Imagina


 

 

Es un corazón solitario, está a punto de rendirse ante el enfado que lo domina y no lo sabe. Esconde su tristeza detrás de un díptico de círculos de mermelada. La pena lo envuelve y la disimula detrás del humo denso de sus innumerables cigarrillos.

 

Sin razón aparente el desánimo minó su espíritu y el silencio agazapado en su costado izquierdo lo muerde tenazmente, siente sus dientes afilados al buscar su lugar en estos antiguos campos de fresa, en donde no hay espacio para perder el tiempo, ni nada es real, y por ello no hay razón para preocuparse.

 

Intenta escapar del mazo que lo amenaza, pero cae en la trampa de sus días sin nada que hacer. Todos saben que no hay nada que hacer, pero él repite: Buenos días, buenos días. Sin nada más que decir cada día, sin encontrar ninguna treta para romper el cerco del dudoso sargento pimienta que lo persigue sin tregua.

 

Con desesperación quiere un consejo, una palabra, una señal, pero no tiene el valor para pedir auxilio, aunque sabe que una pequeña ayuda de sus amigos es suficiente, pero  guarda un silencio obstinado para no desafinar, no quiere estar fuera de tono.

 

Quiere ser nuevamente John, nada más que John. Un hombre  que juega con las palabras para expresar lo que siente. Necesita dejar de ser el prisionero de una banda que dejó de oír los acordes, y sus propias voces, en el tumulto de coros improvisados de seguidores afiebrados.

 

Entra a una exposición de arte conceptual. No conoce al artista. Le entregan una lupa y sube por una escalera improvisada y en el techo, en un panel de polietileno, con letra minúscula han dibujado (SI) Esa  afirmación escueta y categórica crece en su cabeza y una carga positiva lo sacude. Se queda para conocer a la artista. Es una mujer menuda, viste enteramente de negro, cubre su rostro con una espesa cabellera negra y guarda dulces y prolongados silencios detrás de sus ojos rasgados.

 

En una oportunidad ella cuenta: De niña imaginé que del cielo se desprendían cápsulas de nubes, pero en realidad eran bombas que al chocar contra las casas, contra los campos sembrados de cerezos estallaron y dolió la explosión en los oídos atormentados. Ella lo mira con sus ojos profundamente negros y le confiesa: Ahora, lejos de casa, imagino que podemos tomar delicadamente las nubes, que silban, apacibles, engañando en el cielo a los pájaros, y  enterrarlas en este suelo árido, para que no hagan daño y germinen dulces aguaceros.

 

Él entiende que imaginar es un acto de rebeldía liberadora. Al imaginar se desencadenan fuerzas desconocidas capaces de transformar el mundo que habitan. Al imaginar se desatan energías incontrolables y rompen el ruedo de las limitaciones que los cercan.

 

Sabe que no podrá separarse de esta mujer que vive intensamente el instante. Y que imagina el mundo sin fronteras, sin Oficinas de Inmigración, sin razones para matar o morir, sin religión ni dogmas que impongan falsas conductas, sin la codicia ni el tormento del hambre.  

 

Con esta mujer es tan fácil ser un soñador, que supone el mundo lleno de soñadores como ella y como él, capaces de compartir el planeta como hermanos. Soñadores  que creen y quieren que sus nombres estén  asociados a la paz y al amor como ellos.

 

Desde ese mes de octubre han transcurrido cuarenta y siete años y ahora que ella lo piensa detenidamente, bajo el peso implacable del tiempo y la obligada ausencia que la acompaña, hoy asegura que se encontraron para escribir juntos ese himno genial que es Imagina y confirma, sin rencor, que apenas en el 2017 se le reconoce oficialmente como coautora.


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