El olor del miedo o de la dicha

 Su fórmula es llevar la contraria, empeña sus actos en ir contra la corriente, no acepta indicaciones, desconoce la ruta que se le indica, toma siempre el camino contrario aunque esté vetado o expresamente prohibido y busca los enfrentamientos para distinguirse de los demás.


Necesita demostrar que es diferente, no que tiene razón. Desafía la norma y desobedece los controles que obligan el cabal cumplimiento de las disposiciones. Evade las leyes, salta por encima de los estatutos que se interponen a sus pasos arrebatados. Ha decidido no acatar las reglas y con descaro asegura que las normas están para romperse y las órdenes para ser desobedecidas. Utiliza la mentira con frecuencia para sus proyectos. Está en contra de la conseja popular que reza: el que no oye consejo no llega a viejo y afirma enardecido que no quiere llegar a viejo, que lo que quiere es vivir cada instante como si fuera el último, que le falta tiempo y espacio para cumplir su destino. 


Su extravío lo empuja a conductas erráticas y desconcertantes y algunos creemos que adolece de sentido común. Él asegura que tiene el privilegio de poseer un olfato extraordinario que lo guía, que es capaz de oler el miedo y también la dicha, que le es imposible expresar con palabras la característica de los olores que él identifica con facilidad. Todos sabemos que miente y que sabe perfectamente describir el olor del miedo, pero no está dispuesto a compartir ese secreto. En un intento de esquivar nuestras preguntas y para sacarnos de dudas, o para sembrarlas, nos pide que como ejercicio intentemos explicar a qué huele el hielo. Está convencido también de que los ilusos huelen a melón maduro y ese perfumado olor no se puede esconder, ni disimular. Se rodea de ingenuos. 


Somos sus compañeros de curso y ninguno de nosotros se le acerca demasiado para que no descubra bajo nuestra piel el olor del miedo que nos acompaña. Todas sus propuestas  son arriesgadas y en la mayoría de los casos los castigos son severos, pero aún a pesar del temor apoyamos sus iniciativas. 


Sus excesos lo convierten en líder y nosotros somos manada, seguidores irresponsables. Nuestros movimientos transitan entre  la frontera del miedo y la audacia, la presión del grupo y la posibilidad de atraer la atención de alguna muchacha nos empuja a seguirlo y traspasar los límites a pesar de las consecuencias.  


En la clase de historia enfrenta al profesor y afirma que la bandera de la patria es otra, asegura que el verdadero estandarte que identifica la nación no es el que ondea en nuestra escuela y que oscuras componendas pasadas impidieron que la verdadera bandera fuera legitimada, la controversia crea dos grupos enfrentados, los grupos se señalan unos a otros con irrefrenable ira y en sus manos aparece la bandera de la discordia, amenaza con izarla como un acto de justicia tardía y corre a la azotea. 


El curso y los profesores asistimos como espectadores a esta nueva temeridad, escala con facilidad de felino las alturas de la platabanda, baja la bandera verdadera e intenta hacer el cambio pero pierde apoyo y termina roto y quebrado contra el pavimento.


El impacto es tremendo, una de las muchachas esconde el rostro y la pena entre sus manos, yo me acerco oliendo a miedo y le digo: -déjame darte un abrazo, no para espantar tu pena, sino para compartirla. Al abrazarla estoy seguro que el aroma de la dicha me envuelve, pero él ya no puede olerme.


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