El dicionario, o un amigo maravilloso

 

Hay calles que hemos convertido en iconos y otras en símbolos. Alguna vez al recorrer esos rumbos nos queda una borrosa visión de  nuestros pasos efímeros, el tiempo se encarga de transformar más tarde las circunstancias vividas en esas calles y nuestra memoria mágica las convierte en referencias. El recuerdo es diferente a la realidad, apunta solo unos destellos de lo vivido y logra desdibujar la realidad hasta convertirla en una evocación tan real y extraordinaria, que se torna la sombra de las destrezas y las convierte en costumbres.Y son esos recuerdos transfigurados con el paso del tiempo los que hacen que cada calle tengan un significado único. La calle es una alusión permanente de lo que en ellas vivimos y los recuerdos nos trasladan a un pasado sin fronteras, a un instante que ha marcado nuestra existencia y es parte importante de nuestra vida.

Hay esquinas asombrosas, callejuelas fantásticas, pasajes, que suelen pasar  desapercibidos y ocultan entre sombras y recovecos sus secretos a los  transeúntes desprevenidos, incluso, estos pasajes mimetizados con el entorno suelen pasar inadvertidos a los peatones habituales, que despreocupados, atraviesan ese umbral desconocido sin darle importancia, pero en un instante, un traspiés en una baldosa cambia la perspectiva. Esas estrechas callejas tienen en su poder el don de medir en el tiempo el minuto exacto, la circunstancia perfecta para descubrirse y asombrarnos.

Quienes cándidamente avanzan por esas ellas desconocen su extraordinario poder, hasta que tropiezan de improviso, o resbalan con los restos de un vendaval pasajero y en ese momento inevitable, fugaz, la calle nos muestra otra de sus múltiples facetas y cientos de nuevas posibilidades, que jamás  habíamos notado en nuestro recorrido habitual.

Sin saber siquiera el nombre de una calle, o su historia, la  convertimos por la fuerza de la costumbre en un pasaje de nuestros propios apremios, agobiados con el peso de exigentes horarios nos entregamos al designio de la costumbre, pero inevitable llega el momento de la venganza, la calle nos cobra el descuido y se muestra, con orgullo se descubre a nuestros ojos enfermos de rutina y nos obliga a preservar en la memoria una esquina, la luz que se cuela entre ventanales a las cinco de la tarde, o el olor que despiden las aceras.

Hoy caminaba por el Bulevar de Sabana Grande, es un lugar que frecuento, un recorrido obligado en el curso de mis compromisos. Y de una esquina adyacente de la calle Pascual Navarro apareció un desconocido, que al verme me abrazó con entusiasmo y dijo: 

-Mi hermano querido-. –Que de tiempo sin vernos-. Y sin darme un respiro me envolvió en una conversación de lugares comunes y confianzas, preguntas intencionadas, mucha confianza, demasiada. Es un hombre correctamente vestido de traje, con cierta elegancia anacrónica, lleva los puños de la camisa abrochados con yuntas relucientes. Respondo de inmediato con el mismo entusiasmo y antes de que pueda despedirse y desaparecer lo invito a brindar por aquellos tiempos, en sus ojos claros brilla un rayo de inquietud e intenta con algunas excusas y negativas escurrirse, pero no lo permito. Hemos llegado a la calle Villaflor y prácticamente lo empujo dentro del Rías Gallegas, a pesar de que es una calle que transito con frecuencia, nunca había entrado, no conocía su cocina, pero ese bar se atravesó de primero en el camino y se convirtió en mi oportunidad.

Hago esfuerzos para localizar el rostro de este amigo recién aparecido en mis recuerdos y no lo encuentro, se ha borrado de mi memoria o nunca existió. El personaje es persistente y mantiene un discurso que poco a poco se va agotando entre los güisquis con soda que bebemos.

El efecto de los güisquis comienza a notarse en este amigo caído por sorpresa y es el momento que aprovecho para dejar los monosílabos, me había  atrincherado en ellos y los utilicé todo este rato de conversación como un escudo  para evitar confidencias. Cambio el tono de la voz y doy inicio a un pequeño discurso intentando una clase magistral. Siempre quise ser profesor.

Por estrictos motivos de trabajo, digo, soy un hombre bastante desconfiado. Este supuesto encuentro casual y tus referencias a nuestra vieja y gran amistad encendieron los resabios de mis suspicacias. La verdad, yo no puedo recordarte y estoy seguro que no eres mi amigo, puedo asegurarte que ni siquiera te conozco y estoy convencido que pensaste en salvar tu día conmigo, has querido engañarme y yo he querido estudiarte, por eso estamos aquí.

Yo vivo en un constante proceso de aprendizaje, aprendo de la conducta, de los gestos, de las actitudes de los otros, pero sobre todo, mi gran entusiasmo por el conocimiento es aprender de las palabras, sus diversos y magníficos significados me subyugan y es la razón que me lleva a leer únicamente diccionarios, veo el mundo a través del universo de posibilidades que nos muestran las palabras y lo que ellas comunican. Yo te recomiendo estudiar los diccionarios, te ayudará mucho en tu desempeño particular.

He descubierto en este encuentro que somos muy parecidos, vamos por la vida jugando en el falso equilibrio de una estrecha línea, una delgada franja entre la temeridad y la desesperación que nos permite pasarla bien sin trabajar, lo nuestro no son los horarios, ni los jefes, ni las responsabilidades y mucho menos un salario de quince y último. Lo nuestro es el derroche de la vida sin importar el costo.

Somos parecidos, pero no iguales y en el diccionario encontré la palabra que mejor nos define. Tú, por ejemplo, eres un candongo. La palabra te retrata con todos los detalles y su sabrosa sonoridad hace más rica la descripción de la personalidad que encarnas. Yo, en cambio, me defino con certeza como un facineroso, es una palabra difícil de pronunciar y complicada de escribir correctamente, mucha gente erróneamente la confunde y se equivoca al pronunciarla, y es esa dificultad la que mejor me representa. Es muy fácil que me confundan con un desprevenido peatón por mis modos y vestimenta, eso le pasa a muchos, te pasó a ti y es parte esencial de mi impostura.

En este momento y en cumplimiento exacto de la palabra que me define, por debajo de la mesa te apunto con la pistola que siempre llevo en el tobillo y que no pudiste descubrir cuando me abrazaste y aprovechaste para robarme. Te sugiero que coloques sobre la mesa, de inmediato: la billetera, el celular y el reloj. Paga la cuenta con tu dinero y recuerda: en tu oficio debes estudiar el diccionario, es un amigo maravilloso y las palabras son un mundo de horizontes abiertos.

 



Comentarios

Muy buena historia. me has hecho sonreír.
Lo bueno de todo es que paseaste por tus calles y , el desconocido no te pillo de improviso , tú ibas preparado contra estafadores y ladrones: La pistola en tu tobillo te delata. ja ja ja.
Un abrazo.💚✔

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