La aguja del velocímetro asciende peligrosamente y enciende las alarmas, pero Asdrubal Infante no pierde el tiempo en mirar el tablero, sus ojos están fijos sobre la carretera. Intenta ver más allá de los espejismos de la lluvia, más allá de esta noche, de este imprevisto, que no detiene su carrera, ni es capaz de obligarlo a bajar la marcha. El despiadado aguacero, tampoco logra contener el curso de los acontecimientos, que implacables, desbordan finalmente todos los controles que ellos han impuesto con sangre. Los últimos sucesos contravienen la lógica del miedo que instalaron con saña y con la impunidad de quienes manejan todos los poderes. Gruesos ramalazos de agua sublevados y en desorden, impulsados por los golpes frenéticos de un viento liberado de una cárcel de veinte años, arremeten furiosos contra el parabrisas, el auto, una camioneta negra todo terreno se estremece, la visibilidad es escasa, pero estos no son suficientes contratiempos para bajar la velocidad. Asdrubal Infant
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