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Marino en remolino

  A los 20 años recogió velas y ancló en puerto seguro, pero al cumplir los 65 años un mar revuelto entró en su vida y un remolino engulló sus afectos. Perdió pie en tierra firme e inició con el llanto vivo y sin guardar luto un viaje desenfrenado en busca del amparo que puede ofrecerle. Un muelle en cualquier bahía. Un atracadero en alguna ensenada. Un apostadero en un estuario. Abrigo en una rada. Refugio en un golfo. En un mes atravesó su quilla en aguas turbulentas. Rompió olas. Bogó con velas desplegadas aguas tranquilas y azules. Enfrentó vientos cruzados, navegó más que en toda su vida y no encontró la dulzura de un puerto en donde anclar definitivamente. Sus hijos lo convocaron una tarde y le dijeron: te has convertido en un adolescente de 65 años. Entre sollozos incontenibles les confesó: los recuerdos encapotan los cielos y ya no son amables. Yo no sé ni puedo vivir solo.

Un intento por adivinar mañanas

Todos tenemos los pasos contados, también, de antemano, está programado el número exacto de latidos, esos golpes sincronizados de sangre, que a borbotones entran y salen del corazón. En esta  increíble y maravillosa maquinaria se ha programado con precisión cada inhalación que llena los pulmones, hasta la exhalación última y definitiva. Los suspiros no cuentan en la ceñida contabilidad de estos  actos mecánicos y quién sabe, cuántas otras cosas más. Quizás, a lo mejor, están previstos los cauces por donde correrá nuestra vida, el trazado de horizontes posibles, los caminos que vamos a transitar a  ciegas y dando tumbos, pero realmente no  tengo seguridad, ni siquiera una señal borrosa de que el futuro esté escrito, en cambio, tengo la certeza que el fin de nuestra vida está marcado, y en eso nos parecemos a los tarros de mermelada, en ellos también viene impresa la fecha de vencimiento. Tenemos asegurado el final, una mano ajena y desconocida marcó sin titubear el dí...

Ella prefiere la noche

  A mi sobrina Thony: regalo de su 47 cumpleaños, o una justificación a su conducta. Nunca se despierta a las ocho de la mañana y jamás se levanta antes de las doce del mediodía. También es justo decir que se acuesta pasadas las tres de la madrugada. Para ella hay algo de mágico asombro en la noche y siempre encuentra argumentos que justifican su desvelo. El más común es la obligación de realizar una acción impostergable y absolutamente necesaria que ella y únicamente ella debe atender a estas desacostumbradas horas para el común: esperar a que llegue el agua por ejemplo. Contemplar el incandescente brillo de las luciérnagas, o salir disparada al encuentro del grupo de sonámbulos intensos, que de noche deambulan por los lugares de moda en esta ciudad de universitarios, con la descarada intención de convertirse en piezas de inspiración nocturna. Ella quiere ser parte del brillo de los flashes, convertirse en esa imagen de la noche que se hace viral y permanece en el recuerdo. Necesi...

El jugador

  A mi hija Marilyn: para que tenga una imagen de su bisabuelo Aeropagita  La primera vez que jugó perdió. La imagen regresa implacable y se asoma con frecuencia al espejo de sus días y con crueldad le muestra la única consecuencia posible de mantener su vida asociada a los giros de la fortuna, aun así, jugar se ha convertido en un impulso imposible de contener. Jugar es entrar en un torbellino de ansiedad con múltiples posibilidades. El triunfo y el fracaso repartidos en un mazo de cuarenta y ocho cartas. El cielo y el infierno a la vuelta de una ronda.  El corazón se acelera. Un río se desborda y revienta las venas. El rostro permanece impasible, sin una mueca. Los ojos sin un destello miran los ases, firme la mano, con pasmosa calma empuja las fichas al centro de la mesa, echa el resto para culminar la apuesta y espera con la baraja cerrada la respuesta.     Perder es caer en la fisura de un abismo, cruzar la esquina de  una calle interminable ...

El inútil acto de olvidar

  El recuerdo se cuela por una estrecha fisura de la memoria, permanece oculto en las esquinas de la nostalgia y aguarda con calma el segundo exacto, el momento justo para saltar por  encima de las sombras y convertirse en el destello que ilumina el lado oscuro del espejo y muele con dientes afilados mi propia imagen. He tratado de borrar ese recuerdo, pero logra evadir cada uno de mis intentos y fracaso. Terco y persistente, el recuerdo burla mi empeño de mantenerlo detrás de los últimos sucesos. Pruebo esconderlo en la incesante actividad de actos inútiles, en un eterno boxeo de sombras que promuevo con alardes de intensidad, pero  no lo consigo. Logro con la ficción de triunfos efímeros alejar por momentos esa evocación, frenar sus permanentes acometidas, obstaculizar sus apariciones imprevistas con la firmeza de decisiones impostergables. Todas son argucias para mantener el recuerdo en una custodiada encrucijada, ya que me resulta imposible borrarlo, mucho menos hacer...

Carta a mi estilográfica

  A veces me pierdo en las sorpresas del odio. En el atroz desenlace de la injusticia. En la tiranía de las armas. Cien nombres ausentes me arrinconan en el dolor ajeno, y entonces escribo cartas, cartas como esta, en un intento desesperado por encontrarme, por reconciliarme con la vida. Querida estilográfica: desde el momento en que el destino nos cruzó colgabas de mi corazón con el orgullo de poseerte. Atormentado en la búsqueda de las palabras, de sus diversos significados, de sus múltiples equivalencias, de la sonora repetición de su voz plural que intenta evadirme y se esconde en oscuros recovecos de mi memoria, yo aferraba mis dedos a tu cintura y te obligaba a correr a un ritmo exasperante. Con el mayor de los entusiasmos me seguías, los dos, en sincronía con lo aprendido ejecutamos sobre tenues líneas azules un acto mágico, y mi imprecisa caligrafía quedaba grabada en los blancos milímetros permitidos. Al final de la página, rozando el flanco derecho, en el borde mismo, con...

Los regalos del abuelo

  El abuelo, mi abuelo, es un incansable viajero, ya lo era antes de morir la abuela que lo acompañó y complació en esa necesidad de cruzar las fronteras. Ahora que está solo pasa más tiempo ausente que con nosotros. Sus destinos son impredecibles. Siempre hay un sitio incierto por conocer, un pueblo célebre por visitar, una oportunidad, un motivo para viajar. Esa decisión de visitar un lugar en cualquier parte del mundo depende de impulsos desconocidos, incluso para él. Algo en su cabeza despierta una curiosidad más fuerte que él mismo y entonces inicia una investigación y cuando finalmente parte a su destino hace rato que su pensamiento está allí.   Se puede ver claramente un brillo especial en sus ojos, el abuelo deja de mirar lo que tiene enfrente para mirar detrás de las paredes, comienza a vivir el viaje, le cambia el rostro, el carácter y se le agudiza la sordera.   No deja nada al azar, no hay improvisación en sus viajes, todo está planificado casi al detalle,...