La arrolladora tormenta crispa la tarde. Se marcha indolente la tormenta y deja en la tarde desprevenida el acento en las heridas. Persiste el dolor, la pena, y la agobiada tarde se escurre por las rendijas de la noche. Los días luminosos aparecen sin aviso, se borran de improviso y se marchan sin adioses. Esos días imprevistos dejan un aroma de lavanda, y se convierten en recuerdo en donde crece la esperanza. El amor, en cambio, con su fuerza arrolladora aparece sin anunciarse en el silencio fugaz de las miradas. Arrebatado. El amor toma posiciones, te envuelve, permanece, y ya no se marcha ni se borra, ni se escurre de improviso por rendijas. El amor se instala anclado en la esperanza y se arraiga para siempre. Yo lo alimento -al amor- con granos de paciencia, con gestos sencillos, con terca insistencia y lo renuevo cada día con la vehemente emoción de un sol naciente.