La imaginaria línea de mis certezas
Me convertí en víctima de una perversa práctica criminal. Hace quince días el azar me señaló como objetivo probable y a las diez de la mañana tres desconocidos me empujaron dentro de un auto. Sin ser un genio, con algo de astucia, logré deshacerme de la cartera y del teléfono. Iniciamos entonces juntos un recorrido desquiciado por una ciudad que conozco bien, pero mirada a través del caleidoscopio del miedo la encontré extraña y sin alma. Con terquedad temeraria soporté los insultos, la violencia de los golpes, las amenazas de muerte, y logré convencerlos de haber sufrido un atraco momentos antes y por eso no tener cartera ni teléfono. Esa ingrata experiencia se ha convertido en maldición permanente y ahora soy prisionero del miedo. Vivo encerrado en mí casa, resguardado por estas paredes y esta puerta bajo llave permanente, desde el objetivo de mi cámara fotográfica espío detrás de las ventanas a posibles delincuentes, o futuras víctimas. Intento establecer una operación mat...