Día de cumpleaños
Aymara:
En Venezuela la realidad nos enseña que los problemas no se
resuelven, se agravan, y que el paso del tiempo no trae soluciones, por el contrario, trae nuevos
problemas. Lo peor de todo, es el estado general de aceptación de este
desastre.
Al despertar supe que la luz
me había abandonado, se ha convertido en una rutina, pero jamás logro aceptar esta
inusual escasez en el siglo de las comodidades. No lo soporto.
Doy vuelta a la
llave de la regadera y tampoco hay agua. Sin bañarme, sin cepillarme
los dientes, sin tomar café, de mala gana, me visto en la oscurana, contengo la ira mientras bajo por las escaleras los 19 pisos que me separan de la calle. La oscuridad es total.
A las cinco de la mañana camino
hasta la parada del autobús y al llegar hago mi primera cola del día, está más larga
que de costumbre. Como un fogonazo un pensamiento me asusta.
Y si lo mando todo bien lejos ¡al
propio carajo!
Otros pensamientos acuden de inmediato y lo
envuelven cuidadosamente, lo amarran con una cinta, una mordaza grabada con
letra incandescente ¡No puedes darte ese lujo!
Finalmente llego a la ciudad. Hace tres horas me desperté como hago cada día, para cumplir con desgano este
turno de ocho horas y esperar el pago del salario mínimo quince y último de
mes.
Me acomodo la sonrisa como cada día, ajusto
la corbata, bajo la cabeza y hago otra cola para poder subir al ascensor.
Inconcebible, lo cuentas a cualquiera que no viva en Venezuela y te acusan de exagerado, no pueden entenderlo.
Los televisores ya están encendidos.
En cada uno de los pisos hay una pantalla enfrente de los ascensores que
repiten los grandes logros de la Revolución Bolivariana.
Camino con la cabeza siempre gacha
aceptando en un silencio cómplice las normas que dictan los aparatos y ni por un momento desconozco la amenaza velada.
Nunca antes en estos 10 años se
me había ocurrido, pero hoy, que cumplo años, un destello en el cerebro me hace
ver que esta escena que vivo a diario es la repetición de “Un Mundo Feliz”
aquella novela inverosímil de Aldous Huxley.
En estos 32 años no he vivido nada
sensacional, ni siquiera borracheras providenciales, mucho menos noches
extraordinarias de lujuria. Mi vida es la secuencia repetida de actos que han
de llevarme por un camino deslucido y en sombras.
A la hora del almuerzo decido
emprender por la zona, la inusual cacería a un paquete de café, nuevamente la afrenta de una cola interminable, esta
vez en el supermercado. Se siente el peso del silencio y de improviso, la voz de una mujer se levanta insolente.
Esta escasez es parte de la política
del gobierno, que nos ha paralizado de miedo y nos mantiene sujetos, embozalados, mendigando sin exigir lo que es nuestro legítimo derecho. Cada hora que pasa sin levantar
nuestras voces, indignados es una victoria de la Dictadura, cada injusticia sin denunciar nos
hace cómplices, el miedo nos aniquila.
La respuesta no se hace
esperar y desde la puerta, desde los pasillos las personas gritan: No hay leche, ni harina, ni
papel, ni azúcar, ni café. La cola se desvanece.
Alguien comenta a mi lado. Esa mujer no debió reclamar. Cierro los puños indignado, me ahoga la
impotencia y renace aquel pensamiento de la mañana.
Y si lo mando todo bien
lejos ¡al propio carajo!
La mujer camina con la cabeza
en alto, con los ojos encendidos de rabia sale con las manos vacías, intenta marcharse. La moto, ese símbolo
del miedo pasa a su lado, le arrebatan la cartera, cae al suelo y todos oímos la sentencia desde
la maquina en fuga ¡Aprende a mantener
silencio!
La moto pasa a mi lado amparados en la impunidad, en la costumbre de no encontrar resistencia. Pero hoy un resorte
desconocido me mueve, empujo a uno de los motorizados, pierden el equilibrio y
se van al suelo, se le escapa un tiro al parrillero y mata al conductor.
Corro, con un miedo atroz corro, aterrorizado
corro en medio de los autos y oigo los gritos de mi perseguidor:
¡Es la policía! Detente.
Más disparos, con suerte no me alcanzan los proyectiles. En este momento, en este día, una vez más, la frase regresa al pensamiento, en este momento un sol enorme la ilumina:
Y si lo mando todo bien lejos ¡al
propio carajo!
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