Muñeco de palo


La lluvia impone sus propias condiciones y obliga refugios ocasionales, las gruesas gotas del vendaval chocan insolentes contra los ventanales de cristal y somos testigos de un baile frenético, los árboles se desmelenan  bajo el furioso aguacero, el agua se bate contra los vientos en un temible enfrentamiento. La tormenta se convierte en una excusa para alargar el tiempo de mi café. En la mesa contigua, la conversación de unos muchachos, con apenas veinte años, gira en torno al cansancio, a la tarea agotadora de estudiar y obligan a este maestro de escuela jubilado, a improvisar una clase que no tenía prevista.

 

-Yo soy un muñeco de palo remendado por dentro, reforzado en las junturas y cada día me revisto de impecable entusiasmo para no mostrar las vergüenzas del agotamiento-. Digo esas palabras, mientras arrimo una silla a la mesa de los muchachos, que sorprendidos guardan silencio y esperan. 


Aprovecho el desconcierto que causa mi atrevimiento y por encima de la distracción de la lluvia, que hace estragos afuera y con la aceptación de los celulares, que han enmudecido sin conexión, sigo con mi clase improvisada.


Yo afirmo que soy un muñeco de palo remendado por dentro, reforzado en las junturas y cada día me revisto de impecable entusiasmo para no mostrar las vergüenzas del agotamiento. Quienes me conocen, amigos y familiares, pueden pensar que esta frase es solo una imagen literaria, pero en contra de esa idea les aseguro a ustedes, que esta afirmación mía es totalmente cierta y voy a intentar demostrarlo. 


Voy a comenzar por revelarles, que tengo setenta y dos años cumplidos y como dicen en Caicara de Maturín, el pueblo donde nací, estoy en  setenta y tres, mi propósito, aunque parezca desmesurado, es caminar erguido hasta la muerte, no doblarme bajo el peso de los años y jamás arrastrar los pies, yo creo firmemente que esas dos conductas son las señales de la derrota ante el tiempo, ese tiempo, que en silencio navega en el mar de la paciencia.


Soy un inmigrante, uno más, que las circunstancias empujaron a vivir lejos de la patria, de los afectos, de las costumbres, del lenguaje que heredé. Al igual que los otros inmigrantes y la gente de este país, que me acogió, sobrevivo trabajando duro. Acarreo y organizo bultos de sesenta libras en un galpón, me impongo leer un libro y escribir un texto cada mes, además de cumplir las tareas domésticas de mis obligaciones familiares, la familia es una ocupación que no permite retrasos. Yo no estoy solo, me acompañan dos hijos pequeños, mi esposa y el compromiso de seguir unidos. Hemos completado un círculo y somos un núcleo cerrado. Sin entorno familiar y sin red de apoyo avanzamos tropezando con el destino, debo reconocer con justicia, que el destino ha sido amable con nosotros y hasta cierto punto, benévolo y gentil. 


Cuando nació mi último hijo, que ahora cumplió diez años, una joven madre, desconociendo la dictadura del azar, apoyada en la falsa seguridad que otorga la planificación y ejecución de su proyecto de vida, al verme lidiar con el bebé en el Jardín de Infancia, en donde circunstancialmente coincidimos, y confirmar desconcertada, que yo era el padre del niño y no su abuelo, en un claro y desafiante tono de reclamo, dijo: -La ociosidad no tiene límites-. Y yo, que siempre he sido de respuesta fácil, contesté con otra frase hecha: -Los amores con miedo no cruzan fronteras-. Y en esa respuesta está toda la fuerza de mi entusiasmo, los vientos que me impulsan, la razón para seguir adelante.


Admito, que para mantenerme sano huyo a la carrera de los hospitales, de las clínicas, no quiero que jurunguen ese avispero de enfermedades que llevamos dentro, sé que están allí, agazapadas y al acecho del examen médico, para saltar como fieras y sin ninguna discusión, finalmente, hacerse dueñas de mi cuerpo y mortificarme. No visito Doctores, ni médicos, ni curanderos de ningún tipo, pero en cambio, llevo en el bolsillo una pequeña piedra de jaspe, un Shiva lingam. 


Recibí el Shiva lingam de las manos de mi madre, que generosa, me lo entregó al regresar de uno de sus viajes a la India y en ese momento dijo. - Hijo, esta piedra la encontré en las orillas del río Narmada y quiero que la lleves contigo siempre-. Desde entonces, ese regalo me acompaña, quiero creer que aleja las enfermedades, que me protege. No dejo de ser un indio supersticioso.


