Confesión
En el contorno de tus
piernas descubro que existe un miedo aún
más temible que la amenaza de la muerte, un sobresalto que jamás había sentido,
un susto que conduce al detestable despeñadero de la cobardía. El temor me paraliza,
la incertidumbre me domina, el espanto no me permite romper el círculo de fuego
que me cerca y permanezco a tu lado en estado de deslumbramiento.
En el ombligo se desatan
intensos remolinos. El aire me falta y lo único que me calma es mirarte,
contemplarte en silencio, permanecer en tu presencia y respirar el indiscutible
aroma que no puedes impedir y que está asociado a tu nombre, ese vago perfume
que percibo más allá de los sentidos, desde el instinto, con intensidad
inusitada.
El camino de regreso a la
calma es esquivo, filosos cuchillos me impiden encontrar la serenidad perdida, enormes
dificultades imposibilitan volver al anhelado sosiego y me extravío sin remedio
en el desatino de un cruce de caminos. Ardo en fiebre y un frenético deseo me
impulsa. Sospecho innumerables peligros, emboscadas que intentan detenerme y encuentro
bríos desconocidos en el ímpetu arrebatado de la sangre, que se impone a
la tímida razón.
Necesito con urgencia la
revelación encendida de tus piernas, que con destrezas aprendidas me niegas y ocultas
entre sombras de lino y seda. Impertinentes puertas de huesos recios y bisagras
de cartílagos flexibles, perfectas y simétricas se alinean sin fisuras ni
fracturas para mantener el secreto de la piel. Esas inusitadas puertas se
convierten en el gran obstáculo que me impide descifrar el misterio que me
obsesiona.
Tus redondas rodillas
convertidas en piedras inamovibles mantienen firmemente el paso cerrado,
intransigentes, obstaculizan mis insistentes arremetidas, son vanos mis
intentos por encontrar un resquicio, una luz que descubra tus piernas. Las tenaces
rodillas me niegan todas las posibilidades, no ceden ni un milímetro en su
empeño de clausura, severas, inflexibles, ejecutan la orden de mantener completamente
sellada la entrada, sin descuidar ni un instante su labor.
Un palmo más arriba de las redondas
rodillas convertidas en candados el espacio está vedado, permanece oculto, desconozco
absolutamente las formas, y me empeño en adivinar esa palpitante geografía que
llega a trastornarme. He oído historias de navegantes que aseguran haber
descubierto al final de los muslos la existencia de míticas arañas carnívoras, que
tejen luminosos instantes, para aprisionar en sus redes viscosas los espíritus
rebeldes, y saciar su hambre ancestral.
Me consume la prisa por desentrañar la
incógnita, intento en repetidas oportunidades mirar con intensidad más allá. sin éxito y ante mi insistente asedio, esas
puertas redondas se mantienen imperturbables en su firme oficio de impedir el
acceso y se niegan incluso a mis inocentes y cristalinas miradas.
En apariencia impasible y sosegado, me permito distraídamente
reclinar la espalda y aprovecho para
lanzar vertiginosas saetas, ojeadas
furtivas, vistazos atormentados, ataques sorpresas, pero ninguna de mis
tácticas improvisadas, realizadas con la urgencia que me domina, rompen el
entramado de calcio de esa fortaleza, que bloquea todas mis intenciones.
Encuentro en la palabra la
llave que hace girar las más férreas determinaciones y escribo a la carrera
este texto, esta selección de ideas
desordenadas, que intenta ser relato,
vaga rapsodia, poema en prosa, una excusa que te convenza para que expongas
ante mis ojos tus piernas desnudas.
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