Muñeco de palo
La lluvia impone sus propias condiciones y obliga refugios ocasionales, las gruesas gotas del vendaval chocan insolentes contra los ventanales de cristal y somos testigos de un baile frenético, los árboles se desmelenan bajo el furioso aguacero, el agua se bate contra los vientos en un temible enfrentamiento. La tormenta se convierte en una excusa para alargar el tiempo de mi café. En la mesa contigua, la conversación de unos muchachos, con apenas veinte años, gira en torno al cansancio, a la tarea agotadora de estudiar y obligan a este maestro de escuela jubilado, a improvisar una clase que no tenía prevista. -Yo soy un muñeco de palo remendado por dentro, reforzado en las junturas y cada día me revisto de impecable entusiasmo para no mostrar las vergüenzas del agotamiento-. Digo esas palabras, mientras arrimo una silla a la mesa de los muchachos, que sorprendidos guardan silencio y esperan. Aprovecho el desconcierto que causa mi atrevimiento y por encima de la distr...