Premonición


Soñó que soñaba que un hombre la sueña. Al despertar del sueño, sobresaltada y con miedo, sabe con certeza, sin ninguna duda, que hoy morirá. 

Recién ha cumplido los veinticinco años. Tarde reconoce, que ha pospuesto vivir bajo el rigor que imprimen los caprichos del corazón, en cambio, ha cumplido con tenacidad los deberes que se ha impuesto al transitar un camino que ella misma ha trazado y que la ha llevado a lograr éxitos impensados para una mujer. Está orgullosa de su decisión.

Las  señales vistas en el sueño son de extraordinaria claridad, está convencida que las imágenes del sueño son una premonición de su muerte irremediable, no tiene alternativa, ningún resquicio por donde escapar de su destino, ni siquiera puede huir de este día, tampoco puede ignorar el anuncio de la hora prevista.

Completamente segura de su muerte, sabe que no está preparada para esta contingencia, para enfrentar este evento que adolece de reglas y fórmulas, de esos elementales principios que ella tiene por costumbre seguir y le han permitido obtener los triunfos que ostenta. Ella no tiene las herramientas necesarias para enfrentar la muerte y se pregunta Quién puede tenerlas

Morirá sin otra gloria que su nombre. En el recuerdo quedará quizás, la reseña de su muerte, un titular obligado en el periódico local, su fotografía en blanco y negro sobre el papel. Ella conoce ahora su destino, el tiempo que le queda, sus escasas posibilidades. Se levanta de la cama dispuesta a enfrentar los designios de esta hora con todas sus consecuencias.

Sale de su casa descalza mucho antes del amanecer. Apenas la cubre un camisón blanco de algodón que le llega a los tobillos, entre las sombras parece un fantasma, una aparición, un espectro  y no la virgen morena que es.

Camina  por el sendero de helechos  entre calas y capachos amarillos que se abren  desde la misma puerta de su casa, el olor de lluvias por venir la obliga a mirar hacia el cielo, ve un centenar de estrellas y piensa que quizás estén muertas a esta hora y de su existencia queda este reflejo en el tiempo. A pesar de la oscuridad, de la falta de luz, se mantiene sobre el camino que conoce de memoria.

Recuerda que en el sueño del hombre que la sueña, ella camina desnuda por una playa que no conoce, la miran asombrados las piedras y los cangrejos. En el sueño, el viento cubre su cuerpo. Un manto espeso abriga el cuello, envuelve los hombros, cobija la espalda, oculta su estrecha cintura, resguarda sus pechos firmes, viste su vientre plano, enfunda sus nalgas redondas, esconde sus piernas  perfectas. Su cuerpo es una escultura tallada en onix, su figura permanece envuelta en una brisa dulce. Quedan al descubierto sus pies descalzos. Sus pasos no dejan huella alguna sobre la arena y a pesar de estar completamente desnuda, se siente protegida, segura, a salvo. Camina despacio con la enorme satisfacción de saber que es hermosa.

En el sueño, el desconocido que la sueña: Un albino barrigón, lampiño,  pequeño, de largas pestañas blancas, está acostado en un  chinchorro desteñido bajo la sombra de árboles de mango a la hora en que revientan las chicharras. En el sueño de este desconocido se desatan los vientos y al encontrarse forman enloquecidos remolinos que empujan nubes negras sobre la playa, borran el cielo y dejan un techo espeso que le oprime el pecho y amenazan con una tempestad que puede acabar en diluvio.

En el sueño del albino. Ella, Teresita Guzmán, a quien nunca nadie logró ver desnuda y por decisión propia no conoce de caricias, ni mucho menos, de sobresaltos del corazón, por primera vez no la consume la prisa. Para su asombro, ni siquiera tiene planificado el siguiente paso.

Teresita Guzmán ha postergado vivir bajo la dictadura de los sentidos, le ha impuesto al corazón una conducta estricta y en su vida sigue una línea obligada de compromisos, de deberes que asumió con valor antes de tener edad para responsabilidades y ha obtenido el éxito que esperaba.

En el sueño, el sonido oscuro y profundo de las olas la llama sin descanso desde grutas inundadas de espuma, de sal, de algas. Su nombre es pronunciado desde lo profundo de un barranco sin fondo y también, desde el pecho ronco y lampiño del albino que la sueña.

Teresita Guzmán se despertó temblando de miedo esa madrugada al oír claramente su nombre repetido por las olas de una playa que no conoce. Su nombre con sabor a piedras, su nombre y apellidos completos pronunciados en el tono profundo de una letanía aprendida en siglos anteriores.

Se levanta de la cama y sale de su casa descalza, cubierta por un camisón blanco de algodón que le llega a los tobillos, necesita sentir la tierra bajo sus pies, el rocío humedeciendo su rostro, mirar los misterios del cielo, oír al viento entre las ramas de los árboles. Sale de su casa a caminar, como lo hace cada vez que en su cabeza se inicia un torbellino de ideas confusas y contradictorias, pensamientos que no comprende y que amenazan con paralizarla, con asfixiarla.

Teresita Guzmán deja sus huellas impresas sobre la tierra negra y húmeda, da un traspié y cae al fondo del barranco en donde termina el sendero de helechos, calas y capachos amarillos, que se abre desde la misma puerta de su casa.

El hombre que la sueña se mueve pesadamente en el chinchorro y sigue durmiendo.


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