Un aguacero inconveniente

  

Gruesas gotas rompen el cielo y de improviso, las calles y avenidas de la ciudad se convierten en pozos, en charcos y hasta en lagunas. El viento y el frío se ensañan contra los indefensos pies de Catalina, que apenas cubiertos por unas sandalias de verano, enfrentan esta imprevista e insólita tormenta, La lluvia sorprende a la desprevenida Catalina, que en mal momento se quedó sin empleo y no le alcanzó el dinero, ni el tiempo, para comprarse unos zapatos que le permitan enfrentar esta contingencia.


Catalina hace un  intento vano de apartar con las manos, las gruesas cintas de agua que empapan sus ropas, mojan los cabellos, encienden las luces del pecho y caen a chorros sobre sus inocentes, desnudos y desprotegidos pies. 


Desde los dedos, el empeine, los talones y el tobillo, se mete en los huesos de Catalina un frío de espanto, que espesa la sangre y enturbia el pensamiento. Catalina, entumecida, está a punto de parálisis en medio de este inconveniente aguacero.


Catalina quiere huir de la tormenta, escapar del frío. Intenta entrar en la biblioteca, pero un badulaque le impide el paso y obligada por el temporal sigue su desesperada carrera en busca de resguardo. Empuja con fuerza las puertas de una tienda por departamentos y entra a un mundo distinto, que le da la bienvenida con las alegres notas de una zampoña. Catalina respira el agradable confort que regala la tienda. Elel ambiente está impregnado por los intensos aromas de variados perfumes de marcas conocidas. Por puro instinto, más tranquila, a medio secar, se encuentra dando vueltas alrededor de los zapatos, las mujeres han incorporado a sus muchos instintos, una brújula especial, que las lleva directamente a la sección de los zapatos. 


Catalina sabe perfectamente que no puede comprar un buen par de zapatos, ni siquiera a crédito, pero desganadamente, sin entusiasmo, mientras espera con dignidad que pase el diluvio, se prueba los diferentes modelos de calzado que se le ofrecen. Ensaya primero los que encuentra a la mano y luego, se hace selectiva. Ella  prefiere los zapatos de tacón bajo, pero piensa en el aguacero que la acaba de sorprender y decide probarse botines cortos, de media caña, con forro de piel y también botas que la cubren hasta la rodilla.


Por primera vez no ve los precios, ni se obliga a sacar cuentas, que convierten al placer de comprar en un ejercicio matemático, en un  aburrido dilema, en un imposible, que invariablemente termina en una rotunda negación. Catalina sabe que no puede comprar ninguno de los zapatos que se ha probado, pero un pensamiento arrebatado la asalta y si se los lleva puestos, puede  justificar su acción como un acto irresponsable de olvido involuntario, un descuido imperdonable, pero sin intención de cometer un robo. 


Las botas tienen un gancho de seguridad, lo que seguramente activa una alarma en la puerta de salida, pero otros zapatos no tienen ninguna señal aparente. Rechaza la idea, pero el terco pensamiento regresa e intenta convencerla.


Catalina ha entrado en confianza y comienza a manejar la posibilidad de llevarse un par de zapatos sin pagarlos. Evalúa los pro y los contra, la pena, el bochorno si llegan a descubrirla. Se imagina caminando por el pasillo de la vergüenza, escoltada, en el inevitable viaje hasta el interior de la tienda y luego las preguntas en la comisaría, además, quedará marcada para siempre y será imposible conseguir trabajo. Catalina  no está dispuesta a correr ese riesgo y espantada sacude el pensamiento.


En ese momento una mujer cargada con grandes bolsas aparece en el módulo de los zapatos, deja las bolsas, se quita las hermosas botas que trae puestas y camina descalza sobre la alfombra, con una confianza extraordinaria se prueba distintos modelos, los quiere todos, tiene dificultad para decidir. Los vendedores, con el bagaje de la experiencia, reconocen a la verdadera compradora y la atienden con esmero.


Catalina ha quedado a la deriva en medio de este aguacero, confundidas en el suelo encuentra las botas de la mujer y sin darse cuenta se las calza, le quedan perfectas, siente que la cubren, que la protegen, que la esperan, que están cosidas para sus pies cansados, son botas usadas sin marcas, que pasan desapercibidas. Deja sus sandalias gastadas y camina a la salida.


En la puerta de la tienda el vigilante  parece un alabardero con tantas condecoraciones y cordones sobre el pecho, parece parte de la decoración y no una verdadera amenaza. Catalina sigue adelante, intenta atravesar las puertas para marcharse y en ese instante suena una alarma, el vigilante la detiene con un gesto. Temblando de miedo, en silencio, muestra su cartera abierta. A su lado, otra mujer se resiste a ser revisada. Catalina cruza la puerta, el estómago le da vueltas.


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