Último encuentro

Para metamorfosis:
Nos invitó
a escribir un texto muerto
con su magnífico relato “La Peste”
publicado en Ríos de Tinta.
Mi último encuentro con Teresa fue tan  sorprendente como inesperado. Al verme se cruzó de brazos y pronunció unas palabras que no pude oír, en ese momento un trueno reventó el cielo, el rayo que atravesó las gruesas nubes grises, se confundió con el intenso brillo de sus ojos, esas chispas de rabia me crucificaron, me obligaron a guardar silencio, a mantener la distancia y me dejaron saber que habíamos terminado.

Desconozco la razón de esa decisión, pero la repulsión, el asco que mostró ante mi presencia, eran síntomas inequívocos de una ruptura inevitable y permanente. Se volvió de espaldas y se marchó envuelta en vientos amenazadores.

Caminé bajo el aguacero y llegué a mi casa apaleado por las furiosas gotas de lluvia, roto, acuchillado por la fiereza de los ojos de Teresa, destrozado por sus gestos, destruido por la certeza de no tenerla nunca más entre mis brazos.

Necesito con urgencia escribir, no estoy dispuesto a permitirle al tiempo suavizar este doloroso rechazo, y mucho menos, que la fragilidad de la memoria y mi propia debilidad, deformen, y hasta endulcen esta rabia que me domina.

Chorreaba agua, me quité toda la ropa, me sequé y desnudo me senté frente al computador, descubrí con desesperación, que como otras tantas veces, falta la energía eléctrica, maldije al país, los servicios, y la propia herencia de esta vieja casa, habitada de pasado.

Cada rincón de este caserón almacena polvo y también  los recuerdos de antepasados ya desaparecidos, con la carga de mi propia historia personal, de tragedias, de afectos, de perdón.

Hoy más que nunca necesito vivir la violenta inmediatez del presente y mi fracaso. Dejar constancia por escrito contra la amenaza del olvido, hoy no hay cabida para los afectos y el perdón.

Busqué en donde escribir y un marcador punta fina, escribí sobre el papel blanco con mi letra deforme de hormiga, de bachaco negro.

Escribí sin detenerme frases tóxicas, oraciones virulentas, palabras infectadas por el resentimiento, desdibujé la verdad y logré dar vida a una figura dañina y perniciosa, la convertí en una imagen nociva y peligrosa. Con cierta facilidad conseguí envenenar el relato con supuestos y medias verdades.

Utilicé los paréntesis para emponzoñar una línea, la coma y su movilidad para infectar las frases, contaminé perversamente cada oración. Ese espacio de sosiego que da el punto y seguido, ese respiro, logré intoxicarlo hasta el límite de la asfixia, ni siquiera el punto y aparte se salvó y negué con saña la posibilidad de que sirviera para una legítima reflexión, con habilidad logre corromperlo.

Escribí sin detenerme, sin descanso, sin necesidad de releer los párrafos, sin corregir ninguna de las palabras.

No pude firmar el texto. Una violenta ráfaga de viento y lluvia abrió de golpe la ventana, envolvió y humedeció las hojas, la tinta se corrió.  
 
Gruesos trazos de tinta negra contrajeron las cuartillas hasta la asfixia, vi retorcerse los folios sobre la mesa, descomponerse, convertirse en una pequeña pelota cruzada de líneas negras. Corrompí con tanta saña el relato, que el papel mismo se contaminó, tuve miedo de tocarlo, de intoxicarme y no fui capaz de detener su descomposición, su transformación.

No  era un texto muerto, ni desechado, era un relato envenenado.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-