Todo lo que necesita es un corazón

 Cree que en esencia es un viajero que perdió el rumbo. Cree que es un barco navegando sin norte con las velas desplegadas en medio de un mar sosegado, en calma. Cree que tiene algo de río y ninguna orilla. Cree que es viento y la prisa lo acompaña y la urgencia de recorrer los caminos sin destino no le permite detenerse y entonces se rebela y protesta convertido en ronco remolino y envuelve cuerpos ajenos y sacude la rama de los árboles. Cree que es palabra, sonido articulado, vocablo finalmente liberado, pero sin destinatario, sin un oído atento que lo acoja y logre transformarlo en sentimiento, se agosta, se debilita hasta consumirse por completo y desaparece entre silencios. Le duele no dejar huella y cree que su paso es efímero, pero se equivoca en estas y en otras suposiciones. Entró en una fisura del tiempo sin pretenderlo, quizás por accidente, o en estricto cumplimento de leyes desconocidas, no o sabemos. 


Es agotador no poder detenerse en los recuerdos, contemplar los aciertos, los triunfos, dolerse tal vez con las derrotas, arrepentirse de los errores,   pero los recuerdos están ausentes y sin un pasado de referencia desaparecen las perspectivas, los posibles escenarios y no encuentra la forma de salir de esta espiral que no tiene asidero en el pasado y tampoco puede generar expectativas de futuro. Descubre que no tiene nombre, o no puede recordarlo, tampoco es capaz de evocar su apellido, la raíz de la familia que lo ancla a una herencia de genes y parecidos, ni siquiera puede recordar a cuál oficio le dedica su tiempo, cree por un momento que puede ser escritor, visualiza metáforas. Lo agobia esta sucesión de imágenes sin asidero que no lo llevan a ninguna parte y lo obligan a insistir en creerse viajero, barco, río, viento, palabra y en insistir en esa noción de ser efímero que lo paraliza, que lo intimida.


Cree encontrar una certeza, cree que todo lo que necesita es localizar en su maltrecha y deshilachada memoria el rastro de ese corazón que espera el regreso del viajero que perdió el rumbo. Conocer en cual puerto, en que bahía está ese corazón para que el barco que cree ser tenga un norte y no se detenga más en estas aguas tranquilas. Necesita llegar a ese corazón para que sus orillas amansen el río que cree ser y no le permita despeñarse con esta ausencia de motivos. Cree que debe prestar mayor atención a los recodos que el camino le presenta para reconocer las posibles señales que el corazón ha dejado, ese corazón es  el único capaz de detener el viento que cree ser con sortilegios de piedras. Todo lo que necesita es encontrar ese corazón que presiente gemelo para que le devuelva su nombre, su apellido, los recuerdos, el pasado y los motivos. 


Al lado de la cama donde su cuerpo, en un estado lamentable, se abandona a buscar un corazón, su esposa, obediente, sigue las instrucciones del Doctor que lo atiende y no deja de hablarle. Ella no comprende cómo es que la casualidad condujo los pasos, los gestos, los actos de su esposo a un punto sin retorno, a un instante que no concluye y como sobrevino el inutil acto de violencia que hoy lo mantiene en estado de coma y que ahora ella intenta revertir recordando en este rosario interminable su nombre, su apellido, los recuerdos, el pasado y los motivos.



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