El desconcierto del Inspector


Miguel Andrade me desconcertó, su conducta inaudita me llevó a merodear por extravagantes extremos del racionamiento y mi pensamiento lógico se detuvo en el abismo entre lo real y la especulación de la imaginación.

El caso de Andrade me exige andar en actitud expectante para no cometer la torpeza de un descuido. Me encuentro ante el enigma de una conducta humana que no responde a los parámetros establecidos entre los casos de estudio criminal.

Investigo la desaparición de Miguel Andrade. Entro a su departamento y no encuentro indicios de violencia, ni rastros que indiquen una huida, ni tampoco evidencia alguna que señale, que Andrade habitó este lugar. La falta de pistas dispara mi sospecha: existe una intención premeditada que implica una planificación cuidadosa y una ejecución meticulosa.

Este descubrimiento me incomoda y no termino de aceptarlo, pero reconozco, que un hombre es capaz de esconder todos los hombres detrás de una sonrisa de abuelo dulce y afable.

Andrade cuidó con esmero la imagen de anciano bonachón, logró imprimir a su apariencia pinceladas que lo convirtieron en un viejecillo especial, condición que me impulsó desde el momento que nos cruzamos a mantener una cordial amistad. Al recordar ese evento en apariencia casual, la duda asoma y me advierte, que ese encuentro quizás lo planificó.

Miguel Andrade con esfuerzo y dedicación se empeñó en mantener vigente los modos de tiempos anteriores, francamente decadentes y en desuso. Cultivó la amabilidad como norma, la cortesía como regla de conducta, la bonhomía como ejemplo de comportamiento, la consideración y el respeto al otro, como la única fórmula aceptable para vivir en comunidad.

La desaparición de Miguel Andrade me lleva a intuir riesgos, conspiraciones, tramas oscuras y mi deber es descubrir las motivaciones que impulsan su conducta, para establecer las coordenadas de un mapa que me permita dar con el paradero del desaparecido. Por ahora me mantengo entre la sorpresa y el asombro.

Con el grado de Inspector, ganado en las calles, creo que me convertí en víctima y a pesar de haber tratado a Miguel no puedo asegurar que conozco al hombre, que una vez consideré mi amigo, me es imposible definir un perfil que me acerque al verdadero Andrade, quien se ha convertido en un completo desconocido, en un misterio.

Recuerdo nuestra última conversación: Andrade se interesó en saber cuál es el mejor lugar para esconder un objeto y yo le aseguré, que dejarlo a la vista de todos es el lugar perfecto para ocultarlo. Presté mayor atención a lo obvio y descubrí una carta.

Mi querido Inspector:

Antes que nada reciba un abrazo fraterno de quien se considera su amigo, aunque quizás no merezca su amistad en vista de mi condición de bandido.

Yo me creo un “Quijote” y al igual que el personaje de Cervantes, que se aficionó a las lecturas de novelas de caballería, yo me entregué al cine y a las películas de detectives, pero jamás quise ser un héroe, decidí por el contrario ser un villano y burlar la ley, pero sobre todo, el reto que me impongo es no ser descubierto.

Acepté un delicado trabajo y lo ejecuté, pero nos hicimos amigos y usted merece de mi parte  más que una explicación, la tranquilidad de saber que no estoy desaparecido, que nada malo me ha sucedido, simplemente que no existo.

Usted debe saber que Miguel Andrade es una figura de ficción, un cronopio, la invención de un personaje al margen de un guión en una película de detectives, que interpretado magistralmente merece un premio, y qué mejor premio que la libertad.

Gracias de antemano por entender mi situación.


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