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La jauría salvaje 

de deberes cotidianos 

me devora cada día

con dientes acerados, 

y mantiene a su derecha 

los huesos rotos 

de mi entusiasmo.


Los minutos están contados, 

el horario es impuesto por otro, 

de antemano,

y de obligado cumplimiento

según dicta el reglamento. 


Me gana la prisa

por cumplir las tareas,

por tachar la lista

y sentarme al fin

a mirar por la ventana, 

pero la hora se demora.


Consumida la fecha

en inútiles afanes, 

paso por alto

detalles menores.


Vivo a saltos.


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