Carta a un amigo


La carta va dirigida expresamente a un amigo, pero se escribió deliberadamente para innumerables destinatarios, esta circunstancia me obliga a publicarla abiertamente, con la esperanza que lectores ocasionales puedan encontrarse en alguna línea. 

 

Carta a un amigo

Mí querido Doctor: reciba un abrazo desde los cultivos de uvas, desde las cepas. Un abrazo desde el otoño austral, uno de tantos abrazos en el exilio para huir de la violencia, excusa perfecta para el éxodo, pretexto ideal para escapar, una máscara para esta fuga geográfica.

Un abrazo Doctor: desde esta columna vertebral desdibujada al final del continente, que alguna vez estuvo fracturada por la violencia y al igual que en nuestra maltratada geografía, abrió abismos en los corazones, convirtió las familias en despeñaderos, dividió los apellidos, levantó una sombra de miedo y silencio, enfrentó a la verdad franca y sencilla contra los vericuetos, los laberintos de la mentira y se convirtió en tatuaje indeleble, que aún perdura en las nuevas generaciones.

Un abrazo en definitiva desde la distancia.

Un abrazo. ¡¡Fraterno!!.

Este otoño Doctor, deja una huella imposible de borrar y marca una fecha invariable en ese gastado calendario de ausencias que todos llevamos a cuestas con su carga de penas.

En este otoño, la muerte, el hado oscuro, que por puro instinto intentamos evadir sin éxito, el desenlace último, que se había anunciado con el escándalo previsible de dolor y sufrimiento, se hizo presente. 

Hace tres años, de pasada por Milla, la muerte marcó la casa del soberao y del onoto con una señal inequívoca, con un signo que la obliga a regresar y esta vez, volvió vestida de luto cerrado en busca de compañía eterna. Hace tres años, al pasar, no señaló la fecha exacta de su regreso, dejó caer su advertencia, su sentencia definitiva sin posibilidad de apelaciones y nosotros, todos, nos iniciamos en el arduo camino de la espera y la aceptación, pero por más que lo intentamos, no nos acostumbramos a los designios de la muerte.

Esa figura de huesos pálidos, secos, duros, inflexible, cubierta con hábitos negros, nos dejó la extraordinaria oportunidad de correr un maratón sin esperanzas. Durante estos tres años corrimos juntos con determinación inquebrantable. Usted, la familia, los innumerables amigos, siempre solidarios, todos nosotros permanecimos juntos cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada instante y cubrimos sin fatigarnos cada paso, centímetro, metro, kilómetro de este inusual maratón y logramos que ganara el amor contra el olvido, no sin esfuerzo por supuesto. 

Ambos conocemos la muerte, la tratamos sin miramientos desde diferentes orillas, apostados en la frontera, en los bordes de líneas paralelas.

Por mi parte, llevé la muerte mucho tiempo como estandarte, como consigna amarrada a la cintura, impertinente la busqué con insistencia, con empeño cercano a la obsesión intenté dar con su negra boca de promesas y mentiras para cerrarla con plomo derretido al margen de leyes y estatutos. Porfiada y terca, evadió un encuentro frontal y se escurrió por las esquinas. Quizás no era mi hora. Testaruda persistió en mostrarse y atacó siempre los costados, la muerte se sabe inalcanzable y se fortalece tras cada uno de los triunfos logrados y siempre me dejó,  eso sí, constancia de su presencia. Con obstinación me mostró la imagen de mi derrota ante una batalla que ambos sabemos llevo perdida de antemano, pero yo sigo adelante, de pie, con la osadía de ganar espacios cada día y mantener ese fantasma a raya a punta de entusiasmo, hasta mi hora final.

Usted, Doctor, trata a la muerte de cerca, no la persigue ni intenta darle alcance, por el contrario, la vigila desde la carne, la analiza desde la sangre, la observa minuciosamente desde las células, la estudia desde los órganos que pueden comprometerse. Usted lucha sin descanso contra los aliados de la muerte y los combate desde todos los ángulos posibles. Se apoya en la ciencia, se auxilia con la experiencia, se ayuda con el estudio permanente y la comparación de casos, se ampara en la cofradía de la bata blanca inmaculada, cofradía en la que cumple con sus ritos rigurosos y los solemnes juramentos de estricto cumplimiento. Y a esa cofradía de hermanos consulta con la confianza de la demostración científica, convencido de las innumerables evidencias, de la exactitud de las respuestas ante la muerte.

Hoy, mi querido Doctor, nos vemos hermanados al término de un evento predecible, ineludible. La muerte. Esa muerte que ambos conocemos y esperábamos con la decisión tomada de permanecer intactos contra los vendavales. Pero ante la verdad, ante el hecho consumado, ni usted ni yo sabemos actuar, es posible que nos juzguemos con dureza a pesar de nuestras certezas, tarea por lo demás  inútil.

Usted: acostumbrado a ese combate permanente con ese enemigo impensable, que logra vencer a la muerte en extraordinarias circunstancias, en contadas oportunidades y con ayuda superior, hoy no sabe qué hacer en la derrota, ni cómo comportarse, ni siquiera cómo proceder ante el espejo, mucho menos puede encarar cada nuevo día con esta ausencia definitiva, con esta falta, con este desafío que perdió y lo lleva al rincón del duelo eterno, del que no ha logrado escapar. 

