerzas se detiene en un último intento de tomar aire. El dueño de los pasos pasa a su lado, sigue de largo sin prestarle ninguna atención y Alejandro penetra en el oscuro túnel del pánico y ya no podrá salir jamás.


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