La imagen del triunfo la encarna un hombre que aparece radiante en la pantalla. Sus gestos calculados, su voz modulada con precisión, su porte erguido: todo en él cautiva, pero nada es natural, es el resultado de una laboriosa y extenuante tarea de representación frente al espejo. El traje impecable que viste logra destellos fulgurantes con la ayuda de los reflectores, y es esa imagen ensayada hasta el agotamiento, lo que repite como triunfo el lente de las cámaras, que siguen fascinadas cada uno de sus movimientos. El gesto que parece espontáneo, la medida justa de la sonrisa, la seguridad en el tono de la voz, es la suma del éxito, y por un momento, frente a las luces y las cámaras, él mismo acepta esa imagen como cierta. Es impresionante la afinidad que logra con la audiencia y el grado de convencimiento que su discurso rimbombante imprime. Yo me reconozco en los fracasos y quise conocer su secreto. En un intento de acercarme al éxito lo seguí cuando las luc...