El Rey Abdica


El enfrentamiento se inició mucho antes de yo nacer en tierras extrañas y tiempos extraordinarios. Las razones son tanto oscuras como incomprensibles. Intento analizar su nacimiento y posterior crecimiento desmesurado a través de la historia, y  bajo el velo espeso del tiempo, que transforma los acontecimientos, corrompe y cubre la verdad con  justificaciones, coloca una costra dura en las acciones y crea mitos. Más que confirmar realidades muestra el celaje de  peripecias y es aquí en donde encuentro una primera y valiosa enseñanza.

Observo detenidamente las piruetas de enfrentamientos anteriores, surgidas quizás por el tedio de horas aburridas, por la inexistencia de tolerancia.
Según antiguas crónicas se llega finalmente a este torneo de tácticas y estrategias, a esta contienda singular con el único ánimo de vencer aun a costa de descalabrar  a los contrincantes.

Esta sucesión inevitable de pugnas, estos pequeños incidentes plantean que replegarse no es una opción permanente, que es apenas uno de los tantos movimientos posibles, que las estratagemas están a la orden del día, que estas contiendas pueden convertirse en intensas luchas, en combates magníficos en donde quedan eliminados uno a uno los enemigos, llegando incluso a diezmarlos y llevando de la mano al enemigo al profundo hueco de la derrota, derrota que puede avizorar incluso mucho antes de que ocurra.

Desde el principio de los tiempos ya estaba predestinado para este día, para este momento, me he preparado a conciencia con dedicación y disciplina, he estudiado el arte de la guerra, los innumerables rostros de la muerte y no les temo.

Para acometer esta empresa a la que estoy destinado, mis maestros me han sabido educar sin odios, ni resentimientos,  enseñándome a dominar las pasiones, los nervios y mantener única y exclusivamente en posición de alerta los cálculos, la capacidad de evaluar en cada paso las consecuencias. 

Entro a al gran salón a presentar mis respetos, a cumplir con mi destino, a enfrentar al enemigo en defensa de una bandera y de mi Rey.

Desde el fondo la Reina observa con preocupación mi juventud y la sangre que llevo encendida en las sienes, calcula desde su posición privilegiada, si acaso estaré dispuesto a sacrificarla aun y a pesar de todas las armas que mantiene desplegadas.

Con la frialdad que corresponde a su rango y jerarquía conserva un silencio distante y descubre en mis movimientos pausados que soy capaz de entregarla a una muerte sin gloria cuando el momento lo amerite, sabe perfectamente que no puedo ni debo albergar dudas,  que puedo y estoy dispuesto a entregarla, que debo hacerlo además dado circunstancias especiales y sobre todo si el Rey corre peligro.

El Rey me mira sin fe, otros ya han estado en mi lugar y él ha tenido que arriesgarse cientos de veces anteriores. Es un rey, pero sabe que no tiene alternativas, que el momento es de apremios y la historia exige un nuevo sacrificio a su investidura y debe dejar en otras manos el destino de la Nación y el suyo propio.

La experiencia le dice al oído, le recuerda que las victorias son apenas la postergación de la derrota, de su propia derrota en esta espera desoladora.

Doy unos pasos en el salón que por un instante ha enmudecido, me siento ante el tablero e inicio con un movimiento clásico y antiguo.

Ejecuto la conocida y vieja apertura de los dos caballos, doy inicio a esta competencia de Ajedrez con una defensa y abro el camino de las celadas.


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