Dormir. Soñar. Imaginar
“Avanza con pasos firmes, sin tregua, un
Kipá corona su cabeza y lo identifica. Envuelto en brumas apenas se distingue
su rostro hermético a punto de esfumarse, parece la imagen de un sueño, pero es
real y con sobrada determinación se acerca al hechicero quien aviva en
cuclillas un fuego con esmero. Sin saludar siquiera inicia una monserga eterna”.
Al finalizar de leer estas líneas aparta
la vista del ordenador portátil y con los ojos cerrados hace el intento de
reconstruir el instante, de visualizarlo. Es un lector voraz, capaz de comparar
y responder complejas teorías filosóficas, o textos científicos abrumadores,
siempre que permitan seguir un marco referencial de conceptos pre establecidos
de antemano. Su memoria es impecable y puede cruzar y comparar sin ningún
problema el universo de información que posee, pero no puede entender muchas de
las imágenes que utilizan los escritores de ficción y tiene que detenerse,
pensarlas con detenimiento e intentar reproducirlas, lo que significa una ardua
labor.
Imaginar es un proceso que reviste para
él una enorme dificultad, le está negado formarse imágenes que chocan contra las
leyes que conoce perfectamente bien, imágenes que no existen, que se
contraponen a la realidad, o que contradicen el significado de las palabras,
aunque solo sea en apariencias. Reconoce que es necesario tener cierta capacidad
que permita romper la barrera que impone el peso de las palabras, de su
estricto significado y el carece de ese atributo. Allí quizás radica su mayor
dificultad, aquellas imágenes que se proponen en una línea escrita que rompen
con ciertas lógicas y definiciones crean obstáculos que impiden su comprensión.
Sin ningún esfuerzo recuerda las líneas
que acaba de leer, las ha grabado en su memoria infalible e intenta
desentrañarlas, convertirlas en una imagen, pero algunas palabras crean dudas,
puertas infranqueables, sólidos muros que no le permiten recrear la imagen creada por el autor.
Otras muchas veces se ha enfrentado a
este conflicto, al principio abandonaba con cierta facilidad la idea de
configurar una imagen, pero tiene implantado un átomo terco, y ha elaborado una
artimaña, que le permite enfrentar sus limitaciones y acercarse a la
posibilidad de imaginar.
Omite una parte importante de la escena
al utilizar este ardid, pero ha logrado visualizar entre grises y sombras las
circunstancias, la situación que atraviesan los personajes y se siente
satisfecho con poder extraer de las palabras una instantánea borrosa, pierde
mucho del brillo que el escritor se ha esforzado en transmitir, pero no le
preocupa, ha logrado una meta más allá de lo que le está permitido y para él es
un logro, un avance por encima de lo establecido.
El truco que implementa es sencillo, elimina las palabras que le ocasionan conflicto, suprime aquellos adjetivos que unidos al sustantivo hacen para él incomprensible la frase y de esta manera logra recrear el momento que se narra.
El truco que implementa es sencillo, elimina las palabras que le ocasionan conflicto, suprime aquellos adjetivos que unidos al sustantivo hacen para él incomprensible la frase y de esta manera logra recrear el momento que se narra.
Retoma la estrofa leída y la recompone,
la reescribe para lograr acercarse a la idea propuesta:
“Avanza con pasos firmes, un Kipá lo
identifica, con determinación se acerca al hechicero, quien aviva en cuclillas
el fuego. Sin saludar inicia una monserga”
Logra finalmente aproximarse a la imagen
que surge de la narración y continúa leyendo. Quien lee y simplifica los textos
para su comprensión es un robot de
última generación con inteligencia artificial, pero aún le está negado dormir,
soñar, imaginar.
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