Un dolor único


Sus ojos eran de un color incierto, intuyo que el color variaba según la temperatura de su cuerpo. Amanda me miraba algunas veces desde las chispas encendidas del ámbar y otras, desde el verde profundo, desde la transparencia oscura de una botella antigua. Nunca supe en realidad a que se debía esa extraordinaria conjunción de transparencias, a cuál condición de cromosomas respondía el intenso brillo tornasolado de sus pupilas.
En mi absoluta ignorancia desconozco porque el yugo de la última hora me eligió para cerrar sus ojos. En el momento que mi mano izquierda bajó sus párpados entré a la noche, a las sombras, al lado oscuro de un espejo en donde se arrincona el futuro sin esperanza. Debo decir que la ausencia de Amanda me anula.
El trinquete de amarre, la hebilla de acero que sostuvo mis sueños se reventó en el momento que bese sus ojos apagados. Mis pasos tomaron el rumbo de los abismos y entraron al torbellino de los entierros, desde ese momento permanezco oculto en el dolor de la despedida, en el lamento del adiós. Me es imposible abandonar este encierro, aquí encuentro el sosiego de su recuerdo.
Ella llegó una tarde de la calle con un entusiasmo fascinante, contagioso, inmediatamente encendió todas las luces de la casa, abrió las ventanas y dijo: -vamos a oír esta canción, me parece que es absolutamente amarilla y me deslumbra, yo necesito que me tomes ahora de la mano, hagamos este viaje juntos, dejemos que la melodía nos transporte y que la letra sea el contraste por donde se cuelen la razón y el espíritu-.
Con los ojos cerrados y tomados de la mano, sentados uno al lado del otro, caminamos entre los acordes, entre los tonos de la voz de Chico Buarque y Milton Nascimiento, entre el oscuro silencio de la opresión y los gritos de la libertad.
Pai, afasta de mim esse cálice
Pai, afasta de mim esse cálice
Pai, afasta de mim esse cálice
De vinho tinto de sangue
Como beber dessa bebida amarga
Tragar a dor, engolir a labuta
Mesmo calada a boca, resta o peito
Silêncio na cidade não se escuta
De que me vale ser filho da santa
Melhor seria ser filho da outra
Outra realidade menos morta
Tanta mentira, tanta força bruta.
Amanda nunca tuvo un libro de cabecera, ni un autor preferido, ni una película que le marcara el horizonte cercano, no seguía rutas preestablecidas, ni tampoco se vestía bajo el caprichoso dictamen de la moda. Huía espantada de la rutina, y si debo definirla, tengo que decir que Amanda era la entusiasta seguidora del instante, la promotora del impulso.
La verdad, yo no quiero salir a la calle, ni mirar otros ojos, ni desgastar las palabras en tediosas conversaciones, en inútiles justificaciones, en defensas a ultranza de combates ingratos, de batallas perdidas.
Esta casa resultaba pequeña para su ímpetu y con su ausencia parece que las paredes se alargan para salir a su encuentro, que se levantan unos centímetros los techos, que el piso ha crecido y que una corriente de aire helado se ha instalado en todos los espacios. Me agota caminar a la cocina, mantengo el televisor encendido en el mismo canal, no he vuelto a tocarlo y desde esa caja de resonancias se oyen los oscuros actos del mundo como el murmullo permanente de una procesión de bachacos y su carga de lamentos.
Un bongó suena a modo de fanfarria, la pantalla del televisor se ilumina y aparece ante una audiencia numerosa un hombre vestido de traje oscuro. Abre los brazos y exclama ¡Aleluya¡
El telepredicador fija la mirada en el vacío y señala al frente, creo que se dirige a mí y lo confirmo cuando hace la primera pregunta y me paralizo enfrente del aparato.
-¿Crees que sufres demasiado?-
-¿Acaso crees que tu pérdida es injusta?-
-¿Piensas que tu problema es mayor que tus fuerzas?-
-Te equivocas-. -Tu vida entera está sujeta a las pruebas de Dios y Dios en su infinita sabiduría sabe que puedes superarla-.
Tomo el control. Apago el televisor y busco los profundos ojos de Amanda que me miran desde la transparencia de una botella antigua.



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