Argumento de un suicida
A la memoria de mi compadre Luis Moros
Murió por propia mano
el 11 de octubre de 2015
según los médicos forenses.
Traspaso las puertas de esta Catedral y
dejo a mi espalda las últimas luces de la tarde, que solidarias y rebeldes me
acompañan. Entro con una decisión tomada firmemente.
Un sol arrebatado de intensos colores se niega a morir. El cielo se
ha ensangrentado. La tarde se resiste a convertirse en sombra, en noche, y
revienta los inocentes vitrales de esta iglesia con un escándalo de tonos
rojos, violetas, dorados. Es sin lugar a dudas una protesta sorda contra el
destino.
Miro esta tarde por última vez y entro
decidido, vengo con un rosario
de quejas, reproches, demandas. Ni súplicas, ni lamentaciones. No busco, ni
quiero respuestas.
Con la fuerza de la ira, de la rabia, de
un enojo que me consume hasta la sangre, vengo a exigir, a protestar, a
levantar mi voz en esta casa de oración hasta ser escuchado por quien torció mi
vida hasta el tormento, por el responsable de esta condena injusta, que creo
no merezco.
Esta nueva afrenta impuesta por una mano
ajena, este cambio brutal al que soy sometido sin razón alguna, esta horrible
condición cambia mi vida y me empuja a un despeñadero, no puedo, ni debo
prolongar mi lastimosa existencia un minuto más.
Quiero exponer mi resentimiento, mi descontento,
sin ser importunado, perturbado, interrumpido. Ni siquiera quiero ser
observado por algún impertinente chupacirios de sotana, que intente impedirme que
cumpla mi voluntad.
No deseo por supuesto ser inoportuno y por eso son bienvenidos a
este recinto, en este momento: el silencio, la soledad, la ausencia, el
vacío.
Es necesario para poder cumplir mi deseo,
que no permanezca ningún ser vivo en este espacio. Tengo suficiente con ser custodiado por estas
imágenes de piedra cargadas de significaciones místicas. Ninguna persona debe
estar escondida en las grietas, ni siquiera un aliento en los intersticios de los confesionarios. No
quiero testigos, no busco lastima. Vengo a terminar con todo de una vez y para
siempre.
Yo nací bajo la protección de una familia
de trabajo, con el estigma de una piel oscura, tostada, quemada. Pondero el esfuerzo
por encima del desaliento, privilegio el tesón contra la dejadez,
la voluntad por encima del desánimo, el empeño, contra el ocio.
Desde que me conozco lucho a brazo partido
para ganar un lugar entre los hombres y no puedo permitirme desmayos y flaquezas,
no quiero, ni puedo aceptar esta condición que me impone el destino, este
rincón a donde me han empujado fuerzas que gobierna el represente de esta
sagrada casa.
He tomado una decisión y vengo a
cumplirla.
Un evento imposible, un accidente me
malogró la vida y así no la quiero. Tengo todo el derecho de terminar con ella
y además, poseo los medios para lograrlo.
Según el Doctor que me atendió en la sala
de emergencia, en esa intervención quirúrgica que me practicaron de urgencia,
un átomo de anestesia se coló y atoró en el sistema límbico, entre la
corteza cerebral, el septo y el hipotálamo.
Ese descuido, ese pequeño detalle
insignificante, del tamaño de una partícula invisible y etérea, me dejó
inválido para siempre, no tengo ninguna posibilidad, es impracticable
operar sin causar un daño cerebral irreparable.
Ese imprevisto mató al animal que
siempre mostré con orgullo y sin pudor: mi pinga pelada y parada, mi machete
afilado, mi rabo, mi nabo, mi sable. Ese cabezón calvo de casco alemán, que se
levantaba a voluntad entre mis piernas hoy cuelga sin fuerzas. Con pena,
con mucha pena.
-Es improbable que vuelva a la vida, dijo
el Doctor.
No existe para mí ninguna posibilidad de
que el pipe renazca, que la morcilla engorde y crezca, que la morronga se
endurezca, que la porra abra paso y se entierre entre labios complacientes.
Perdí el pito, el palo, el que machuca los
peos y entre las piernas me queda una tripa con una vena y de solo
mirarla dan ganas de ponerse a llorar.
El deseo de coger, de tirar, de fornicar,
de culear, de practicar el viejo mete y saca me consume, se ha convertido en
una necesidad imposible, me apremia un apetito voraz de sexo, me dominan impulsos primarios y no puedo hacer absolutamente
nada. La vergüenza me derrumba.
Quiero y no puedo. Tengo hambre de carne y
me faltan dientes. Necesito con urgencia revivir el plátano, avivar la polla y
es físicamente imposible. La paloma no responde, perdí la fortaleza de la verga
y es imposible entrar con esta manguera floja en ninguna caverna por húmeda y
caliente que se presente.
Vine con cien razones y ninguna salida,
debo hacer justicia por mi propia mano y contravenir lo que expresamente está
prohibido en esta casa.
Vine definitivamente a terminar con todo.
Y para que este reclamo mío no se convierta en un sordo lamento tirado al
olvido, es imperativo que mi último acto acuse la indolencia del dueño de
esta casa, que me dejó el libre albedrío, para poder justificar sus carencias
de poder supremo.
Estoy dispuesto a derramar mi sangre y
manchar con ella las baldosas de esta iglesia, para desenmascarar la mentira
del lema “Pide y te será concedido”
El recuerdo de mi sacrificio esta tarde,
servirá para exponer la verdad contra el engaño, la cabeza destrozada de
un balazo, mi cuerpo sin vida, debe quedar expuesto en la nave central y será
una señal inequívoca de mi rebelión en contra de esa cruz que no merezco,
que me impone el destino sin rostro,
cruz que no estoy dispuesto a cargar un minuto más.
Abro los ojos sobre la cama de una
clínica, sin entender nada, entre los vapores alucinados de mi inconsciencia
oigo a mi Doctor repetir: -¡Es un milagro, un verdadero milagro!
El Doctor me miró con ojos renovados en
una fe que yo perdí y dijo: -La mano de Dios intervino y sostuvo tu arma contra
la sien, cambió la dirección del proyectil y la bala pasó rozando la cabeza,
apenas lo justo para liberar el átomo que impedía la función del Pene. Dejó con
el fogonazo en su recorrido de pólvora y plomo una marca en tu frente, que te
mostrará cada minuto el inmenso poder de Dios.
-¡Debes dar gracias!
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