A mi amigo Edwin Villasmil : Por todos los recuerdos y los afectos de Lara. Desde un rincón del bar, entre los vapores de alcoholes oxidados y el humo de los cigarrillos, Cristóbal Cedeño, sentado frente a una vasija de barro quemado, bebe pequeños sorbos de cocuy de penca en un pocillo de arcilla. Mantiene la mirada fija en la puerta, esconde su ansiedad y bajo una aparente indiferencia espera. A las puertas del bar asoma un hombre, afuera, el sol de las dos de la tarde saca chispas a las piedras, se detiene en el umbral, la penumbra del local lo deja momentáneamente ciego, se toma el tiempo necesario para acostumbrarse a las sombras y cuando finalmente lo consigue, observa el gesto imperioso y firme, más elocuente que un grito, de un hombre que le hace señas desde su mesa. Cristóbal Cedeño conoce los códigos de educación: de pie da la bienvenida, agradece la presencia del invitado, pide disculpas por las molestias causadas, le sirve un trago y en silencio cumplen el rito de compart