Cata al Viento

Recibe esta carta desde más allá del más nunca, desde el confín del mundo, desde un punto perdido en el sur del continente. Hace seis años nos cruzamos y se me torció el destino, vestías sandalias, blue jeans y camisa blanca, yo regaba un jardín ajeno y en tus labios rosados llenos de promesas, con voz dulce y grave, como el sonido del viento cuando pasa por los arenales del desierto de Temuco cambiando la geografía, se asomaron tímidas las palabras “buenas tardes”. En tus ojos el brillo de un sueño, la luz inconfundible de la pasión por los libros; en esa hora el sol se ocultaba entre montañas, el cielo reventaba de colores, naranjas, ocres, rojos y dos nubes de formas caprichosas filtraban rayos dorados y púrpuras. Dejé la manguera y te seguí; ya no tuve ojos más que para ti, desde ese momento te pienso con insistencia, he querido una y mil veces hablarte, pero solamente pensarlo me paraliza de miedo, se me seca la boca, no puedo articular palabra, siento remolinos en el estómago, comienzo a sudar y me tiemblan las manos.
Se que llegaste del desierto con el ímpetu del sol sobre tu espalda a estudiar en la Universidad, fuiste la mejor de tu clase, las mejores notas de todo el pueblo, te aceptaron con ojos cerrados cuando aplicaste y te viniste a Santiago a pedir beca, pero te la negaron. Yo te seguí innumerables veces a las puertas de oficinas buscando empleo para pagar los estudios, entrabas con paso firme, la decisión como estandarte y salías con todo el fuego del desierto en tus ojos negros, tropezabas con el inmenso edificio del no hay trabajo.
Yo en cambio soy de la calle, vivo el momento y la oportunidad, me cerré las puertas cuando abandoné la escuela, me asfixiaban las cuatro paredes y quería vivir de inmediato la intensidad del mundo, la música de la calle y sus colores me llamaban a gritos.
Una noche miré a un hombre esconder un maletín y luego la policía lo detuvo, corrí al callejón, tomé el maletín y me fui sin voltear atrás, cuando lo abrí encontré la oportunidad que siempre esperé, dentro había paquetes apretados de dólares, era mi momento, pero no era mi dueño, ya se me había torcido el destino, únicamente pensaba en como ayudarte a pagar los estudios.
En la mañana me presenté a la Universidad y pagué toda tu carrera.
Soy un hombre de mil rostros y cientos de nombres, que ha pasado a tu lado millones de veces en estos seis años. Soy entre muchos, aquel anciano que a las puertas de la iglesia, te entregó la estampita de San Expedito y dijo “reza con fe hija, este es un santo milagroso” y desapareció.
A los pocos días recibiste la notificación de iniciar el semestre.
Yo estuve allí ese primer día de clases, llevabas un vestido de algodón planchado color beige abotonado al frente, las piernas doradas, los ojos brillantes, la emoción coloreaba el rostro.
En estos seis años he pasado horas en las bibliotecas siguiéndote y he leído incontables libros, te doy las gracias por este mundo sin fronteras que me has descubierto, no me debes nada.
Escribo esta carta hoy, que recibes el titulo de Bibliotecóloga, la escribo con las líneas prestadas de los libros que he leído, no pude firmarla con mi nombre, me temblaban las manos.

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