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Aguijón de alacrán

  El látigo de la edad impone el ritmo a la vida. El almanaque transcurre inflexible y nos obliga a ver desde esquinas distintas el camino que atravesamos. El yugo de los imprevistos, la fuerza de lo inevitable frente a la incertidumbre del próximo acontecimiento, nos asigna el ángulo de mira que corresponde y en perspectiva, bajo el tono de amargas sincronías  observamos transcurrir la vida frente a nosotros. La carga de los años nos obliga a mantener una posición determinada, una actitud acorde con el peso de la edad, para poder enfrentar los sucesos que nos tocan vivir con cierta dignidad.     La vida dividida en etapas, en ciclos, en épocas, se diluye con el paso de los días que minan nuestros impulsos, doman los bríos  y nos obligan a aceptar, casi con indiferencia, esta lamentable condición donde imperan los achaques, el cansancio, el abandono. A mis setenta años cumplidos no puedo negar que estoy viejo, que las arrugas han desdibujado el rostro,...

El libro

  Agotado frente a los medios, las redes, las noticias. Fatigado bajo el imperio de los noticieros, que se empeñan en entregar información a un público ansioso y pesimista, a una audiencia obsesiva y neurótica. Abatido ante el telediario, que repite hasta el cansancio imágenes de desastres y calamidades alrededor del globo que habitamos.  Con los ojos gastados de mirar cómo el mundo se desmorona: entre nuevas y modernas dictaduras, democracias fallidas y juegos de poder, absolutamente incomprensibles, para ciudadanos que aspiramos vivir en paz.  Consumido por este presente sin futuro, regreso una vez más a las páginas de un libro único. Un libro, que nos enseña a no temerle a aquello que no está escrito en nuestro destino, ya que no ha de cumplirse.    Un libro antiguo, que rueda entre los siglos y se cuela entre culturas diferentes. Un libro que nace bajo la tradición oral de pueblos nómadas. Un libro que finalmente escrito, es de tantos autores, que resulta an...

Retrato de un incendio

  Un grito de auxilio atraviesa la densidad del humo y se impone por encima del fuego y su intento de consumirlo todo a su paso. Él  oye con nitidez el grito desesperado que clama auxilio y se empeña con terquedad en seguir adelante. Atrás ni para coger impulso. Piensa. Recuerda un dicho popular que lo anima en su decisión: ''pa lante es que brinca el sapo, aunque le puyen los ojos'' En ese empeño de seguir adelante, de cumplir con el compromiso de salvar vidas, no se detiene ante los riesgos, las amenazas, los peligros del incendio, en todo caso, esos riesgos le permiten salpimentar con dosis de osadía su vida.  Aquellos que lo miran desde orillas distantes y que iluminan con la pobre luz de un foco sus propios miedos, lo acusan de ser extravagante y de mantener una conducta irresponsable y soberbia.  En silencio, secretamente lo admiran, pero son incapaces de confesarlo. A decir verdad, quienes lo conocen, afirman que él mantiene ante la vida una actitud sanchopanc...

Un preso diferente

  A mi tío Miguel Mi huella es una estela de combustible quemado, un rastro efímero de humo, que se evapora sobre cada kilómetro andado. Salto de una ciudad a otra sobre la geografía occidental de mi país, voy de tránsito por pueblos que han quedado en el olvido, que han gastado su nombre bajo el sol y las lluvias y en ese recorrido, atravieso campos de pastoreo de ovejas, siembras de caña de azúcar y de naranjas, trago polvo y tierra en estos caminos. Y en ciudades desiguales, con costumbres diferentes, me alumbra la luz de faroles distintos. Realizo estos recorridos obligado por la condición de mi trabajo, soy agente viajero. Los recorridos son largos y por principio de seguridad no manejo de noche y me veo en la obligación de alojarme  en hoteles baratos,  en pensiones, en posadas de camino. En estos hostales sin pretensiones, se omite ese tedioso proceso que nos obliga a reservar  pieza para dormir. Son hoteles dispuestos para viajantes, para vendedores como yo, ...

Tropiezo, o una súbita vuelta de tuerca

Sin lugar para la alquimia del amor, para dulzuras, para gestos envueltos en ternuras, sin espacio para miradas de compromiso, él se conforma con encuentros ocasionales que concibe cuidadosamente entre turbulentas orillas y paga en efectivo, billete sobre billete.  Él es un convencido de que la vida es incierta, el futuro dudoso y la muerte, por el contrario, es segura e inevitable. Él se encarga de que así sea. Él no cree en la casualidad. Él opina, de acuerdo a su propia experiencia, que la combinación de un conjunto de elementos produce el resultado esperado.  Él es un hombre  acostumbrado desde muy temprano a involucrarse en inusuales eventos cuyo resultado final es siempre la muerte del otro.  Él organiza meticulosamente los acontecimientos que terminan por convertir al otro en difunto. Para lograr el éxito de su objetivo, él no permite la intervención caprichosa de la casualidad, el acaso representa en su oficio el mayor de los peligros y según él, el acaso es ...

Contribución a un improbable diccionario de palabras en desuso

    A la familia. Por los recuerdos.   Un carcamal convertido en musulungo, que alguna vez fue un tragaldabas, maneja un roñoso catanare, de improviso el carro tose, escupe nubes negras de humo denso y ante la incertidumbre de quedarse varado en medio de la vía, con miedo de llegar tarde a una cita impostergable, lo estaciona de inmediato para no correr riesgos innecesarios. Saca sus macundales y camina con lentitud hasta la parada de la guagua. Es todo un personaje. En la calle, su facha de estampa antigua se distingue desde lejos y algunos miran su pinta entre extrañados y divertidos. El vejestorio viste camisa de popelina estampada de flores menudas, que estuvo de moda en tiempos sin memoria. Lleva jeans desteñidos y ruyios, chancletas de cuero esguariladas, el cabello largo negro y chamisuo, lo recoge en una cola de caballo. A pesar del inconveniente con el auto, llega a tiempo al cuchitril en donde ensayan. Es un tugurio escondido en un sótano, una pocilga llena de p...

Una esperanza entre derrotas

    Para Roberto Rabinovich por su incansable labor, por su encomiable tarea desinteresada   Francisco Aguirre tenía sesenta y cinco años cuando lo conocí, como  tantas otras muchas veces en su vida, también esta vez y en ocasión de exigir sus legítimos derechos ciudadanos, llegó tarde. Como otras tantas veces en su vida, fracasa, se repite la acción que conoce bien, pero esta vez, la derrota le deja un sabor a podrido y le indica con certeza que ha llegado el final del camino. Desde que tiene memoria la vida lo arrincona y le señala su lugar en este mundo, el único territorio posible para sus huesos  ¡La sombra de la esquina! esa zona invisible en donde se mueve entre grises opacos y se difumina. La memoria no le permite a Francisco Aguirre recordar el primer revés, o quizás fueron tantos y tan seguidos sus naufragios, tan continuas las desgracias, tan permanentes sus caídas, que minaron su ánimo y sabe a fuerza de  experiencia, que el destino de cualquie...