Por diferentes circunstancias, ambos nos alejamos de esa casa antes de que la muerte se hiciera presente. Retirados, distanciados de esa casa que fue en algún momento refugio, no logramos estar presentes en el momento que tantas veces imaginamos y nos prometimos no faltar. Creímos ser imprescindibles, una ayuda, un aporte, una mano tendida, no para apartar la muerte, que ambos sabemos es inevitable, nuestra promesa de estar presentes era únicamente para hacer el momento más llevadero y poder cumplir en fin nuestro papel con dignidad.

En mi ignorancia desconozco, cual de los innumerables resortes con los que contamos, empuja el pensamiento hasta convertirlo en idea y crear una imagen fantástica, maravillosa, colmada de entusiasmo. Desconozco también el mecanismo, o los motivos, que impulsan al pensamiento a distorsionar la idea primera, retorcer el sueño inicial, desfigurar la verdad y encubrir con actitudes y conductas insólitas necesidades primarias, aspiraciones genuinas y amparado en la indisposición de enfermo, refugiado detrás de las almohadas, desde la gravedad de la cama, se pronuncian entonces palabras que provocan desencuentros y animan retiradas tácticas, alientan el abandono, presionan la huida, instigan la marcha, invitan a la separación, empujan a tomar distancia y finalmente se accede sin convicción y con resignación a cumplir esa solicitud incomprensible. Al principio, nos negamos con firmeza, pero la demanda se convierte en exigencia, se solicita  con tal voluntad, que es imposible negarse y  toca vivir la ausencia con anterioridad, mucho antes del final  se nos niega la posibilidad de despedirnos tan lentamente como sea posible.

Puedo decirle Doctor con absoluta seguridad, que el tiempo, esa abstracción que fluye sin poder detenerse, en su trabajo incesante, coserá las heridas con hilo de cobre (único metal con propiedades antimicrobianas). 

Sobre las huellas que hoy parecen indelebles, el tiempo, convertido en aliado y enemigo insospechado, sopla tierra, polvo y lluvias; marca huellas nuevas, reescribe aquellas palabras que pensamos grabadas para siempre con fuego y el recuerdo jugará con la memoria y colocará  sombras y grises en donde hubo colores intensos y dibujará escenas caprichosas que cambiarán de acuerdo a las circunstancias. 

Debo reconocer Doctor; me parece importante, imprescindible, en honor a la verdad y para hacerle justicia, que nuestra conversación de aquella tarde la comenté en detalle con toda la familia y le aseguro, que cada una de sus advertencias se cumplió con rigurosidad científica, matemática y gracias a su franqueza, a la claridad de sus palabras, a lo sentido de sus afirmaciones, a su  sinceridad, a la confianza en las pruebas de otros testimonios que usted conoce de primera mano, su enorme aporte sirvió para iluminarnos el camino inmediato, logramos sobreponernos ante el peso de la impotencia y estuvimos prevenidos, dispuestos, listos para afrontar las dificultades que usted nos señaló. Sus palabras permitieron acompañar a nuestra hermana hasta ese umbral desconocido, del que ya no hay retorno.

Aunque sea difícil que usted lo pueda ver con claridad en este momento, reconocerlo, usted estuvo allí acompañándonos, guiándonos, advirtiendo errores, señalando el rumbo, alumbrando la enorme distancia entre lo desconocido y lo posible, con lealtad, fiel a sus principios, a la palabra empeñada, asumiendo con decisión su compromiso.

La vida se empeña en mostrarnos un camino lleno de obstáculos, en empujarnos por la ruta de las dificultades, cambia de golpe el paisaje y sin previa preparación nos lleva a un sendero de piedras, penas y desgracias. La vida nos obliga a crear lazos y construir con ellos nudos que creemos imposibles de desatar, pero situaciones impredecibles, fuera de nuestro alcance, acaban por romperlos a pesar de nuestros enormes esfuerzos por mantenerlos. La vida es un peligroso tránsito que debemos afrontar y estamos obligados a superar aunque nos falten las fuerzas, tenemos la obligación de continuar respirando  contra los  ahogos, las asfixias, los sofocos. Tenemos también el deber de seguir adelante y cumplir con nuestro destino. Nuestro compromiso es mantenernos a flote sobre los designios de corrientes desconocidas, que es imposible evadir y a las que estamos sometidos todos. La vida pareciera una prueba continua a nuestras decisiones, un enfrentamiento permanente a nuestras mayores aspiraciones, un desafío constante a nuestras pretensiones, afanes, empeños.

Nos negamos a reconocer nuestra infinita dependencia de las sencillas reglas de la vida, asistimos impotentes a eventos, a circunstancias que nos sobrepasan y las cuales conocemos desde el principio de los tiempos, hemos por así decirlo, perdido el respeto y temor a Dios, dejado de creer en lo acertado de sus designios y engrandecidos por algunos logros de  confort y comodidad, en un gesto de absoluta rebeldía, nos negamos a aceptar las condiciones que nos impone la vida y que conocemos de antemano perfectamente.

En un momento perdimos el rumbo en la búsqueda de la verdad y únicamente intentamos avanzar para lograr el anhelado desarrollo, el progreso, la prosperidad, metas vistas desde el ángulo de la civilización y sus necesidades inmediatas y no del hombre.  

Es el momento para recordarle que nada sucede según lo previsto por nosotros y estamos sujetos al juego, al capricho de los imponderables.  

Quiero entonces para finalizar; para atenuar esta prueba, si eso es posible, en nombre de la familia, hacerle llegar nuestro profundo reconocimiento y afecto.

Me despido, agradeciendo cada gesto que mantuvo con la Profesora.

J.J. Morales.


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