Adioses. Despedidas. Destierros

Murió mi padre,
pero hace mucho.
Ya no pesa su ausencia
en la memoria.
Queda eso sí:
El aroma de alcoholes renovados
y la lumbre de un cigarro eterno
precede sus grandes bigotes amarillos.

Murió también mi suegra
en tierras ajenas,
según predijo una borrosa mañana
un vidente desconocido.
Recién cumplidos sesenta y dos años
y está presente en los salmos,  
en los rezos, en los ritos,
detrás de la puerta de la iglesia.

Murió mi hermana Esther
recientemente
y la llevo aquí
anclada en el recuerdo
¡viva! en mi costado,
en mis afectos.
Levanta a dos manos desde siempre
las banderas del dolor y la esperanza.

Logró alcanzarla
en ese viaje sin retorno
mi sobrina Sara
¡la más intensa!
Un torbellino incansable de propuestas
en defensas desesperadas.
Clamando justicia la vieron partir
las leyes imprecisas, el Código Penal.

Hace semanas murió
Orlando Palencia.
El entrañable “Samsa”
Nos dejó sus fotografías
en herencia sin descendencia.  
Imprimimos nuestras huellas
con miradas  a horizontes distantes y distintos
en aquel famoso Boulevard de otros tiempos.

Ayer murió la impenitente viajera.
Mi amiga ¡María Eugenia Talavera!
El renglón con su nombre se iluminó
a un incierto destino sin futuro
en esa lista de espera inevitable.
Sin esperar otra llamada, sin equipaje
cruzó el umbral de un horizonte sin sueño.



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