Yo afirmo ser un muñeco de palo reparado y reforzado por dentro y estos son los hechos que lo comprueban: al despertar, luego de una noche en la que duermo a intervalos y me levanto varias veces para ir al baño, mi primer pensamiento lo obliga el nuevo dolor que me acompaña, soy incapaz de recordar los sueños, pero en mis sueños, en esas horas de descanso, estoy convencido que enfrento fuerzas poderosas y terribles, que en ese combate, mi cuerpo sufre golpes y caídas, porque cada día un nuevo dolor se manifiesta y me impone al despertar una revisión general del deterioro acumulado durante la noche. 


Los dolores que padezco, los nuevos y los viejos, me exigen una rutina de mantenimiento que cumplo con disciplina. En ayunas, tomo medio vaso de agua tibia con el jugo de un limón, un remedio casero para limpiar el hígado de los abusos de la juventud y el remanente de toda la basura que se queda acumulada en ese delicado filtro inteligente.


Soy un muñeco de palo remendado por dentro, que además usa lentes correctivos, también y a la vista de todos, llevo en el dedo anular de la mano derecha, un anillo de casco de burro negro, que me ayuda a mantener la hemorroides en su sitio, para evitar disgustos mayores.


A pesar de los dolores, de las endurecidas articulaciones, someto al cuerpo a la rutina de cuarenta y cinco minutos de ejercicio: doblo la cintura a la izquierda, a la derecha, me inclino en el intento de tocar el suelo con la palma de la mano -sin conseguirlo-. Muevo en diferentes direcciones los brazos, las piernas, el cuello y sí por alguna razón no cumplo con ese esfuerzo, cuando retomo de nuevo los ejercicios, los ligamentos se han endurecido y la dificultad es mayor, por esa razón cumplo sin falta  esta regla de sobrevivencia.


Mientras me cepillo parafraseo a Vallejo con ironía: todos mis dientes son ajenos, yo los  robé, soy un mal ladrón, a dónde iré. Luego me meto bajo la ducha, me aseguro que el agua esté muy caliente, al finalizar el baño, aplico voltaren en la cintura para aliviar los dolores que no cesan con el descanso nocturno y se incrementan con el esfuerzo de los ejercicios, tengo además una colección de parches que me coloco en los hombros y los  cambio cada tres días. 


Para poder caminar sin tropiezos, cuento con la ayuda adicional de un par de rodilleras de rótula, para aliviar el dolor que produce el desgaste de los meniscos y tengo un par, porque un día me duele una rodilla y al otro dia el dolor se repite, pero en la otra, y no falta alguna vez, que me duelan las dos al mismo tiempo, utilizo también unos suspensorios especiales para sujetar el manojo de curumiche, que me cuelga entre las piernas y me cuelga, como me cuelgan los pellejos de todo el cuerpo.


En todas las estaciones del año me visto con mangas largas, así enfrento el frío atroz que padezco, pero también, me sirve para ocultar la codera que llevo en el brazo derecho. Yo nunca jugué tenis, pero tengo codo de tenista, también oculto con las mangas largas, la muñequera de soporte, que utilizó en la mano izquierda para el dolor que produce el túnel carpiano.


La Testosterona me abandonó y con ella desaparecieron también los vellos de mi cuerpo, no queda ni uno, pero con tenaz obstinación, rebeldes, siguen creciendo los pelos de las cejas, de las orejas y la nariz.


Dejé de correr maratones el dia que me sorprendió el intenso dolor y la deformación del hueso del dedo gordo del pie derecho, en el pie izquierdo se deformó también el dedo pequeño y tengo la pareja, un juanete y un juanetillo, que son difíciles de llevar y provocan el nacimiento de callos en la planta de ambos pies, para contrarrestar la incomodidad, el dolor, utilizo separadores que coloco entre los dedos y los mantienen en su posición original, otro remiendo para evitar el dolor, o engañar al cerebro.


Conservo todas los órganos y huesos de mi cuerpo, algunos están rotos y remendados, pero estoy completo. Confieso que no todo es voluntad, la química me ayuda y con el desayuno tomo un multivitamínico, también  pastillas de Colageno, Vitamina B12, no me falta el D3 y tampoco el Zinc. Y para cuando el cansancio y el dolor se niegan a abandonarme, recurro al milagro de la ciencia alemana, que lleva más de 120 años combatiendo con éxito el dolor, la famosa Aspirina Bayer, que además, está comprobado, sirve para prevenir los infartos causados por el mal de amores.


Yo me preparo lo mejor que puedo para cumplir con mis obligaciones, enfrento con astucia las circunstancias y los imponderables que dirigen mis días y no me siento agotado, ni aburrido, afuera hay un mundo que cambia cada segundo y yo soy un actor de reparto en ese mundo.


Los vientos empujan atentos y amables a las dóciles nubes fuera de la ciudad, le abren camino al sol que ahora ilumina las calles, ya no llueve y 

no tengo excusas para llegar tarde. Con una frase hecha me despido y camino en dirección al trabajo, me esperan ocho horas de cumplimiento obligatorio.

 

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