Desorden alimenticio


Soy un hombre enfermo. Según parece mi dolencia está asociada a un trastorno de conducta, para mi eran episodios sin trascendencia relacionados con la gula, con malos hábitos alimenticios, pero cada vez con mayor frecuencia estos episodios me llevan a cometer actos de los cuales me arrepiento posteriormente y me lleno de culpas.

Hoy entiendo la gravedad de mi mal y finalmente acepto que mi salud se deteriora rápidamente, ante lo inevitable consiento en visitar un médico. Tengo entendido que esta es una primera cita de evaluación.

Camino a cumplir con la cita prevista en el consultorio del Doctor Federico Fernández, pero un súbito ataque de hambre me consume de improviso, necesito comer con urgencia, consulto el reloj y verifico que tengo tiempo suficiente para almorzar. Traspaso las puertas del restaurante y la bulla de la calle se transforma de inmediato en un murmullo de voces que rebota contra las paredes y se convierte en el eco de un rumor constante producido por el ruido de los cubiertos sobre los platos, por el hielo al chocar contra el cristal transparente de los vasos, por el incesante ir y venir de los mesoneros tomando las órdenes, o entregando triunfantes la comida humeante.

Los olores se esparcen a los rincones, impregnan las ropas y crece mi urgencia por ingerir cuanto antes los alimentos. Hago un verdadero esfuerzo y logro por momentos conquistar la paciencia necesaria mientras espero que los platos colmen la mesa. Con más ansiedad que hambre me atraco de comida, prácticamente me atraganto las seis arepitas doradas, la nata blanca y cremosa, el par de morcillas aliñadas con ají dulce y cebollín, una jarra de papelón con limón y engullo golosamente un plato enorme de pabellón con barandas que ordené, finalizo con  un bienmesabe de postre y un café negro.

Retomo el camino al consultorio, arrastro los pasos con vergüenza, me siento desagradablemente lleno, pesado, agotado en la tristeza que me invade, la culpa intenta arrinconarme y para evadirla pienso en el origen de la palabra pabellón y cuales vueltas de la historia la convierten en la insignia de nuestro platillo nacional.

Asocio la palabra pabellón con la sala de un hospital en donde alineadas están las camas de los enfermos,  o con el pabellón de la oreja, o también con nuestra bandera tricolor.

Algunas palabras cuentan la historia de los pueblos, y en el caso del “Pabellón criollo” nos representa con fidelidad. En nuestro platillo nacional quedan perfectamente representados los cuatro grupos raciales que conformaron el ejército patriota de la República naciente:

Las caraotas negras, o porotos, representan a los negros con su brillante color oscuro, el arroz, a los blancos, las tajadas, o  plátano frito y su color dorado, a los indios y la carne mechada a  los pardos.

Llego finalmente al consultorio, por esta vez logré espantar la culpa que generalmente me arrincona y el Doctor Federico Fernández me atiende. Le explico mi caso, le comento lo que acabo de comer y afirmo que siento angustia  y rabia en este momento, una sensación de agobio y de pesar que no me abandonan.

El Doctor Fernández dice: usted padece de lo que se conoce actualmente como el “Síndrome de sobreingesta” Este síndrome está asociado a un desorden de conducta, son varias las causas que lo producen, debemos averiguar cuál de ellas se convierte en el disparador que lo obliga a ingerir grandes cantidades de alimentos con ese desespero, debemos también mantener una vigilancia extrema en los episodios de ansiedad, en la ingesta de alimentos. Es necesario que cumpla con una dieta estricta.  

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