Un recuerdo audaz

 

Con insistente perversidad el recuerdo lo acorrala, lo lleva una vez más con falsos apremios a la esquina en donde sabe que tambalean y fallan sus pobres defensas. El recuerdo lo castiga sin consideración y lo obliga a vivir nuevamente cada detalle del irresponsable impulso que hoy lamenta. Esa determinación de ayer que lo convirtió en un hombre  inflexible, un hombre, que en el remolino de sus triunfos y para no oír lamentos ajenos, se hizo insensible y creyó falsamente, que era dueño de su destino, que tenía en sus manos el horizonte de su futuro, que únicamente de su capacidad depende su mañana y no necesitaba ayuda, ni compañía, ni afecto alguno.


Su padre, desde la lejana y deshabitada ausencia en la que se encuentra desde hace años, le recuerda, con el eco de su voz grabado en la memoria, que el hombre, no es más, que un animal de costumbres. Pero él es incapaz de acostumbrarse a estos ataques retorcidos a los que recurre el audaz recuerdo cada día, no puede acostumbrarse a estos vestigios, a estos trazos de sus dudosas acciones pasadas, a esa anterior conducta, que una y otra vez su memoria aviva y entonces, el recuerdo de sus actos pasados se convierten en suplicio y  transforman su vida en martirio.


Hace mucho que este recuerdo se convirtió en su enemigo, en un peligroso y audaz enemigo transfigurado en vengador de viejas afrentas ajenas. Ese recuerdo tiene la fuerza suficiente para perderlo en las arenas cambiantes de un desierto sin ruta ni horizontes.


Para escapar del odioso recuerdo intenta mentir, mentirse. Cree que una vez suelta la mentira las líneas de la verdad pueden desdibujarse en la tenue neblina de dudas que la farsa esparce, piensa, que es posible engañar al infame recuerdo con una mentira piadosa, con una mentira blanca, con una  mentira inocente, pero no hay tal, la mentira siempre será un bárbaro argumento de defensa de actos innobles y la mentira viene acompañada de  sus propias y devastadoras consecuencias.


Al transitar los caminos que la mentira impone es imposible volver, no hay un rumbo a seguir, ni trayectos establecidos de antemano, ni retorno seguro. La única posibilidad es atravesar los  atajos que se abren de momento y avanzar por ellos a ciegas. Al soltar la mentira se huye sin asidero probable, se salta entre imprevistos en busca de salidas dignas. 


En un acto reflejo de supervivencia utiliza la mentira para enfrentar al recuerdo, es su respuesta a la cobarde actitud de negar sus actos. La mentira no lo ayuda a salir del atolladero y por el contrario, lo obliga a iniciar peligrosas peripecias, que finalmente se convierten en ridículas  maromas y lo desnudan, lo dejan al descubierto.

Demasiado tarde entiende, que la temeridad de utilizar la mentira para engañar al insistente recuerdo, es impulsada por sus  aspiraciones ilegítimas de seguir adelante sin el peso de la culpa. 


La mentira, su intento de mentir, de mentirse, para evadir la culpa, para intentar engañar al intransigente recuerdo, le señala su maldad y se convierte en un saltaperico que brinca en la punta de la lengua y los efímeros y lúcidos fogonazos momentáneos no resuelven el problema, en todo caso, crean otro, que lo obliga a penetrar en estado de alerta por un túnel angosto, por un estrecho pasaje, en donde constantemente debe falsear la realidad. Descubre, que la mentira es dañina y que son impredecibles los resultados.


Al finalizar la jornada de su tediosa rutina entra al bar, el recuerdo lo acompaña intacto, persistente y audaz. Bebe con rapidez en un acto mecánico hasta perder la cuenta y la consciencia, bebe vasos de un aguardiente transparente que le quema la garganta y la lengua. Esa lengua que es tan  responsable como su conciencia de las duras y altisonantes palabras que pronunció aquel día y que su memoria infalible no le perdona, palabras que el recuerdo le presenta intactas.


Sale del bar de madrugada y termina en la calle hablando con las sombras, reconoce con voz torpe ser el único responsable de esta y de todas sus desgracias. Finalmente, derrotado por el audaz recuerdo le concede la razón y dice.


-Tienes todo el derecho al reclamo. No pude sembrar estrellas en el desierto, como le aseguré a ella en aquel momento, desde la altanera pedantería de creerme dueño de mi destino y esa frase, que consideré genial, la utilicé como escudo para cometer la barbaridad de abandonarla, de condenarla y desde ese momento cosecho desgracias. Mis triunfos se convirtieron en desastrosos reveses y hoy estoy marcado como una mala baraja, todos huyen de mi presencia y mi destino es permanecer solo para siempre, enfrentado a su recuerdo y a mis malas acciones.


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